E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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—Puede que haya un problema en casa. Tengo que contactar con Elliott para que venga a buscarme.
—No le molestes —dijo Raylene al instante y ya de pie—. Esta noche me ha tocado ser la conductora sobria, así que yo te llevo a casa.
—¿Estás segura? Te lo agradecería mucho.
—No hay problema —dijo Raylene y, dirigiéndose a las demás, añadió—: Que nadie se mueva ni diga nada escandaloso hasta que vuelva, ¿de acuerdo?
—Ni una palabra —bromeó Sarah—. Solo hablaremos de ti.
Raylene hizo un gesto indicando la poca gracia que le había hecho la broma.
Una vez dentro del coche, Karen apenas podía pensar en otra cosa que la voz de miedo de Daisy.
—¿Quieres hablar de lo que está pasando? —le preguntó Raylene con delicadeza.
Karen sacudió la cabeza.
—Seguro que no es nada, ya sabes la imaginación que tienen los niños. Daisy estaba un poco preocupada de que pueda estar pasándole algo a la niñera.
Raylene se quedó impresionada.
—¿Frances?
Por un momento, Karen había olvidado que todo el mundo en Serenity lo sabía todo de todos, o al menos bastante. Asintió.
—¿Está enferma?
—Daisy cree que le ha pasado algo esta noche. Y creo que si mi hija de nueve años está preocupada, yo también debería estarlo.
—Estoy de acuerdo —dijo Raylene al girar hacia la calle donde vivía Karen—. ¿Quieres que pase por si es algo grave?
Aunque Karen quería decir que sí solo por tener algo de apoyo moral, sabía que eso humillaría a Frances si finalmente no estaba pasando nada. Negó con la cabeza.
—Estaré bien. Si hay algún problema, llamaré a Elliott. Podrá llegar en unos minutos. Pero gracias por el ofrecimiento.
—De nada. La gente fue increíble conmigo cuando estuve teniendo todos mis problemas con un ex loco y padeciendo agorafobia. Estoy encantada de devolver ese favor en todo lo que pueda.
—Gracias —Karen vaciló, pero entonces pensó en lo que había dicho Maddie sobre que Raylene y ella tenían cosas en común—. A lo mejor podríamos tomar un café algún día por la mañana antes de que abras tu boutique. Erik hace el mejor del pueblo, y puedo colarte en la cocina del Sullivan’s. Es un secreto a voces que Annie y otros se cuelan dentro antes de abrir solo por su café.
Raylene sonrió.
—Eso he oído. Cuenta conmigo. Intentaré pasarme una mañana a final de semana.
—Diles a todas que lo he pasado genial esta noche. Siento haber tenido que salir corriendo tan pronto —añadió al salir del coche.
Raylene se despidió con la mano mientras Karen corría hacia la casa y, aunque le había dicho que podía encargarse sola de lo que se encontrara allí, esperó en la puerta. Ese simple gesto de apoyo le mostró a Karen una vez más el valor de tener las amistades sólidas que se había perdido todo ese tiempo.
Apenas había entrado en casa cuando Daisy apareció delante. Su gesto de preocupación se disipó al ver a su madre, que le dio un abrazo.
—¿Va todo bien?
Daisy asintió y miró furtivamente hacia el salón.
—Ahora parece que está bien. A lo mejor no debería haberte molestado.
—No, has hecho lo correcto. Y ya deberías estar en la cama, así que venga. Me quedaré un rato con Frances para asegurarme de que está bien. Intenta no preocuparte.
A pesar de las reconfortantes palabras de su madre, Daisy aún parecía preocupada.
—Siempre ha sido como nuestra abuela postiza y no quiero que le pase nada malo.
—Yo tampoco. Intentaremos asegurarnos de que eso no pase. Y ahora venga, cariño. Iré a arroparte en cuanto haya hablado con Frances.
En el salón, la televisión estaba encendida y el volumen bajo. Frances tenía los ojos cerrados. Karen apagó la tele y se sentó en una silla frente a ella. En silencio observó el rostro de la mujer que había sido como una madre para ella o, dada su edad, más bien como una abuela. Su propia madre tal vez había sido un desastre como tal, pero Frances había sido una roca inquebrantable que le había dado todo su apoyo incluso cuando había pensado que iba a derrumbarse y a perderlo todo, su matrimonio, su casa, su trabajo y, en especial, a sus hijos.
Frances parecía estar durmiendo plácidamente. Tenía buen color de piel y Karen intentó convencerse de que unos cuantos deslices podían no significar nada. Podría haber una explicación razonable para estar algo confundida con su entorno, también. Por otro lado, sabía que todo podía ser sintomático, un microinfarto, tal vez, o mucho peor, Alzheimer. Eso encajaría con lo que había observado cuando Frances había intentado preparar las tostadas en su última visita.
«Por favor, que no sea eso», suplicó en silencio. Ver cómo esa fuerte y maravillosa mujer iba marchitándose le partiría el corazón.
Justo en ese momento, Frances abrió los ojos y, aunque por un momento pareció aturdida, esbozó una ligera sonrisa.
—Debo de haberme quedado dormida en el trabajo. Lo siento mucho.
—No lo sientas. No pasa nada.
—¿Cuánto hace que has llegado a casa?
—Hace solo unos minutos.
Frances miró el reloj.
—Es temprano y he oído que esas noches de margaritas suelen prolongarse horas.
—A lo mejor es que todas nos estamos haciendo demasiado viejas para estar por ahí hasta tarde entre semana —dijo Karen sin querer admitir la verdad—. ¿Qué tal ha ido todo por aquí?
—Muy bien. He ayudado a Mack con los deberes de matemáticas, después hemos tomado leche con galletas y luego se han ido a la cama.
—Deberías haberte ido a la habitación de invitados y haberte dormido también —le dijo Karen aún observándola con preocupación—. Espero que no te hayan cansado mucho.
—¡No, por Dios! Aún estoy en forma para resolver algunos problemas de matemáticas, al menos los de segundo grado. No estoy segura de si lo estaré cuando empiecen a estudiar álgebra. Ni siquiera se me daba bien cuando estaba en la flor de la vida.
—A mí tampoco —contestó Karen con una carcajada—. Espero que a Elliott se le dé mejor.
—¿Ya ha llegado a casa? Debería irme.
—No estoy segura de cuándo volverá. A mí me ha traído Raylene. ¿Por qué no te quedas esta noche? Te he vuelto a sacar un camisón limpio y hay toallas en el cuarto