E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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Elliott no volvió a pensar en el tema hasta las cuatro en punto cuando lo llamó la directora.
—He intentado contactar con la señora Cruz, pero al parecer ha salido antes del trabajo —le explicó la mujer.
—¿Hay algún problema? —preguntó Elliott lamentando una vez más haber optado por ahorrarse el gasto del móvil de Karen que, por los niños, debería estar accesible en cualquier momento.
—Cuando ha llamado antes ha dicho que Frances Wingate vendría a recoger a los niños. El colegio ya ha terminado hace un rato y no sabemos nada de ella. Los niños siguen aquí esperando en mi despacho.
Elliott se sintió como si alguien le hubiera arrancado el corazón del pecho. Los niños estaban a salvo, así que su preocupación era por Frances. No habría faltado a menos que se tratara de una emergencia extrema. ¿Y si se había desmayado después de la clase de gimnasia? ¿O la había atropellado un coche de camino al colegio? Un millón de cosas, y ninguna de ellas buena, se le pasaron por la cabeza.
—Ahora mismo voy —le aseguró a la directora.
De camino allí intentó contactar con Karen.
—Problemas —dijo en cuanto ella contestó en casa—. Frances no ha ido al colegio. Estoy yendo a por los niños, pero creo que tenemos que ir a su casa para asegurarnos de que está bien.
—Yo me encargo —dijo de inmediato con la voz salpicada de miedo—. ¿Puedes preguntarle a Adelia si puede quedarse con los niños y nos vemos en el piso de Frances? No quiero que estén con nosotros si... —se le quebró la voz antes de poder llegar a vocalizar el mismo pensamiento que lo había aterrorizado a él.
—Buena idea. Tardaré lo menos que pueda. Espérame, ¿de acuerdo? Por si acaso... —también dejó en el aire su pensamiento más terrible.
En el colegio, Daisy y Mack estaban perplejos, pero bien por lo demás.
—La profesora nos ha dicho que Frances venía a recogernos. ¿Dónde está?
—Le ha surgido una cosa —dijo Elliott rezando por que no hubiera sido más que eso—. Pero voy a llevaros a casa de Adelia.
—¡Guay! —gritó Daisy encantada—. Selena dice que tiene un novio y quiero que me lo cuente.
—Selena es demasiado pequeña para tener novio —contestó Elliott automáticamente, aunque en ese momento no tenía tiempo de preocuparse por ese problema. El que tenía con Frances ya era demasiado importante.
Frances había reunido los ingredientes para hacer galletas de avena y pasas, había preparado tres hornadas y después había decidido llevarles unas pocas a Liz y a Flo, que quedaron en verse en el piso de la última. En ningún momento se le fue de la cabeza la sensación de que tenía algo más que hacer, pero no tenía nada apuntado en la agen-da.
Como era habitual, su visita a casa de Flo duró casi una hora. Flo siempre tenía mucho que contar, y sus aventuras solían hacer que sus amigas se partieran de risa al intentar imaginarse a ellas mismas comportándose tan escandalosamente a su edad.
Eran casi las cinco cuando volvió a casa y se encontró a Elliott y a Karen caminando desesperados de un lado a otro de la acera frente a su casa. En cuanto los vio, lo supo.
—¡Oh, Dios mío, los niños! —susurró al caminar hacia ellos con lágrimas en los ojos.
—Lo siento mucho —les gritó.
Karen corrió hacia ella y la envolvió en un abrazo tan fuerte que casi la dejó sin aire.
—Estábamos muy preocupados. Como no has ido al colegio, la directora ha llamado a Elliott. No sabíamos qué podía haberte pasado. Te hemos buscado por todas partes.
A Frances le temblaban las rodillas de pensar en el terrible error que había cometido.
—Creo que deberíamos ir dentro, si no os importa. Tengo que sentarme.
—Claro —dijo Karen de inmediato, agarrándola del brazo y yendo hacia el edificio.
Elliott le pidió la llave y abrió.
—¿Quieres un vaso de agua? —le preguntó al entrar en casa.
—Sí, y hay galletas en la encimera —dijo intentando compensar su lapsus de memoria jugando a la perfecta anfitriona.
Se sentó en el sofá con Karen a su lado agarrándole la mano como si le diera miedo soltarla. Solo cuando Elliott volvió con tres vasos de agua y un plato de galletas, la joven la miró directamente a los ojos.
—Frances, ¿puedes decirnos qué ha pasado? —le preguntó con mucho tiento, como si temiera que esa simple pregunta pudiera ser demasiado para la anciana—. ¿Dónde has estado?
Dadas las circunstancias, Frances entendía su cautela y le dio una reconfortante palmadita en la mano.
—He hecho las galletas para los niños, como le he dicho a Elliott que haría. Después he decidido llevarles unas pocas a Flo y a Liz —respiró hondo antes de admitirlo—. Podría mentiros y deciros simplemente que he perdido la noción del tiempo, pero no es así. Me he olvidado por completo de que tenía que recoger a los niños. No lo he recordado hasta que os he visto tan nerviosos delante de casa. ¿Están bien?
—Están en casa de mi hermana y están perfectos. No les ha pasado nada.
Frances era consciente de que Karen estaba observándola fijamente.
—No es la primera vez, ¿verdad? ¿Has olvidado otras cosas?
Frances asintió, al no verle sentido a mentirle a una joven que se había portado con ella tan bien como si fuera su propia hija.
—¿Has ido a ver al médico? —le preguntó Elliott con una expresión tan preocupada que a Frances le entraron ganas de llorar. Eso era exactamente lo que no había querido, que la gente se preocupara y sintiera pena por ella. Aceptarlo de Flo y Liz era una cosa, pero que esos dos jóvenes encantadores, que ya tenían tantas preocupaciones, añadieron eso a su lista no estaba bien.
—Aún no he ido al médico. Una parte de mí no quiere saber qué me está pasando. Si le preguntáis a la mayoría de la gente de mi edad, el Alzheimer es una de las cosas que más temen —se sintió orgullosa de poder pronunciar la palabra en alto.
—Pero Frances, podrían ser otras cosas —dijo Elliott—. A lo mejor no es tan grave como el Alzheimer. Puede que sea algún desequilibrio químico que se pueda corregir fácilmente. A lo mejor tus medicinas están interactuando negativamente.
—Tienes que averiguarlo —dijo Karen y añadió con decisión—: Yo misma llamaré al médico y te acompañaré.
—Los dos iremos contigo.
Las lágrimas salpicaron las mejillas de Frances.
—Sois unos cielos por preocuparos tanto por mí.
—No digas tonterías. Es lo mínimo que podemos hacer después de todo lo que has hecho