El bienestar emocional. Joan Piñol
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—¿Qué haces colibrí? –le preguntó.
—Voy al lago, cojo agua con el pico y la echo al fuego para apagar el incendio.
El jaguar sonrió.
—¿Estás loco? ¿Crees que vas a conseguir apagarlo tú solo con tu pequeño pico?
—Bueno –respondió, el colibrí–, yo haré mi parte…
¡Haz tu parte!
La moraleja de este cuento es que la felicidad y el bienestar no son la consecuencia de tener una vida plácida, sino que consisten en la sensación de saber que, por más difíciles que sean algunas cosas, uno ha hecho todo lo que está en su mano para mejorarlas.
Quiero ser el primero en hacer mi parte: contar esta historia para relacionarla con todo lo aprendido. Un relato que recorrerá todo el libro para que os sirva de guía, de referencia, para que podáis conectar con vuestras emociones y reflexionar, para que os transmita la fuerza, la magia y la ilusión necesarias, que nos ayuden a superarnos y a querernos.
¡Seamos egoístas! ¡Si estamos bien emocionalmente y somos felices, generamos endorfinas, lo que nos ayudará a vivir mejor!
1. Una historia personal
Nací en un precioso pueblo agrícola a orillas del río Ebro, con buen clima, buena gente, y muy buen arroz. Una infancia feliz en un entorno saludable, ya que los amigos de la escuela, del barrio, los vecinos y, por supuesto, mi familia marcaron mi infancia. Recuerda que nuestra niñez condiciona el resto de nuestra vida.
Tengo una familia maravillosa que me enseñó a respetar, a amar, a ayudar, a ser humilde. También a agradecer lo que tenía, a valorar las cosas, la vida… Hoy son cualidades que a nivel personal y profesional me han aportado grandes satisfacciones y éxito.
Somos como somos en parte por nuestra genética, pero sobre todo por nuestro entorno y gracias a los aprendizajes y vivencias realizadas desde pequeños.
Mi abuelo materno y mi tío eran médicos. Mi abuelo era médico de familia y había estado en diferentes pequeños pueblos (mi recuerdo más nítido fue su última etapa en una pequeña localidad de una conocida zona vinícola). Allí, la relación con sus pacientes era muy personal por el hecho de conocer a cada uno no solo desde su dolencia o enfermedad, sino también desde sus peculiaridades personales y familiares. Una relación muy cercana, y tengo que admitir, pues lo he podido constatar con la experiencia de los años, que la curación de cada individuo era más rápida y mucho mejor.
Ya sea por esta experiencia que tuve durante mi infancia, o por seguir la tradición familiar, siempre me había planteado estudiar medicina. Así que encaminé mis estudios de bachillerato hacia la rama de ciencias para poder llegar a ser médico, con el objetivo de especializarme en Psiquiatría.
En el verano previo a entrar en la facultad, leí un libro sobre psicología de las organizaciones en el que un directivo explicaba, desde su perfil más humanista, cómo había logrado administrar con éxito su compañía, gestionando diferentes ámbitos de la empresa, pero sobre todo cuidando a las personas, algo muy importante para mí.
Parecerá mentira, pero en poco tiempo, tras leer la experiencia de un desconocido, cambié el enfoque profesional de mi vida. Y me propuse estudiar Psicología, una ciencia joven, que es hoy la profesión que ejerzo con pasión. Allí hice grandes amigos y compañeros, que, como yo, tenían la vocación de ayudar a otras personas desde el ámbito de la atención de la salud psicológica y emocional, y algunos (todo hay que decirlo) para conocerse a sí mismos.
Y, cosas de la vida, durante mi estancia en aquella universidad sucedió un acontecimiento trascendental, ya que allí conocí a alguien muy especial en mi vida: mi esposa y la madre de mis hijos. Recuerdo perfectamente su sonrisa y su cara cuando nos cruzamos en el pasillo, una mañana en un descanso previo a la clase de psicobiología.
¿Por qué te cuento todo esto? Las emociones importantes siempre se recuerdan con todo detalle, aunque pasen los años, ya sean vivencias de la niñez (los amigos, el primer beso, la primera fiesta de verano…) o el nacimiento de un hijo, una defunción, una enfermedad propia o la de un familiar o amigo. ¡Qué curioso! ¿Verdad?
Veamos, pues, cómo funcionan nuestro cerebro y nuestras emociones, primero desde una vertiente ancestral, para poder comprender cómo funcionan en la actualidad y entender de esta manera qué herramientas necesitamos para llevar una vida de felicidad y bienestar.
2. Nuestro origen.
La evolución de la especie
Estoy convencido de que te estarás cuestionando para qué te va a servir leer un capítulo sobre la evolución de las especies, así que espero poder demostrarte cuánto te servirá.
Para entender nuestras emociones es vital tener un mínimo conocimiento de la evolución humana, pues la llevamos en nuestro ADN. ¿Quiénes somos? ¿Qué importancia tienen las emociones? ¿Están relacionadas con nuestra supervivencia como especie? Responder a todas estas preguntas me ayudó a entender cómo actúa el ser humano en determinadas situaciones y, por supuesto, me sirvió para entenderme mucho mejor.
Sin embargo, ¿cómo puedo plantearos todas estas cuestiones y responderlas sin que toda la explicación parezca extraída de un manual? ¿Por qué los adultos nos empeñamos en complicar los conceptos? ¿Por qué solo los simplificamos cuando nos dirigimos a un público infantil? Yo quiero dirigirme a vuestro niño interior a través de una historia real, que explicaré como si fuera un cuento, de una manera fácil y sencilla.
Primer cuento. La Vía Láctea y su origen
Hace mucho tiempo, iniciamos nuestro viaje en una región de la galaxia llamada Vía Láctea, que es una de las más de 100.000 millones de galaxias que conforman el universo. Ahí vive el Sol, la gran estrella del sistema solar, que es admirada por todos los planetas que habitan en ese sistema; danzan a su alrededor para nutrirse de su radiación electromagnética. Al fin y al cabo, todos necesitamos de todos, igual que el Sol también necesita de sus planetas. Y la Tierra no iba a ser menos, pues también se nutre de esa misma fuente de energía.
Todo empezó hace unos 13.500 millones de años con el Big Bang, una gran explosión que generó hidrógeno y helio, gases que fueron la base e inicio de todo lo que hoy conocemos. Sin embargo, siguiendo la estela de José Martí, un escritor y político cubano… «todo, como el diamante, antes que luz es carbón», y no iba a ser diferente la creación de la Vía Láctea. Lo que empezó como una nube de gas, lo que empezó siendo carbón, acabó por convertirse en luz con la creación del Sol hace unos 5.000 millones de años. La Tierra pasó por un proceso similar, pues a pesar de que se formó hace 4.500 millones de años, los océanos y las rocas no se acabaron de configurar hasta pasados 600 millones de años después.
Inicialmente, la Tierra se originó a partir de una especie de extensa mezcla de nubes de gas de hidrógeno y helio, junto con rocas y polvo en rotación. Pero, como ya sabemos, todos necesitamos de todos. También de las estrellas, ya que sin ellas la Tierra no hubiese existido como tal, igual que nosotros sin nuestros padres. Gracias a los elementos químicos como el oxígeno, carbono, nitrógeno, cloro, sodio, oro, uranio, hierro, etc., que las estrellas liberan al espacio cuando expiran, se pudo formar