E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods Pack

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reunamos.

      —¿De verdad? —preguntó, sorprendida por la tristeza que se había colado en su voz. Siempre se había preguntado cómo serían esas misteriosas noches que Dana Sue, Maddie, Helen y sus amigas pasaban juntas. Los margaritas eran lo que menos le importaba, pero el fuerte vínculo de su amistad era algo que envidiaba desesperadamente. En alguna que otra ocasión había recibido su ayuda y su apoyo y comprendía el valor que eso tenía.

      —De verdad —le aseguró Dana Sue—. Y antes de que te pongas nerviosa y empieces a pensar cosas raras, tienes que saber que no tenemos ni rituales secretos ni juramentos; nuestra única premisa es que lo que pasa en las noches de margaritas se queda en las noches de margaritas.

      Karen sonrió.

      —Eso lo puedo cumplir.

      —Entonces mañana a las siete en mi casa.

      —¿Qué puedo llevar?

      —Nada. Yo preparo el guacamole, Helen los margaritas y, ya que creen que ahora necesitamos más comida para contrarrestar el alcohol, Maddie, Jeanette, Annie, Raylene y Sarah se van turnando para traer la comida. Créeme, Maddie se encargará de que te llegue el turno. Le va a encantar sumar un chef más a la lista. Aparte de mí, Raylene es la única con auténtica creatividad en la cocina.

      Karen pensó en los progresos que Raylene había hecho venciendo su agorafobia. Hacía no mucho tiempo todas las noches de margaritas tenían que celebrarse en su casa para que no tuviera que enfrentarse al terror que le generaba salir de la seguridad de su hogar.

      —Raylene está mucho mejor ahora, ¿verdad? Cuesta creer que sea la misma persona. Ahora la veo en su tienda de moda y saliendo por ahí con Carter y sus hermanas.

      Dana Sue sonrió.

      —Es uno de los muchos milagros con los que nos ha bendecido este pueblo.

      Karen continuó trabajando con las ensaladas del almuerzo, aunque al final la curiosidad la superó. Miró a su amiga y preguntó:

      —¿Por qué ahora, Dana Sue? ¿Es solo porque no quieres que me sienta apartada?

      Dana Sue, que siempre hablaba con sinceridad, respondió:

      —Eso por un lado, está claro. Pero durante mucho tiempo tu vida era muy complicada. Helen tuvo que cuidar de tus hijos para que no te los quitaran y tu futuro trabajando aquí era muy inseguro, así que no creíamos que fuera buena idea sobrepasar más los límites —sonrió—. Igual que ha pasado con Raylene, tú no eres la misma persona que eras hace unos años. Todas te apreciamos. Siempre ha sido así. Pero ahora creemos que todas tenemos una vida más consolidada.

      —Quieres decir que ya somos todas iguales.

      Dana Sue se rio.

      —Eso suena terriblemente estirado e intolerante, pero en cierto modo, sí. Lo siento si he herido tus sentimientos.

      Karen negó con la cabeza.

      —Todo lo contrario. En realidad me hace sentir orgullosa saber lo lejos que he llegado recomponiendo mi vida. Hace unos años estaba hundida y, a pesar de no ser una Dulce Magnolia oficial, todas me ayudasteis. Siempre os estaré agradecida por ello.

      —Y ahora tendremos que descubrir si puedes resistir el tequila mejor que las demás.

      Karen pensó en lo poco que bebía porque no le gustaba ni el modo en que te hacía perder el control ni el gasto de dinero que suponía.

      —Algo me dice que en ese terreno no voy a haceros la competencia. En el campo de las margaritas soy una debilucha. ¿Supondrá algún problema?

      —No —le aseguró Dana Sue—. Hará que las demás tengamos más. Pero si rechazas mi riquísimo guacamole, puede que tengamos que reconsiderar tu unión al grupo.

      —Eso no pasará nunca —dijo Karen riéndose.

      En el tiempo que llevaba casada con Elliott ya había aprendido a asimilar el picante.

      Frances estaba encantada de ir a pasar la noche con Daisy y Mack; era menos estresante que estar esquivando las preguntas de Flo y Liz sobre si ya había pedido cita con el médico. ¡Estaban empezando a cansarla!

      Aunque estaba donde quería estar, lejos de las fisgonas miradas de sus amigas, por otro lado agradecía que los niños estuvieran ocupados con sus deberes. Por la razón que fuera, últimamente le resultaba agotador guardar las apariencias. Por eso era un alivio poder sentarse sin más a hojear unas revistas o a ver la tele.

      Se sobresaltó al alzar la mirada y encontrarse delante a Mack, con un gesto que tenía una mezcla de consternación y vergüenza. Ya había visto esa mirada demasiadas veces en su clase como para saber que se trataba de problemas con los deberes.

      —¿Va todo bien, Mack?

      El niño se encogió de hombros y Frances tuvo que contener la sonrisa. Incluso con siete años, los niños ya tenían su orgullo.

      —¿Qué tal llevas los deberes? ¿Los has terminado todos?

      Mack sacudió la cabeza y sus mejillas se sonrojaron aún más.

      —No entiendo los problemas de matemáticas —le dijo con mirada suplicante—. ¿Podrías ayudarme? Restar es muy difícil.

      Aunque le encantaba que le hubiera pedido ayuda, dudaba si podría dársela.

      —Puedo intentarlo. Y si no puedo, imagino que Jenny sí.

      —¿Jenny? ¿Quién es? —le preguntó el niño perplejo.

      Frances se quedó mirándolo sorprendida, después sacudió la cabeza y con una risa avergonzada dijo:

      —¿He dicho Jenny? Quería decir Daisy. Jenny es mi nieta. Vive en Charleston —Jenny se llamaba como su madre, Jennifer, la hija de Frances.

      A Mack se le iluminó la cara.

      —La recuerdo. Antes venía de visita y a veces se quedaba a pasar el fin de semana.

      —Así es —le confirmó Frances—. ¡Menuda memoria tienes! —en ese momento lo envidió.

      —Pero era más mayor que Daisy —añadió el niño, de nuevo perplejo—. ¿Cuántos años tiene?

      Frances se sintió como si se estuviera abriendo paso con dificultad entre sus recuerdos sin conseguir nada.

      —Ahora debe de tener quince —¿o tenía más? ¿Se había marchado ya a la universidad? ¿O esa era Marilou? ¿Y por qué no podía distinguirlas? Había tres chicas, eso lo recordaba. Jennifer quería tener un niño en ese último embarazo, pero había sido otra niña. Y con los salarios como maestros que tenían su marido y ella, decidieron que no podrían mantener a un cuarto.

      ¡Maldita sea! Si podía recordar todo eso, ¿por qué no podía aclararse con los nombres y las edades?

      La respuesta, por supuesto, era obvia. Se trataba de otro de esos alarmantes lapsus mentales.

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