E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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—No sé si puedo explicarlo. Aunque ya había estado en casa antes, parecía un poco insegura, como si no supiera dónde están las cosas. ¿No te has fijado? Y que te haya dicho que la recogieras es una novedad. Normalmente conduce a todas partes.
—Me ha dicho que ya no le gusta conducir cuando ha oscurecido. Hay mucha gente de su edad que tiene problemas de visión por la noche. Las farolas y los faros los deslumbran, y hay que admitir que nuestro vecindario no es de los más sencillos de recorrer.
—Supongo que será eso —dijo Karen antes de mirarlo con una sonrisa—. Ya vale de ser agoreros e intentar adelantarnos a lo que está en manos de Dios. Tenemos una cita esta noche, ¿no es genial?
Él la miró de arriba abajo; fue una mirada que hizo que a Karen le hirviera la sangre.
—¿Una cita, eh? ¿Significa eso que podemos montárnoslo en el coche antes de que te lleve a casa?
Ella le sonrió.
—Eso depende de cómo vaya la cita. ¿Aún recuerdas cómo cortejarme?
Elliott le guiñó un ojo.
—Sin duda haré todo lo que pueda, sobre todo con la recompensa que podrías darme —le agarró la mano y se la acercó a los labios sin apartar los ojos de la carretera.
Después de besarla, dejó la mano sobre su muslo y la cubrió con su mano. Ella sintió su involuntaria excitación y el calor de su piel. Ver el efecto que producía en él la hizo sentirse muy femenina y poderosa.
Después de que Elliott entrara en el aparcamiento y apagara el motor, se giró hacia ella con gesto serio y le dijo:
—Recuerda que no debes intentar averiguar los ingredientes secretos ni colarte en la cocina. Esto es una cita, no una oportunidad clandestina de vigilar a la competencia.
Karen se rio.
—Hace años que descubrí todos los ingredientes secretos de Rosalina’s. Aquí no hago labores de espionaje, así que puedo relajarme y disfrutar de mi comida.
—Ah, entonces solo tengo que preocuparme de qué estarás haciendo cuando dices que vas al baño en los restaurantes de Charleston y Columbia —bromeó—. De eso, y de si te interesa más la comida que yo.
—A mí siempre me interesarás más que ninguna otra cosa —le aseguró, aunque añadió—: A menos que alguien tenga el suflé de chocolate perfecto en su carta. Me encantaría aprender a hacerlo muy bien.
—No dejes que Erik se entere nunca de que el suyo no te parece perfecto —la advirtió—. Se supone que su talento con la repostería es legendario, al menos por Carolina del Sur.
—Tartas, pasteles, cobblers de frutas... Vale, admito que los hace muy bien, pero hacer un suflé es un arte. Y si te paras a pensarlo, en Sullivan’s no lo tienen ni en la carta. Eso es porque Erik sabe que el suyo no es perfecto. Me encantaría poder llegar a superar su talento algún día.
—Búscalo en Google —le sugirió Elliott—. Encuentra dónde está el mejor obrador de suflés de chocolate del estado y te llevaré allí.
Ella lo miró asombrada.
—¿Lo harías?
—Haría cualquier cosa que te hiciera feliz. ¿Es que no lo sabes a estas alturas?
Ella sonrió. Sí que lo sabía, pero tampoco estaba mal que se lo recordaran de vez en cuando.
La cita fue un éxito enorme. Karen se sentía llena de ilusión y energía después de toda una noche con su marido sin ninguna crisis de por medio. Los niños le suplicaron que Frances se quedara a pasar la noche, así que le dejó un camisón y la acomodó en la habitación de invitados. La mujer prometió preparar tostadas francesas para desayunar antes de que todos salieran de casa a la mañana siguiente.
Cuando Karen se levantó por la mañana, la encontró en la cocina ya vestida. Había reunido los ingredientes para las tostadas que había hecho habitualmente para los niños cuando habían sido vecinos, pero estaba allí de pie mirándolo todo con expresión de perplejidad.
—¿Frances? —le preguntó con voz suave e intentando no sobresaltarla—. ¿Va todo bien?
Frances dio un respingo con gesto de consternación.
—Oh, Dios mío, querida, me has asustado. No te he oído entrar.
Karen la abrazó.
—Te veo un poco distraída.
—Supongo que me he quedado un poco dispersa, pero estoy genial.
Aunque sus palabras eran reconfortantes, Karen no se quedó muy convencida. Intentando actuar con naturalidad, empezó a preparar el café y le preguntó:
—¿Te parece bien que te eche una mano? Podría batir los huevos con la canela y la leche.
Su propuesta pareció despertar una inesperada reacción en Frances.
—¡Rotundamente no! —respondió con brusquedad—. Llevo años haciendo tostadas francesas. Puedo apañarme sola.
Pero a pesar de sus palabras, pareció vacilar al ponerse a trabajar, como si se estuviera pensando mucho cada cosa que hacía.
Al final, las tostadas quedaron perfectas y los niños las engulleron con ruidoso entusiasmo. Elliott, que normalmente se limitaba a unas saludables claras de huevo o a cereales con alto contenido en fibra, también se comió su ración.
En cuanto los platos estuvieron en el lavavajillas, él se ofreció a llevar a los niños al colegio.
—Frances, ¿por qué no te llevo a ti también?
—Ya la llevo yo —dijo Karen al querer pasar algo más de tiempo con ella para ver por qué había notado algo extraño durante esa visita—. Necesito tener mi ración de Frances antes de que la dejemos volver a su rutina —miró a su amiga—. ¿Te parece bien? ¿Tienes prisa? Estaré lista en media hora.
—La verdad es que creo que mejor me iré con Elliott —le respondió evitándole la mirada—. Tengo cosas que hacer.
Karen captó la mentira; era una excusa para esquivar sus preguntas.
—Claro, si te viene mejor así... A lo mejor la próxima vez podrías quedarte a pasar el fin de semana. Nos encantaría a todos, ¿verdad, niños?
La entusiasta respuesta a coro de Daisy y Mack le arrancó una sonrisa a Frances.
—Pues entonces eso haremos. Mack, podrías enseñarme a jugar con ese vídeo juego del que me has hablado. Y Daisy, querré que me lo cuentes todo sobre ese baile para padres e hijas al que irás con Elliott.
Elliott los llevó a todos hacia la puerta y le lanzó a Karen una mirada cargada de curiosidad.
—¿Va todo bien? —murmuró.
—La verdad es que no estoy segura —le respondió sin molestarse en ocultar