Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras

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era lo que pasaría cuando fuesen publicadas y sabía que no había ninguna posibilidad de que no salieran a la luz.

      Después de hablar con su abogado, se levantó para llamar a la puerta de la habitación contigua.

      –¡Mia! –la llamó.

      No hubo respuesta y volvió a llamar un par de veces antes de empujar la puerta. Esparcidas por el salón estaban las pruebas de su encuentro: su camisa, las bragas de Mia, las rosas tiradas por el suelo y una hoja de papel escrita a mano.

      Dante, no sé cómo decirte esto…

      Dante, hubo un problema con la pastilla…

      Dante…

      Y ahora él tenía que contarle aquello.

      –¿Mia?

      La puerta se abrió entonces y Mia salió de la habitación poniéndose un albornoz.

      –¿Es hora del segundo asalto? –le preguntó, irónica.

      –No he venido para discutir. Quiero que te vistas y hagas la maleta.

      –No te preocupes, Dante. Me marcho.

      –¿De verdad crees que te he despertado para echarte de aquí? Tenemos que irnos ahora, juntos. Voy a llevarte a Luctano, donde podré controlar mejor la situación.

      –¿Qué situación?

      –Anoche nos hicieron fotos en el jardín… fotos comprometedoras.

      Dante vio que ella palidecía.

       –¡No!

      –Me temo que sí.

      –¿Las has visto?

      –No, me lo ha contado Sarah, mi ayudante.

      –Pero si ni siquiera nos besamos –dijo ella. Sus labios no se habían rozado, pero estaban pegados el uno al otro–. Oh, no…

      Se le doblaron las piernas y Dante la tomó del brazo para sentarla en el sofá, mirándola mientras enterraba la cara entre las manos. Parecía desolada y, a pesar de las palabras de Sarah, ni por un momento pensó que pudiese estar actuando.

      –Podemos irnos ahora porque las fotografías aún no han sido publicadas, pero te garantizo que no tenemos mucho tiempo.

      Parecía tan sereno cuando ella no podía ni poner un pie delante de otro.

      –Dante, no puedo viajar en helicóptero.

      –No importa, iremos en mi coche.

      –Pero empiezo a trabajar mañana –protestó ella.

      Claro que cuando se publicasen las fotos tal vez ya no tendría trabajo, pensó, angustiada.

      Dante vio el vestido colgando de una percha y los zapatos cuidadosamente colocados debajo, un orden tan reñido con el caos al que acababan de ser lanzados con la publicación de esas fotografías.

      –A pesar de lo que dije anoche, es evidente que tenemos que hablar. Pero, por el momento, solo tenemos que irnos de aquí.

      Mia se puso la camiseta y la falda vaquera y guardó el resto de sus cosas en la maleta.

      –¿Dónde está tu equipaje? –le preguntó después.

      –Sarah se encargará de ello –respondió Dante mientras abría la puerta y le hacía un gesto para que lo precediese–. ¿Qué te ha pasado en la pierna?

      Mia bajó la mirada y vio un moratón donde se había clavado el tacón del zapato la noche anterior.

      –Es culpa tuya.

      La ciudad, bañada por una preciosa luz dorada, aún no se había despertado y las calles desiertas le parecieron más bonitas que nunca, pero nada de eso podía tranquilizarla.

      –¡Me he dejado los pendientes en el hotel! –exclamó Mia entonces.

      –No importa.

      –Los dejé en la caja fuerte.

      –Sarah vendrá a buscarlos. Está esperando en mi apartamento.

      –¿Vamos a tu apartamento?

      –Sí, necesito solucionar un par de cosas antes de irnos.

      Vivía en Campo Marzio, en el centro histórico de Roma, en un edificio protegido por una verja de hierro y un guardia de seguridad. A pesar de las circunstancias, Mia sentía curiosidad por conocer su casa… pero no estaban solos.

      Sarah, su ayudante, estaba allí y, aunque la saludó amablemente, era evidente que no tenía interés en ella, de modo que mientras ellos hablaban se dedicó a echar un vistazo.

      La decoración del salón, de techos muy altos, era una fabulosa mezcla de muebles antiguos y modernos. Había alfombras por todas partes, grandes sofás de cuero y enormes cuadros de arte contemporáneo que contrastaban de maravilla con los antiguos escalones de la Plaza de España que veía por la ventana.

      Pero la mayor sorpresa fue un diminuto perro blanco sentado en uno de los sofás. Dante no parecía el tipo de hombre que tendría un perro pequeño, o ningún perro en realidad. El pobre tenía los ojos blanquecinos debido a las cataratas y permanecía inmóvil mientras Dante acariciaba sus orejas.

      –¿Recuerdas el código de la caja fuerte? –le preguntó.

      Mia lo pensó un momento.

      –Uno, dos, tres, cuatro –respondió por fin, poniéndose colorada.

      Él hizo una mueca mientras se despedía de Sarah.

      –Deberíamos irnos –dijo después.

      –¿Nos llevamos al perro? –le preguntó Mia.

      –No, Alfonzo vive tumbado en ese sofá y odia que lo muevan. ¿Necesitas algo?

      –Café –respondió ella.

      No había sitio en su cerebro para pensar en nada más en ese momento.

      Compraron bollos y café por el camino y desayunaron en el coche.

      –Es como si fuéramos fugitivos –comentó Mia.

      –Un poco –admitió Dante–. Pronto sabrán dónde estamos, pero al menos no te pillarán llegando a Heathrow cuando se publiquen las fotos.

      Su móvil sonó en ese momento y Dante habló durante unos minutos.

      –Era Sarah –dijo después–. Los pendientes están en mi apartamento.

      –Gracias.

      –Uno, dos, tres, cuatro –Dante sacudió la cabeza–. ¿No se te ocurrió una combinación más fácil?

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