Ideología y maldad. Antoni Talarn

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Ideología y maldad - Antoni Talarn

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pasional, se da en caliente, es reactiva y busca la venganza, una forma de justicia primitiva. En ocasiones, hay quien siente una ira descontextualizada y la misma la acaba fijando en colectivos a los que culpa de sus supuestas frustraciones o dificultades. La combinación de ira más odio da lugar a conductas e ideas homofóbicas, xenófobas, misóginas y demás (Villegas, 2018).

      Aunque la mayoría de las personas han sentido ira en algún momento de su vida, no todas la pasan al acto en forma de violencia, quedando entonces un sentimiento de profunda indignación, acompañado de protesta; sin duda, actúa la contención en estos casos. En aquellos sujetos más impulsivos, en cambio, la ira sí se transforma o se descarga en violencia, cometiéndose entonces maldades que buscan el alivio de la tensión emocional y el disgusto que la acompañan.

      La ira puede ser irracional, pero en los humillados es la expresión de una emoción legítima que se acompaña de resentimiento, no siempre patológico. No se puede abogar por la supresión de la ira sin más, puesto que esto implicaría deshumanizar a las víctimas. La ira, en sí misma, no es ni buena ni mala. Una ira justificada puede promover acciones reparadoras de injusticias evidentes, incluso de tipo agresivo, como se puede dar en ciertos grupos de resistencia armada de estilo partisano27.

      C. Impulsividad. Acabamos de mencionar la impulsividad, concepto de gran tradición en la psicología (Eysenck y Eysenck, 1977) y la psicopatología28. La impulsividad no es propiamente ni un sentimiento ni una emoción pero, sin duda, se trata de una característica psicológica muy vinculada a la expresión emocional y sentimental.

      La impulsividad, ya sea un rasgo de carácter o un estado pasajero, puede definirse como una acción de respuesta conductual inmediata frente a un estimulo, externo o interno. Se dispara, nunca mejor dicho, vinculada a una reacción emocional. Es irreflexiva y no tiene en cuenta experiencias previas, ni consecuencias futuras; no es planificada29. Implica dificultades de autocontrol, sensación de incapacidad para resistirse al impulso, alivio tras la actuación y posibles, aunque no siempre presentes, sentimientos de vergüenza y culpa a posteriori (Celma, 2015).

      Las personas impulsivas no han de ser necesariamente violentas; se puede ser impulsivo y pacifista, por ejemplo. Pero es obvio que impulsividad y violencia pueden estar vinculadas, apareciendo en forma de impulsividad autoagresiva —autolesiones, suicidio— o como heteroagresividad impulsiva, en la que la violencia se dirige al exterior tras una situación desencadenante, que en algunas ocasiones es nimia o poco significativa para la mayoría de las personas.

      D. Odio. Si las acciones derivadas del miedo, la ira o la impulsividad suelen ser, en muchas ocasiones, reactivas y transitorias, desapareciendo una vez finalizado el estímulo que las despierta, el odio es más duradero y penetra más a fondo en el ánimo de su portador, clavando sus raíces, en forma de rencor y resentimiento, en el alma del que lo sufre (Ferrero, 2009). El odio, como «antipatía o aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea» —según la RAE—, aparece tras haber sufrido algún tipo de agresión, abuso o humillación, ya sea real o imaginario; matiz, este último, de la máxima importancia, como después veremos.

      Stenberg y Stenberg (2008) proponen un modelo heurístico sobre el amor y el odio, sugiriendo que el odio posee tres componentes fundamentales:

      1) búsqueda de distancia con respecto al objeto odiado,

      2) miedo e ira intensos y,

      3) devaluación de lo odiado mediante el desprecio.

      El odio tortura a quien lo vive, puesto que, como si de un pensamiento obsesivo se tratase, es muy difícil de sacudir de la mente y suele alimentar el deseo de venganza. Sus derivados son, como decíamos, el rencor y el resentimiento, es decir, el sentir una y otra vez el dolor sufrido, real o imaginado, en la conciencia, con un sabor de perenne amargura. La venganza, como acción que, pretendidamente, calmará la perturbación del que odia, ha impulsado guerras, atrocidades, espirales encadenadas de violencia y maldades sinnúmero. El odio, a diferencia de la ira, actúa en frio, no siempre requiere de provocaciones y no está sujeto al dictado de las circunstancias (De la Corte, 2006).

      No todo aquel que siente odio, naturalmente, se verá implicado en actos violentos, pero resulta indudable que este sentimiento puede facilitar la acción hostil en según qué circunstancias.

      E. Humillación. La humillación es la emoción que surge cuando una persona o una colectividad se sienten injustamente devaluadas, rebajadas o estigmatizadas por los demás. Klein (1991) la define como la experiencia que incluye algún tipo de ridículo, desprecio, desdeño u otros tratos degradantes para con una persona a manos de los otros. Para Lindner (2006) la humillación es el sentimiento que invade a una persona o grupo cuando se perciben despreciados, denigrados o subyugados por otra persona u otro grupo, es decir, cuando perciben que se ataca su dignidad. Fernández (2014) sugiere que se trata de la devaluación forzosa de la identidad de la víctima, sea esta individual o grupal, que implica la pérdida del respeto hacia sí mismo.

      Todos los estudios señalan que la humillación no predispone a la violencia sino más bien a la evitación y la pasividad, dado el sentimiento de indefensión que suele acompañarla. La humillación sería más bien una consecuencia del mal que una causa del mismo. Pero es patente que el humillado puede experimentar rabia, ira o furia por el trato recibido. El humillado, a menudo, siente que tiene poco que perder —una idea derivada de la pérdida de la dignidad—, con lo que puede dar rienda suelta a su furia de diversos modos:

      1) como autoagresión, en forma de suicidio o conductas de alto riesgo;

      2) como agresión defensiva contra el provocador de la humillación;

      3) en violencia desplazada hacia otras personas, no necesariamente causantes de la humillación, como puede darse en algunos casos de adolescentes que disparan contra sus compañeros de instituto (Leary et al, 2003);

      4) en círculos ascendentes de venganza y violencia retaliativa, como ha sucedido a lo largo de la historia (Hartling y Baker, 2005) y sigue sucediendo en la actualidad. Por ejemplo, en el conflicto entre palestinos e israelíes. Creemos que no se debe despreciar el papel que la humillación está jugando, y puede jugar, en muchos conflictos sociales e internacionales (Fernández, 2008).

      En definitiva, y para terminar este apartado, no cabe duda de que las pasiones pueden jugar un papel muy relevante en las acciones malvadas de algunas personas. Pero para que esto sea así suele ser necesario, en la mayoría de los casos, que estas emociones se vivan en un terreno situacional y grupal que facilite la expresión de la violencia, mitigue o anule, la fuerza de la conciencia moral individual y ofrezca un sentido, más allá del individuo, a aquel que las siente. De todo ello hablaremos en el capítulo siguiente.

      Referencias bibliográficas

       Adorno, T. (1966). Negative Dialektik. Frankfurt: Suhrkamp. Traducción castellana: Dialéctica negativa. Madrid: Taurus, 1986.

       Alberoni, F. (1981). Le ragioni del bene e del male. Milano: Garzanti. Traducción castellana: Las razones del bien y del mal. Barcelona: Gedisa, 1997.

       American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.).Washington: American Psychiatric Association. Traducción castellana: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 5º edición. Madrid: Panamericana, 2014.

       Arendt, H. (2005). The promise of politics. New York: Schocken.

       Armengol, R. (1994). El pensamiento de Sócrates y el psicoanálisis de Freud. Barcelona: Paidós.

       —(2010).

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