E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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Karen torció el gesto.
—¿Y por qué esa responsabilidad es solo mía? ¿Le ha dicho lo mismo a Elliott? —se vio un poco tentada a añadir también el nombre de Adelia, pero le debía algo de discreción a su cuñada. Su suegra acababa de aludir a los problemas de su hija, pero no había sacado el tema abiertamente, así que ella tampoco lo haría.
—Aún no, pero lo haré. Primero quería hablar contigo. Siempre es la mujer la que tiene que calmar las aguas, mantener la paz.
—Yo no lo veo así —contestó Karen decidida a defender sus creencias—. Los hombres son tan responsables del estado de una relación como las mujeres —miró a su suegra con gesto curioso—. ¿Cómo le sentaba que el señor Cruz siempre estuviera dándole órdenes o la tratara con condescendencia? Sé que lo hacía, porque sus hijas lo han mencionado. Yo no la veo como una mujer que aceptaría un trato semejante.
Una discreta sonrisa cruzó el rostro de María.
—Tenía mis formas de hacerlo. Diego nunca fue ni violento ni inflexible. Era un buen hombre que había sido educado para creer que los hombres se comportaban de cierta manera. Me gusta pensar que le mostré que podía conseguir mejores resultados de otros modos.
—¿Pero discutían?
La mujer se encogió de hombros.
—Por supuesto. Los dos teníamos genio y opiniones muy fuertes. Pero, por mucho que discutiéramos, siempre terminábamos el día con un beso.
—¿Valoraba la mujer tan fuerte y capaz que es usted?
—A su modo —respondió encogiéndose de hombros, como si no fuera importante—. Pero a diferencia de ti o de mis hijas, yo me sentía satisfecha siendo ama de casa, anteponiendo mi familia a todo. No tenía necesidad de ninguna otra dedicación. Adelia es la única que ha seguido mis pasos, aunque participa en muchas actividades, pero podría tener un empleo si quisiera.
Ya habían mantenido esa conversación antes, así que Karen se negó a sentirse ofendida.
—Hay distintas formas de anteponer a tu familia —dijo pausadamente—. Ser responsable, trabajar para dar a mis hijos la vida que se merecen; esa es una forma. La de usted era otra.
—Estoy de acuerdo —contestó la señora Cruz con una sonrisa—. ¿Lo ves? He aprendido algo de ti, niña —le dijo pronunciando esa última palabra en español—. Tal vez si me escucharas con atención, también aprenderías algo de mí de vez en cuando.
Karen se rio.
—De eso no tengo duda. Ya solo sus recetas secretas han hecho que tenga a mi marido muy feliz.
—El matrimonio es más que llenar la barriga de un hombre con su comida favorita, pero eso ya lo sabes, ¿verdad?
—Aún tengo muchas lecciones que aprender y siempre escucharé sus consejos con la mente bien abierta. Alguien que haya criado a un hombre tan maravilloso tiene que ser muy sabia.
—Estás halagándome para que te diga cómo hacer esa salsa especial de mole que adora Elliott —bromeó—. Pero creo que me la guardaré de reserva para cuando tenga que pedirte un gran favor.
Karen se rio.
—Elliott me dijo que nunca podría sacarle la receta. Dice que hasta sus hermanas solo saben que contiene una variedad de pimientas y, tal vez, ¿un poco de chocolate? —preguntó esperando que le confirmara al menos eso.
—Un buen intento, muy lista, pero creo que me la guardaré un poco más. Tengo que tener motivos para que mis hijos sigan viniendo a casa.
—No creo que vengan por la salsa mole —le dijo Karen con total sinceridad mientras se despedía de ella con un abrazo—. Vienen por el amor que les da.
La señora Cruz la besó en las mejillas con entusiasmo.
—Y por eso eres mi nuera favorita.
—Soy su única nuera —dijo Karen y, a pesar de la extraña conversación, era un papel en el que cada vez se sentía más cómoda. Deseaba que estar con su suegra le resultara tan sencillo como estar con Frances y tal vez, con el tiempo, acabaría siendo así.
Estaba dirigiéndose a su coche cuando Adelia aparcó delante de la casa. Frunció el ceño al verla, bajó corriendo y cruzó el césped.
—¿Qué haces aquí? ¿Estabas hablando con mi madre sobre Ernesto? —le preguntó alterada.
—Claro que no —respondió Karen con tono tranquilizador—. ¿Por qué iba a hacer eso? Tu matrimonio es algo íntimo, Adelia. No me has contado ni una palabra de lo que está pasando y, aunque lo hubieras hecho, yo jamás se lo habría contado a tu madre.
Adelia se mostró aliviada.
—Lo siento. Tengo los nervios de punta. Me ha llamado mi madre, así que ya estoy a la defensiva.
Karen se rio.
—¿Te parece divertido? —preguntó Adelia torciendo el gesto.
—A mí también me ha llamado. Hoy debe de ser el día que tu madre ha elegido para resolver problemas maritales.
El rostro de Adelia fue relajándose y ella también empezó a reírse.
—¿A ti también?
—Sí.
—¿Y qué tal ha ido?
—Creo que he logrado tranquilizarla.
El efímero buen humor de Adelia desapareció.
—No estoy segura de que sea tan buena actriz como para fingir, pero lo voy a intentar —dijo poniéndose derecha—. Las cosas ya están bastante difíciles sin que mi madre se ponga histérica.
—Buena suerte —le dijo Karen antes de verla entrar en la casa. En ese momento, no la envidiaba.
Adelia habría dado lo que fuera por poder salir corriendo detrás de Karen. Había intentado eludir a su madre diciendo que tenía cosas que hacer, pero la señora Cruz había insistido. Cuando María Cruz hablaba a sus hijos con cierto tono, todos entendían que no había cabida para la discusión.
—Buenos días, mamá —dijo forzando un alegre tono al entrar en la cocina y asegurándose también de lucir una amplia y brillante sonrisa.
—Adelia —contestó su madre con gesto serio—. ¿Te apetece un café?
—Yo me lo pongo —respondió intentando ganar tiempo—. Y las pastas huelen de maravilla. Las de guayaba son mis favoritas, aunque a mí nunca me salen tan bien como a ti.
Su madre se limitó a enarcar una ceja ante el comentario.
—Ya basta de charlas sin importancia —dijo con firmeza—. Tenemos asuntos importantes que discutir. El domingo pasado te fuiste de esta casa sin decir ni una palabra a nadie