E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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Ella se volvió impactada y, secándose las lágrimas inútilmente, intentó forzar una sonrisa.
—No sabía que estabas aquí. ¿Cómo has entrado?
—Tu marido, muy amable, ha dejado la puerta abierta al salir —dijo con ironía—. Lo he oído, Adelia. He oído cómo le decías que no se molestara en volver a casa.
Ella le quitó importancia al comentario.
—La gente dice cosas así todo el tiempo. No lo decía en serio.
—Pues a mí me ha parecido que sí.
—¿Y tú qué sabes? Tú aún estás en la fase de la luna de miel. ¿Qué sabes tú de discusiones maritales?
Él sonrió.
—Karen y yo hemos tenido bastantes.
—Y las habéis superado y olvidado —dijo con tono enérgico—. Ernesto y yo también lo haremos. Deja que te sirva una taza de café y unas galletas de mamá —al instante frunció el ceño y añadió—: ¿Por qué no estás en el gimnasio? Creía que el sábado era uno de tus días más ajetreados.
—Así es, pero he pensado que tenía que hablar contigo sobre lo que pasó anoche.
Ella puso gesto de extrañeza; estaba verdaderamente desconcertada.
—¿Anoche? ¿Es que pasó algo en el baile? Selena no me ha dicho nada, y tampoco Ernesto.
—No me sorprende. No quedarían muy bien ninguno de los dos —le describió la escena—. Selena humilló a Daisy deliberadamente delante de todas sus compañeras de clase.
—Lo siento mucho —dijo Adelia con gesto apenado—. Me ocuparé ahora mismo. El comportamiento de Selena fue completamente inaceptable. Pobre Daisy. Se me parte el corazón solo de pensarlo.
Estaba a punto de decirle a Selena que saliera del estanque y entrara, pero Elliott la detuvo.
—Creo que la pregunta más importante podría ser por qué estaba tan disgustada como para hacer lo que hizo.
Al ver que ella no respondía inmediatamente, él insistió:
—¿Adelia?
Su hermana suspiró profundamente.
—Sospecho que puedes culpar a su padre. Ernesto no quería ir y, como me había temido, se inventó la excusa de una reunión de negocios muy importante para intentar escaquearse en el último momento. Insistí en que no podía decepcionar a su hija de ese modo y me temo que Selena escuchó nuestra discusión. Sabía que su padre había estado a punto de elegir el negocio antes que a ella, que no le habría importado decepcionarla.
—¿Y eso ha estado pasando mucho últimamente? —le preguntó mirándola fijamente—. Me refiero a las discusiones.
Ella miró a otro lado.
—Lo solucionaremos. Siempre lo hacemos —dijo como si se supiera esas palabras de memoria. Sonó como si hubiera estado usándolas durante un tiempo para intentar autoconvencerse.
—¿Has hablado con mamá sobre lo que está pasando?
Adelia le lanzó una mirada incrédula.
—¿Estás loco? ¿Y tener que escuchar sus sermones sobre que yo tengo toda la culpa de que mi matrimonio no sea un camino de rosas? Ya sabes cómo es mamá. Se cree que a todos los maridos hay que tratarlos como a reyes, por mucho que estén actuando como unos cretinos.
Elliott sonrió.
—Es verdad. Estaba totalmente entregada a nuestro padre, por muy poco razonable que fuera él.
—Hazme caso, papá era un baluarte de sensatez y calma comparado con Ernesto.
En su voz notó una desolación que le resultó preocupante.
—Adelia, ¿está intimidándote? ¿Te maltrata?
Ella cerró los ojos y se ruborizó.
—No, nada de eso. Jamás se lo permitiría. A pesar de mi debilidad, sí que tengo suficiente orgullo como para no tolerar semejante falta de respeto.
—Eso espero —respondió aún preocupado—. Porque lo pondría bien firme si llegara a levantarte la mano.
Adelia casi sonrió ante su comentario.
—Sé que lo harías y por eso te quiero.
—¿Quieres que me quede y hable con Selena?
Ella sacudió la cabeza.
—No. Ya me ocupo yo. No hay necesidad de que presencies cómo monta en cólera cuando le diga que está castigada un mes.
Elliott se quedó sorprendido ante la severidad del castigo.
—¿Un mes?
Adelia se encogió de hombros.
—Menos de eso no serviría de nada. Créeme, un mes es lo único que despertará su atención.
—A lo mejor lo que necesita, más que un castigo, es saber con certeza que sus padres van a esforzarse en superar sus diferencias —propuso Elliott.
Adelia lo miró con tristeza.
—Siempre intento no hacer promesas si no estoy segura de poder mantenerlas —dijo al acompañarlo a la puerta.
Elliott quería quedarse, quería borrar el dolor que veía en la mirada de su hermana, pero no era él el que tenía el poder de hacerlo. Y cada vez quedaba más claro que al hombre que estaba en posición de hacerlo no le importaba nada.
—¿Por casualidad va a quedarse Frances mañana por la noche con los niños? —le preguntó Dana Sue a Karen el lunes.
Karen se quedó mirando a su jefa sorprendida.
—No lo tenía pensado. Mañana tengo libre, ¿recuerdas? Estaré en casa con los niños.
—Deja que te lo pregunte de otro modo —dijo Dana Sue pareciéndose a Helen cuando estaba interrogando a un testigo reacio a colaborar—. ¿Puede Frances cuidar de los niños mañana por la noche?
Estupefacta, Karen se encogió de hombros.
—Tendría que preguntárselo, pero probablemente. ¿A qué viene esto? ¿Necesitas que venga a trabajar?
—No. Los chicos, menos Erik que se quedará aquí, van a quedar para ver el baloncesto y hablar más del gimnasio, así que las mujeres hemos decidido que nos merecemos una noche de margaritas. Hace siglos que no celebramos una y queremos que vengas.
—Creía que las noches de margaritas eran una especie de ritual sagrado para las Dulces Magnolias —a ella nunca la habían invitado.