E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods Pack

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Y yo quiero manejarme sola todo el tiempo posible. Hasta ahora ni he quemado la casa ni me he perdido de camino al centro de mayores.

      Su intento de darle un toque de humor a la situación resultó en vano. Es más, Karen parecía estar al borde del llanto. Frances le dio un apretón de mano.

      —Deja de mirarme como si fuera el fin del mundo —le ordenó—. Liz y Flo saben lo que está pasando y se encargarán de que no cometa ninguna tontería. Tengo intención de seguir aquí mucho, mucho tiempo y, con suerte, con mi cabeza intacta.

      —¡Pero es tan injusto! —susurró Karen—. Has hecho mucho por mucha gente. No deberías tener que enfrentarte a algo así.

      —Todos tenemos cruces que llevar —la consoló Frances. Y, por extraño que pareciera, vio que intentar reconfortarla calmó su propio miedo, aunque no podía imaginar por qué, ya que el incidente de aquel día era una indicación clara de que tenía que obtener respuestas lo antes posible.

      Karen se acurrucó contra ella. Costaba ver quién estaba consolando a quién.

      —Quiero ir al médico contigo —repitió—. Sé que tienes a Liz y a Flo, pero para mí eres como una madre, Frances. Quiero hacer lo que pueda por ayudarte.

      —Trátame como lo has hecho siempre. Quiero aferrarme al último hilo de dignidad durante todo el tiempo posible.

      Vio a Karen mirar a Elliott, aunque no supo interpretar bien qué se estaban diciendo. También se fijó en que él asintió.

      —Esta noche me quedo aquí —le dijo Karen en voz baja aunque con decisión—. Y mañana iremos al médico.

      —No creo que nos den cita tan pronto —protestó Frances, que aún no estaba preparada para oír el veredicto médico.

      —Nos verán. Se lo diré a Liz, y nadie le dice no a Liz cuando se le mete algo en la cabeza.

      A pesar de su nerviosismo, Frances se rio.

      —Es verdad. De acuerdo, iremos mañana, pero no hace falta que te quedes esta noche.

      —Puede que tú no necesites que me quede, pero yo sí necesito quedarme.

      —Y yo estoy de acuerdo —añadió Elliott.

      Frances esbozó una débil sonrisa.

      —Pues supongo que está decidido —miró a Elliott con gesto de disculpa—. Siento haberos estropeado los planes de esta noche.

      —Nos importas mucho más que una cita —le aseguró él—. Eres parte de nuestra familia. Y ahora será mejor que vaya a casa a por las cosas de Karen, y después iré a recoger a los niños. ¿Quieres que los traiga para que os den las buenas noches o sería demasiado?

      —Oh, por favor, tráelos. Seguro que se están preguntando qué habrá pasado. Tengo que disculparme y puede que tengan que ver que estoy bien.

      Karen asintió.

      —Me parece una gran idea.

      —Pues hecho —dijo Elliott, dándole un beso a Frances en la frente antes de besar a su mujer.

      Aunque se sentía fatal por haberles arruinado la noche, Frances no podía evitar sentirse agradecida de que Karen fuera a quedarse allí. A pesar de su intento de disimular lo que había pasado, el incidente la había impactado más que ninguno de los otros lapsus que había tenido. Estando los niños de por medio, las cosas podrían haber sido mucho peores. Esa noche tendría que dar gracias a Dios por haberlos mantenido a salvo en el colegio. Sabía que en algunas ciudades con unos empleados de colegio menos atentos, podrían haberlos dejado salir solos, y entonces, ¿quién sabía lo que podría haber pasado?

      Karen no durmió nada aquella noche. Aunque Frances no había mostrado más signos de falta de memoria, a Karen la había impactado mucho que hubiera olvidado ir a recoger a los niños. Tanto si era Alzheimer como otra cosa menos grave, el lapsus no era buena señal y la idea de ver a su amiga sumida en una lenta y larga decadencia le partía el corazón.

      Después de una noche agitada en la habitación de invitados, terminó por quedarse dormida casi al amanecer y se despertó con el olor a beicon frito y café. En la era de los microondas y las cafeteras eléctricas, los dos aromas mezclados a la antigua usanza le hicieron la boca agua.

      Encontró a Frances en la cocina, ya vestida y oliendo a lirios del valle, su perfume favorito.

      —Parece que has dormido bien —le dijo Karen.

      —Sí —admitió Frances—. Mejor que en mucho tiempo —miró a Karen fijamente—. En cambio tú no tienes pinta de haber pegado ojo.

      —No lograba desconectar ni relajar la mente —admitió.

      —Y en cambio la mía parece no estar funcionando la mitad del tiempo.

      —¿Cómo puedes bromear con algo así?

      —¿Y qué otra cosa voy a hacer? No es que pueda cambiar lo que hay.

      —Pero hay medicamentos —protestó Karen antes de darse cuenta de que eso no lo sabía en realidad. Añadió con menos certeza—: Debe de haberlos.

      —Nada de eso puede cambiar el curso de esto. Créeme, Flo lleva semanas mirando en Internet. Hay unas pocas cosas prometedoras que podrían ralentizar el progreso, pero no son definitivas.

      —¿Y ha mirado Flo otros diagnósticos posibles? —le preguntó Karen queriendo creer que no había realizado una búsqueda completa a pesar de que no sería lo más probable tratándose de la madre de la compulsivamente organizada Helen Decatur-Whitney.

      —Tendrás que preguntarle. Liz y ella llegarán en un momento. Van a desayunar con nosotras.

      —Ya decía yo que estabas haciendo beicon para un regimiento.

      —Creemos que ya estamos demasiado mayores para preocuparnos por el colesterol. ¿A esta edad, cuántas semanas o minutos de vida puede robarnos? Ya he tenido una vida plena y Liz también, aunque a Flo probablemente le queden unos buenos años aún antes de que empiece a aceptar lo inevitable, como nos pasa a Liz y a mí.

      —Me gustaría que dejaras de hablar como si la muerte estuviera al otro lado de la esquina —dijo Karen estremeciéndose.

      Frances le lanzó una mirada de disculpa, aunque no retiró lo dicho.

      —Cielo, todos vamos a morir. Una vez llegas a mi edad la única pregunta es si nos iremos armando mucho jaleo o sin quejarnos.

      Karen intentó contener la pena.

      —Espero que te vayas peleando.

      Frances se rio.

      —Haré lo que pueda. Y ahora ya basta de esta charla tan tétrica. ¿Sabes que Flo tiene novio?

      Karen no pudo evitarlo y se quedó con la boca abierta.

      —¿Lo sabe Helen?

      —No, si Flo se ha salido con la suya —le confió Frances—. Está muy segura

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