¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?. Arwen Grey

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¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey HQÑ

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—dijo Tim, señalando una silla plegable colocada contra la pared, bien lejos de la directora y editora, y de la acción, dejando en evidencia que nadie consideraba que tuviera ningún derecho a estar ahí.

      Hizo un esfuerzo por sonreír e hizo un gesto magnánimo en dirección al asistente de Lola, mientras se acercaba a la silla señalada, la abría, la arrastraba, haciendo que las patas chirriasen contra el suelo, y la colocaba junto a la que había estado a punto de usar, desplazándola.

      Todos los presentes lo miraron como si no pudieran creer lo que acababan de ver.

      Podían mirarlo como quisieran, pero lo habían contratado diciéndole que tendría un estatus especial en la revista y que sería un colaborador cercano a la jefatura. En ningún momento se lo había creído. Había escuchado eso mismo un montón de veces y jamás había sido verdad, pero por ver esas caras merecía la pena hacer un alarde de fuerza. Por lo pronto, se sentaría al lado de la señora Godrick, le pesara a quien le pesara.

      —En fin, trabajemos —declaró Reuben, uniendo las manos ante la barbilla, fingiendo una serenidad que no sentía en absoluto.

      Una a una, todas las miradas se desplazaron de su cara y su inapropiada corbata hasta las carpetas llenas de documentos y fotos que tenían ante ellos. Reuben, que no tenía carpeta, sacó una libreta y un bolígrafo de un bolsillo interior de la chaqueta y comenzó a apuntar todo aquello que le pareció interesante, así como dudas que preguntaría más adelante a la mujer rubia de edad indefinida que le había hablado antes, que parecía la más simpática de todos en aquel lugar. Pocos minutos después, sudaba tinta para seguir el ritmo de las charlas. No era solo que hablaran rápido, además lo hacían en idiomas extraños.

      —Todo ese artículo es tan demodé que no me extrañaría que Aristóteles Onassis se levantase de su tumba para posar para tus fotos —dijo con acidez un caballero con cabellos plateados e impecable pajarita con lunares blancos sobre fondo azul marino—. Además, sería lo más moderno de todo el conjunto.

      Victoria se retorció en su silla, haciendo asomar una ligera arruga de disgusto a su perfecto rostro.

      —Querrás decir que es vintage, querido Ambrose. Demodé es tu aroma a polvo de talco.

      Ambrose emitió una risa sarcástica que hizo que Reuben sintiera simpatía por lo que fuera que había escrito Victoria. ¿Qué podía saber ese carcamal de moda y elegancia si vestía como un mamarracho?

      —A todo lo que huele a naftalina de la abuela lo llaman vintage ahora.

      —Seguro que tú de naftalina sabes un poco…

      Ambrose no pareció afectado por la puñalada, sino que miró a la joven casi con cariño.

      Reuben se preguntó si todas esas reuniones eran así o solo había llegado en el mejor momento.

      ¿Sería de mala educación salir para comprobar el correo electrónico? Esa sala podía ser muy moderna, pero la cobertura telefónica era horrible. Se aburría entre tanto duelo dialéctico en el que no le dejaban meter baza.

      Apuntó con aire diligente un par de nuevas palabras en su libreta: demodé y, sobre todo, vintage. Si la habían usado tantas veces, debía de ser importante. No estaba seguro de cómo se escribían, pero lo comprobaría en cuanto saliera de allí y tuviera acceso a Internet.

      A esas horas ya debería haber recibido alguna respuesta a los currículums que había enviado. Estaba claro que aquel no era su lugar.

      Justo cuando estaba a punto de disculparse para salir, alguien más entró en la sala, maldiciendo por lo bajo.

      Una nube de tejido azul brillante y dorado pasó junto a él, arrastró una silla y se dejó caer en el asiento, justo a su lado, sin disculparse por interrumpir.

      —¿Eso que llevas es un chándal?

      La mujer que llevaba la prenda deportiva se giró hacia Victoria, que la miraba de arriba abajo, a medio camino entre la estupefacción y el dolor.

      —Es un Stella McCartney. Madonna tiene uno igual.

      La boca perfecta de Victoria se estiró apenas en una sonrisa de desprecio.

      —Eso no quiere decir que no sea horrible.

      La recién llegada colocó la cabeza sobre la mano y miró a su crítica con ironía. Al hacerlo, una coleta larga y pesada cayó sobre el brazo de Reuben, que lo apartó con nerviosismo, como si cualquier contacto con una persona que le llevara la contraria a su adorada Victoria pudiera ser considerado por esta como una traición.

      —Puedes decírselo a ella la próxima vez que la veas.

      —Joanne, tarde otra vez. Que sea la última, sabes muy bien que, en este momento, tal y como van las cosas, no me importaría prescindir de un sueldo.

      Todos se giraron hacia Lola, que acababa de entrar, acaparando toda la atención al instante. El silencio que se hizo fue tan pesado que Reuben escuchó el tictac del reloj que le habían regalado cuando ganó el Premio al Mejor Reportaje Deportivo del Año en 2015.

      Joanne tuvo la decencia de avergonzarse, aunque muy pronto se repuso, sobre todo al notar a su lado la presencia de alguien desconocido y todavía peor vestido que ella.

      —¿Y tú quién eres?

      En otras circunstancias, a Reuben le habría hecho gracia la situación, porque ella era la única que se había dado cuenta de que ni siquiera le habían dejado presentarse, pero en ese momento lo único que quería era pasar desapercibido. O salir corriendo para no volver. Lo que doliera menos a su orgullo.

      Se giró hacia ella, dispuesto a responder, y se encontró con que ella se había acercado tanto que tenía su rostro casi pegado al suyo. De cerca, sus ojos pintados con unas sombras tan estrafalarias como los tonos de su ropa, eran grandes y curiosos, de un verde oscuro que, estaba seguro, solo se podía apreciar a una distancia tan corta. Además, su boca pintada con un brillo de un rosa tan profundo que casi dolía verlo, tenía una forma extraña, como si estuviera del revés, con el labio inferior un poco más grueso que el superior, dándole un aspecto enfurruñado.

      No era guapa, ni fea, o tal vez sí, era imposible saberlo con aquella cantidad de maquillaje.

      —Soy… —comenzó a decir, pero lo interrumpió un carraspeo proveniente de Lola, que miró lo que hasta ese momento había sido su lugar incontestable y se sentó sin decir una palabra acerca de la silla que ahora había junto a la suya.

      Con ese solo gesto, el ambiente general se relajó al instante. Reuben pensó, de un modo demasiado inocente, que Lola le había abierto las puertas de la revista de par en par y que ya nadie cuestionaría su presencia en esa sala, e incluso en ese lugar de la mesa.

      —Chicos, os presento a nuestro nuevo redactor de deportes, o lo más parecido a una sección de deportes que podemos tener en una revista de moda —dijo, sin levantar la vista hacia los demás, como era evidente que era su costumbre—. En la encuesta que hicimos, y que nos costó un riñón, por cierto, la gente nos expresó su absurdo deseo de tener una sección donde ponerse en forma y mostrar las nuevas técnicas de eso… cómo se llama… como sea… Por eso decidí traer a alguien experto en deportes. Pregunté por ahí quién podría hacerlo y me recomendaron a Reuben. —Lola dio una palmada y señaló a Reuben, como si los deseos de los lectores fueran bobadas y todos se rieron

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