Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras
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–¿Por qué no? –preguntó él, deslizando una mano por su espalda–. Necesito hacerte Mia de nuevo.
Mia recordó aquella noche, cuando su mano había sido como un bálsamo mientras la hacía suya. Y tal vez Dante pensaba lo mismo porque se apretó contra ella, empujando sus caderas hacia delante.
–Alguien podría vernos –le advirtió, sabiendo que era imposible decirle que no.
–Estamos solos –dijo él, tomando su mano.
Durante un segundo, pensó que iba a besar sus dedos como había hecho aquella noche, pero en lugar de eso puso algo frío en la palma de su mano.
Mia no se atrevía a mirar y tardó unos segundos en comprobar que era una llave.
–Si me deseas esta noche, solo tienes que usar esta llave. Tenemos habitaciones contiguas.
Mia miró la llave, angustiada. Desde que recibió la llamada de Dante había luchado consigo misma antes de tomar la decisión de acudir a Roma. Intentaba convencerse de que no quería volver a acostarse con él, pero en el fondo sabía que era mentira.
Y no le había hablado del embarazo. No había tenido oportunidad hasta ese momento y…
De repente, se abrieron las puertas del jardín y Dante dio un paso atrás.
Stefano torció el gesto al verlos juntos.
–Dijiste que debíamos dejar a un lado la animosidad por una noche, pero esto… –su hermano lo miró con gesto desdeñoso–. Los discursos están a punto de empezar.
–Sí, claro.
Dante lo siguió, dejando a Mia con la llave en la mano y sin saber qué hacer. Volvió sola al salón de baile y ocupó su sitio, intentando no mirar a nadie mientras él subía a la tarima para hablar de su padre y de la importancia de la fundación.
Mia intentaba mostrarse serena y sonreír cuando era apropiado, pero la llave que guardaba en el bolso parecía pulsar como una alarma nuclear.
Solo podía pensar que esa noche estaría por fin con Dante Romano.
Capítulo 8
EL RESTO del baile fue un borrón, pero por fin llegó el momento de marcharse y Mia se dirigió a su suite. Al parecer, Dante podía no solo ser tierno cuando quería sino también romántico porque había una botella de champán en un cubo de hielo, una caja de bombones y un precioso ramo de rosas tan rojas como su vestido.
No sabía qué hacer. Quería hacer el amor con Dante, pero antes debía hablarle del embarazo y no sabía cómo hacerlo. ¿Debía soltarlo así, de golpe, o sería mejor escribir una nota y meterla por debajo de la puerta?
Se sentó frente al escritorio y tomó un papel de color crema con el membrete de La Fiordelise, pensando en la amante del duque mientras intentaba escribir la nota.
Dante, no sé cómo decirte esto…
Dante, hubo un problema con la pastilla…
Dante…
Su corazón latía acelerado, pero más de frustración que de miedo, porque sabía que en cuanto se lo contase la mágica noche terminaría.
Y entonces Mia tomó la decisión más egoísta de su vida. Aunque sabía que debía decírselo, y se lo diría, quería hacer el amor con Dante esa noche.
De modo que dejó de intentar escribir la nota y sacó la llave del bolso.
Tal vez aún no habría subido a la habitación porque había muchos invitados a los que despedir, pero la puerta se abrió unos segundos después.
No iba a decírselo esa noche, imposible.
–Mia.
Dante dio un paso adelante y, cuando estuvo entre sus brazos, el miedo de decírselo, la incertidumbre, todo desapareció como por ensalmo.
La estrechó contra su torso y ella suspiró de felicidad al estar de nuevo entre sus brazos. Dante besó su frente y Mia cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de frustración cuando empezó a besar sus mejillas.
–Dante… –murmuró, buscando sus labios, pero él se los negó, ocupado en besar tiernamente su cuello.
La sentía temblar de deseo entre sus brazos y la quería desnuda en la cama cuanto antes. Solo quería besarla por todas partes, pero cuando sus labios se encontraron no pudo esperar más.
Fue un beso fiero, apasionado. Él había querido esperar, pero tres meses de separación eran demasiado tiempo.
El aroma de Dante, que tantas veces había evocado, la consumía y su desatada pasión hizo que Mia revelase verdades que no tenía intención de revelar.
–Te he echado de menos –dijo con voz ronca–. Dante, te deseo tanto…
Esa admisión lo sorprendió porque Mia era tan reservada, tan aparentemente fría.
Pero en realidad no lo era en absoluto y también él estaba desatado.
No pensaba en llevarla a la cama, solo en acariciarla por todas partes. Bajó la mano hacia la cremallera de su pantalón, pero al hacerlo rozó sus pechos y, al oírla gemir, los acarició por encima del vestido.
Mia estaba desesperada, frenética. Se había sentido desesperada y frenética muchas veces en la vida, pero por razones más tristes. Y siempre lo había escondido, siempre había contenido sus emociones, pero en los brazos de Dante su reserva desapareció.
Sus manos parecían estar por todas partes, impacientes y deliciosas. Nunca había deseado algo tanto en toda su vida. Olvidando su timidez, desabrochó la camisa para acariciar su torso y luego empezó a tirar del cinturón…
No sabía quién era esa mujer.
Los dos jadeaban mientras Dante buscaba un preservativo. Mia estuvo a punto de decirle que no era necesario, pero él estaba tirando de sus bragas y dejó de pensar.
Ni siquiera pensaban en ir a la cama, que estaba a solo unos metros. Dante la tomó en brazos y se enterró en ella sin esperar un segundo, pero Mia no sabía cómo moverse con abandono o cómo encontrar el ritmo porque su experiencia consistía en una sola noche con él.
Dante buscó una pared, cualquier pared, pero al hacerlo tiró el jarrón de rosas al suelo. Ninguno de los dos se dio cuenta.
Sintiendo el frío muro en la espalda, Mia le echó los brazos al cuello mientras él la tomaba contra la pared una y otra vez.
Con las piernas enredadas en su cintura, el tacón de un zapato se clavaba en su pantorrilla. Sentía el dolor, pero no podía apartarse porque tener a Dante dentro de ella, duro y desatado, era irresistible. La embestía con tal fuerza, con tal fiereza, que le temblaban los muslos y echaba la cabeza hacia atrás hasta rozar la pared.
–Dante…
Estaba