¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?. Arwen Grey

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¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey HQÑ

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      Reuben se detuvo y contempló la lluvia de reproches con asombro, como si no pudiera imaginar que en esa sala aquello era algo habitual. Joanne casi sintió compasión de él, al ver que levantaba las manos para instaurar la paz.

      —Pues yo creo que todas las secciones son maravillosas e indispensables para cualquiera con buen gusto.

      Todos se giraron hacia Enna McBride, sorprendidos. Esa mujer rubia y callada que acababa de llegar para encargarse de las nuevas secciones de hogar y familia, más pegadas «al mundo real», como decía Lola, era tan tímida que a veces olvidaban su presencia. De hecho, nadie sabía muy bien qué era lo que iba a hacer en su sección, pero alguien tan dulce solo podía hacer algo entrañable y familiar. Según decían, provenía del mundo de las redes sociales y los blogs, pero todos fingían no tener ni idea de qué era todo aquello, así que la ignoraban con todas sus fuerzas, aunque ella no parecía tenerles ningún rencor por ello y sonreía siempre con una dulzura que empezaba a resultar incómoda.

      Un par de aplausos secos interrumpieron la escena. Lola, sentada en su silla, los contemplaba con serena frialdad. Parecía cansada y un poco aburrida, pero en absoluto acabada, como decían las malas lenguas.

      —Bonito espectáculo. Espero que estés encantada, querida —dijo, dirigiéndose a Joanne, que se sintió avergonzada al instante por su infantil arrebato—, pero supongo que sabes que no podemos permitirnos esto ahora mismo. Reuben no puede decidir si renuncia o no a su sección para cedérsela a nadie. Él es un redactor como los demás y tendrá suerte si no le recorto páginas como a todos. Además, recordad que, además de lo que escribáis, tendréis que grabar algún tipo de contenido para las redes sociales y que tendrá que vender una imagen fresca y acorde con el espíritu de la revista y de la sección que representáis. Eso es lo que nos piden los lectores y, por desgracia, es lo que tenemos que hacer para sobrevivir. ¡No matéis al mensajero! —exclamó, levantando las manos—. No tengo que deciros que, si queremos seguir adelante, todos, y quiero decir todos —añadió, mirándolos uno a uno—, tendremos que aprender a sacrificar cosas que creíamos intocables, ya sea el número de páginas o espacios privilegiados. Incluso nuestra vida privada.

      —¡Pero, Lola! —exclamó Victoria, que se había dado por aludida con sus últimas palabras.

      La expresión de la directora se cerró de golpe al sentirse cuestionada. Comenzó a recoger sus cosas sin decir una sola palabra y se puso en pie.

      —Hasta hace muy poco yo tenía la última palabra en esta sala —dijo, con mirada altiva, aunque voz ligeramente temblorosa—. Si creéis que tenéis una solución mejor, tal vez sea hora de que vosotros mismos la llevéis a cabo.

      —Todo esto es ridículo —masculló Ambrose, pasándose una mano por el cabello plateado. Se lo veía incómodo e incapaz de mantener las manos quietas. Cuando acabó de atusarse el pelo, volvió a comprobar el lazo de la pajarita, aunque lo dejó en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

      —No, no lo es —dijo Enna, levantándose y poniéndose junto a Lola. Le pasó una mano por el hombro, acercándola a sí, haciendo evidente que la poderosa Lola no le llegaba más que hasta el hombro—. Lola tiene razón, tenemos que ser un equipo para salir de la crisis en la que estamos. ¡Vamos, chicos, podemos conseguirlo!

      Lola miró la mano que la sostenía con algo cercano a la repugnancia, pero Enna no se dio por enterada, como no fuera para acercarla más a sí.

      Joanne la miró, asombrada ante tanto optimismo. No podía haber nadie tan positivo en el mundo. Si la situación no fuera terrible, sería digna de una comedia.

