E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 2 - Sherryl Woods Pack

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me inspiráis. Cuando sea mayor, quiero ser como vosotras.

      —Oh, mi niña, tú eres como eres y, si quieres saber mi opinión, eres fantástica tal cual.

      —Y esa es la otra razón por la que te quiero. Hasta que te conocí, no supe lo que era el amor incondicional.

      Frances la miró con tristeza.

      —Seguro que tu madre...

      —Sabes bien que no, pero te tengo a ti, y es una de las cosas por las que doy gracias cada día.

      ¿Y qué demonios haría si perdiera ese apoyo tan inquebrantable, a la mujer que había sido su tabla de salvación y su mayor protectora en todo momento? Sin ella, las perspectivas de futuro eran demasiado desalentadoras como para soportarlas.

      Adelia se sobresaltó cuando la puerta de la casa se cerró de un golpe. Un minuto después, Ernesto entró en la cocina lleno de furia.

      —¿Qué es esto? —preguntó tirándole una tarjeta de crédito sobre la mesa—. ¿Crees que estoy forrado de dinero?

      Durante demasiados años, Adelia se había acobardado bajo esa mirada y enseguida se había ofrecido a devolver lo que fuera que lo había enfurecido. Pero ya no. Por mucho que él se ocupara de sus cuentas, sabía hasta el último centavo que tenían en el banco.

      —¿Algún problema? —le preguntó con firmeza.

      —Te has gastado cientos de dólares en ese gimnasio donde trabaja tu hermano solo en una semana. Y ya que no veo que hayas perdido ni un gramo, ¿en qué te lo has estado gastando?

      —Pues resulta que he perdido dos kilos —dijo con orgullo, y como no pudo aguantarse, añadió—: He pensado que debía ponerme en forma para lo que me surja, o quien me surja.

      El comentario lo dejó atónito.

      —¿Cómo dices? ¿Qué significa eso?

      —Tú has seguido con tu vida, ¿por qué no iba a hacerlo yo?

      Él se sonrojó ante el desdeñoso comentario.

      —Si me entero de que estás engañándome...

      Adelia lo miró y lo desafió a terminar.

      —¿Sí? ¿Qué vas a hacer? ¿Quejarte de lo indigno que sería eso? ¿Divorciarte de mí? Eso sí que nos daría una experiencia de lo más animada en los tribunales.

      La miró fijamente.

      —¿Qué te ha pasado?

      —Que he descubierto que tengo agallas —le contestó con inconfundible orgullo—. Te advertí que podía pasar. Ahora tienes que pensar cómo vas a actuar ante esto.

      Él abrió la boca para hablar, pero sacudió la cabeza, se giró y se fue.

      Adelia lo vio marcharse y una sensación de bienestar la invadió. Unos meses atrás, incluso semanas atrás, la habría aterrorizado haberle hablado con tanto atrevimiento, con tanta terquedad. Ahora se sentía triunfante. Tal vez era demasiado tarde para recuperar su matrimonio, pero estaba claro que no era demasiado tarde para encontrarse a sí misma.

      Elliott había hablado con Karen a primera hora de la mañana para ver cómo había ido la cita con el médico, pero por desgracia no podían darle un diagnóstico definitivo sin realizarle más pruebas y les había recomendado un especialista en Columbia. Pasarían un par de semanas hasta que lo supieran con certeza.

      Aún seguía preocupado no solo por Frances, sino por el impacto que lo que le sucediera tendría en Karen. Eso era lo que estaba pensando mientras iba del spa al gimnasio. Cuando entró, le sorprendió ver que las paredes de la sala principal estaban terminadas y lucían un jovial tono verde salvia. Por él habrían sido verde pálido, pero Maddie le había convencido de que incluso a los hombres les gustaría ese toque de color.

      —Si las ponéis grises, con todas las máquinas en gris acero y negro, pronto esto tendrá un aspecto tan sórdido como el Dexter’s —había insistido.

      Al mirar a su alrededor tuvo que admitir que había tenido razón. Resultaba limpio y acogedor. Costaba creer que en otro par de semanas las puertas estuvieran abiertas. Por fin tendría un negocio con beneficios potenciales y decentes y a lo mejor hasta Karen podía dejar atrás su preocupación por el dinero.

      Encontró a los demás tomándose un descanso en la terraza trasera.

      —¿Qué hacéis aquí todos holgazaneando? Aún hay trabajo por hacer.

      Ronnie levantó una cerveza a modo de saludo.

      —Estamos en pleno proceso de tormenta de ideas y la cerveza ayuda.

      Elliott asintió.

      —Pues dadme una y así os ayudo yo también con las ideas. ¿Sobre qué tema?

      —Tenemos que encontrar un nombre para el local —dijo Cal—. Maddie está histérica porque no puede hacer la publicidad ni encargar un rótulo sin un nombre. Se niega a llamarlo The Club, que es lo que le propuse.

      —Y no me extraña —dijo Travis—. Hasta yo puedo ver que tendría sus inconvenientes, como por ejemplo que la gente no sabría qué clase de club es. Podríamos estar celebrando partidas ilegales de póquer o tener salas llenas de humo de tabaco.

      Elliott agarró su cerveza y se sentó contra la baranda de la terraza.

      —¿Alguna otra opción de momento?

      —¿Qué vamos a ser? —preguntó Tom—. Un gimnasio, ¿no? Para hombres. ¿Y cómo podemos hilarlo? Es muy simple.

      —Las mujeres optaron por lo simple con The Corner Spa —comentó Erik—. Spa alude a algo con clase. The Corner Spa le da el toque de acogedor, de familiar. Resulta que es la combinación perfecta.

      —Bueno, pero nosotros no estamos en una esquina y no creo que pudiera valer algo cómo «El gimnasio en mitad de la calle» —bromeó Travis.

      —El de Dexter se llamaba simplemente «Dexter’s» —apuntó Elliott.

      —Pero era el dueño del local —contestó Ronnie—. Nosotros tenemos una sociedad.

      Ronnie sacudió la cabeza.

      —¿Quién se pensó que ponerle nombre a este sitio iba a ser más complicado que reformarlo?

      —Eso es porque para las reformas hace falta mucha fuerza y de eso nos sobra —dijo Cal—. Un nombre requiere finura, y puede que ese no sea nuestro mejor atributo.

      —Eso lo dirás por ti —dijo Travis sonriendo—. Yo soy todo finura. Pregúntale a Sarah.

      —Podríamos pedirle opinión a las chicas —propuso Tom.

      —¿Y admitir que no tenemos ni idea? —protestó Ronnie—. Pues entonces nos lo estarán recordando toda la vida.

      —Creo que Tom tiene razón —dijo Cal—. Deberíamos comprarles

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