      Sin embargo, a su alrededor pudo ver que el resto se rendía a su sencillez y su sonrisa inquebrantable. Incluso el nuevo redactor parecía tranquilo por primera vez desde que había llegado.

      Miró a Victoria, que no parecía tan satisfecha como su sonrisa podía dar a entender. La conocía, y sabía que no cedería con tanta facilidad ni sus páginas ni sus ventajas como favorita en la revista. Incluso dudaba de que hiciera esos vídeos que le pedían. No, no la princesa de la revista, la mismísima lady Perfecta, que meaba Chanel Nº5. Ambrose tampoco se lo pondría fácil a Lola, por mucho que el viejo periodista siempre dijera que odiaba su trabajo, la revista, y todo lo que significaba.

      En cuanto a ella, su sección sobre moda urbana había sido su vida durante los últimos cinco años, y no estaba dispuesta a rendirse sin luchar.

      Tenía que haber una forma de salvar la revista sin cambiar su espíritu. Que los lectores pidieran algo en masa, no tenía que significar por fuerza que tuvieran razón.

      Capítulo 3

      ¿Nuevo en la oficina?: no dejes que nadie huela tu miedo

      La reunión acabó en cuanto Lola afianzó su poder sobre todos los presentes, dejando bien claro que, si era dura, era por el bien de los demás, como si de una madre o un dictador se tratase.

      Abatidos y sabiéndose derrotados, los miembros de la revista dejaron uno a uno la sala, sin intercambiar palabra entre ellos. A solas de repente, Reuben se encontró con que no sabía qué hacer. Tenía notas que analizar y, sobre todo, un suelo sobre el que aterrizar, pero para eso tenía que averiguar antes dónde se suponía que iba a trabajar.

      Volvió a atravesar el frío y desolador pasillo, esta vez en sentido inverso, hasta la recepción, donde había varias puertas sin rotular. Una, la más grande e impresionante, era la de Lola, así que la descartó al instante. Tim, que se había sentado tras un escritorio de aspecto moderno e incómodo, lo ignoró deliberadamente, a pesar de que, estaba muy seguro de ello, sabía lo que necesitaba.

      Dio un par de vueltas por el vestíbulo, fingiendo no estar acechando detrás de cada puerta que se abría, hasta que Tim levantó uno de sus dedos finos y de aspecto huesudo y le señaló el pasillo por el que había venido.

      —Pregunta por ahí, alguien te asignará una mesa y un ordenador. No esperes olor a rancio ni a testosterona, esto es una redacción moderna y limpia. De este siglo, digamos.

      —Gracias, Tim.

      Solo entonces salió el asistente de su apatía, mirándolo con los ojos entrecerrados y llenos de cruel ironía.

      —Te crees muy gracioso, pero no durarás más que el anterior, que venía de sucesos. Lola pensó que tendría un lugar entre nosotros, y él también se creía listo e imprescindible, pero salió de aquí con el rabo entre las piernas.

      Reuben sintió que, por primera vez, algo le estimulaba desde que había llegado. Les demostraría a aquellos estirados que podía levantar aquella revista llena de superficialidad de la nada y convertirla en algo que una persona inteligente podía leer sin sentir arcadas.

      —Seguro que lo asustasteis en la primera y acogedora reunión de trabajo —replicó Reuben, con una sonrisa llena de encantadores hoyuelos que hizo rechinar los dientes al asistente perfecto—. Pero tranquilo, yo no me asusto con tanta facilidad, fui corresponsal de la sección de tiro de martillo femenina en los principios de mi carrera y una vez intentaron usarme de blanco. Cuando me fui, lloramos todos de pena. Si sobreviví a eso, esto será coser y cantar.

      Pudo ver cómo un nervio palpitaba en uno de los párpados de Tim, mientras fingía no escuchar nada de lo que decía. Volvió a lo que fuera que estaba haciendo y lo ignoró hasta que Reuben decidió seguir por el pasillo en busca de alguien que lo ayudara.

      —Bonito

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