¿Fin del giro a la izquierda en América Latina? . Gisela Zaremberg

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¿Fin del giro a la izquierda en América Latina?  - Gisela Zaremberg

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del giro a la izquierda) lo conciben como parte integral del deterioro neoliberal (es decir, las reformas estructurales de mercado habrían sido más que un cambio de las políticas de desarrollo, y constituían también un proyecto de transformación político, social y cultural),9 sin embargo para otros los ámbitos económico y político son autónomos, aunque ciertamente existe relación entre las crisis en ambos de principios de siglo.10

      La crisis económica y los déficits del sistema político democrático latinoamericano son las causas del giro a la izquierda más mencionadas en la literatura (aunque ningún estudio ofrece un planteamiento metodológico causal para demostrarlo).11 También se suele resaltar el impacto que tuvo la normalización electoral en la región, ya que en la medida en que se institucionalizó la competencia política las elecciones se convirtieron en parte de la vida de los países y fueron asumidas por los distintos actores (incluidas las izquierdas) como la única ruta para la conquista del poder. En ese sentido, era esperable que tarde o temprano los partidos y candidatos que no habían accedido a los gobiernos tuvieran su oportunidad, la cual llegó cuando el electorado pudo castigar a sus autoridades por la crisis económica y por el mal desempeño público (Castañeda, 2006; Cleary, 2006; Levitsky y Roberts, 2011). Es más, algunos autores señalan que el giro a la izquierda no fue más que una alternancia política en que la población no votó a favor de la izquierda, sino de oposiciones o de líderes que no habían gobernado previamente, esto con el fin de que haya cambios en los gobiernos (Panizza, 2009). ¿Por qué entonces no llegaron las izquierdas antes al poder?

      La crisis de la deuda de la década de los ochenta del siglo XX afectó la credibilidad de los planteamientos que señalaban la necesidad del involucramiento del Estado en la economía, mismos que siempre han sido parte de los programas de la izquierda política. El desprestigio de estas ideas fue tan grande y el acuerdo sobre la conveniencia de las reformas de mercado llegó a ser tan amplio que varios candidatos que se postularon por partidos de tradición nacionalista-revolucionaria se ajustaron a los señalamientos del Consenso de Washington cuando les tocó gobernar.12 El éxito en contener la inflación y en conservar la estabilidad económica, en un contexto en que el recuerdo de los trastornos provocados por la crisis aún estaban frescos, permitieron la continuidad de dichas políticas. Sin embargo, las izquierdas fueron avanzando de forma gradual en elecciones subnacionales y municipales, lo que les permitió, antes de llegar a la presidencia, gobernar regiones importantes de los países y ciudades tan centrales como Caracas, Brasilia, São Paulo, Montevideo, San Salvador y la Ciudad de México. Ese ejercicio de gobierno no solo les permitió ganar experiencia en la gestión pública, sino también construir una buena reputación al respecto.13 Además, el acceso que tuvo la izquierda a los poderes legislativos le permitió proyectar su imagen y mezclar discursos de oposición radical con el juego pragmático de alianzas y compromisos parlamentarios. En ese sentido, el giro habría sido producto de un proceso de acumulación política de la democracia que tomó casi dos décadas, tiempo en el cual las ideas de mercado perdieron fuerza y los partidos de izquierda acumularon experiencia y ganaron aceptación.

      Las causas desarrolladas en los dos párrafos anteriores pueden sintetizarse bajo las expresiones institucionalización de la competencia política y acumulación política democrática. A las mismas la literatura agrega dos factores causales de índole internacional: el retiro de Estados Unidos de la región después del ataque a las Torres Gemelas de 2001 (Cameron, 2009) y el surgimiento de un proceso de difusión regional hacia la izquierda, similar a un efecto contagio de un país a otro (Levitsky y Roberts, 2011). En relación con el primero, se menciona que el país norteamericano concentró sus esfuerzos militares, diplomáticos y económicos en las invasiones a Irak y Afganistán y en los efectos negativos que estas generaron en los países cercanos, lo que provocó que América Latina pasara a un segundo o tercer plano de su agenda internacional, motivo por el cual la fuerza cada vez mayor que iba cobrando el giro a la izquierda no se vio amenazada por una reacción contraria desde Washington. Esta postura de Estados Unidos incluso aumentó después de la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata cuando prácticamente quedó sepultada cualquier posibilidad de que se concretara la iniciativa norteamericana de constituir un área de libre comercio continental (ALCA). Respecto al proceso de difusión regional se señala que el éxito de los primeros gobiernos de izquierda en lograr un buen desempeño económico (en buena medida gracias al aumento de precios internacionales de materias primas) eliminó las reservas que algunos sectores de la población en otros países tenían con la izquierda y dio mayor impulso al cambio. El cuadro 2 resume las causas en América Latina que identifica la literatura comparada.

       Cuadro 2. Causas del giro a la izquierda

Cuadro 2. Causas del giro a la izquierda

      En la discusión académica sobre los tipos de izquierda en América Latina se identifican dos corrientes: una que construye tipologías mutuamente excluyentes (que es predominante en los estudios) y otra que propone clasificaciones multidimensionales. En cuanto a la primera, ha tenido amplia difusión el planteamiento de Castañeda (2006) de que existen dos izquierdas en la región, una populista y otra socialdemócrata. La primera estaría presente en Venezuela, Bolivia y Argentina, y la segunda en Chile, Uruguay y Brasil. Para este autor solo la izquierda socialdemócrata representa un avance en términos de su responsabilidad fiscal, su pluralismo y su apertura a la modernidad, en tanto que el populismo es un retroceso histórico en todos los sentidos. Oxhorn (2009) y Weyland (2010) presentan clasificaciones muy similares, pero con distintas etiquetas; así, identifican una izquierda moderada donde las instituciones representativas tuvieron éxito (presente en Brasil, Chile y Uruguay) y otra contestataria que emergió del rechazo a esas instituciones (en Venezuela, Bolivia y Ecuador). Por su parte, Schamis (2006) y Lanzaro (2008) proponen una categoría intermedia entre las dos anteriores, misma que estaría caracterizada por su pasado nacional-popular y por el hecho de que está presente en países que nunca pudieron establecer un sistema de partidos institucionalizado (en Argentina, Nicaragua y Perú).

      En las tipologías mutuamente excluyentes siempre aparecen de un lado Chile, Uruguay y Brasil, y del otro Venezuela, Bolivia y Ecuador, y se desvanecen las diferencias que hay en el interior de cada grupo, pero las clasificaciones multidimensionales añaden información importante. Así, por ejemplo, Panizza (2009) muestra que en Bolivia la participación directa y la deliberación de los actores sociales es muy alta, lo que la acerca al caso uruguayo y la aleja de la izquierda venezolana, pero que el poder del líder también es alto, lo que, de forma contraria, la aleja de Montevideo y la acerca a Caracas. Para Luna (2010) también hay similitudes entre la izquierda uruguaya y la boliviana (en relación con los límites sociales al poder) y entre esta y la venezolana (ya que ambas buscan cambios radicales). Finalmente, quienes hacen la propuesta más interesante son Levitsky y Roberts (2011), quienes identifican cinco grupos de dicha corriente política en la región: izquierda electoral profesional (en Brasil y Chile), izquierda orgánica de masas (en Uruguay), maquinaria populista (en Argentina y Nicaragua), izquierda populista (en Venezuela y Ecuador) y movimiento de izquierda (en Bolivia).

      Al igual que en la discusión sobre qué es la izquierda, en el debate sobre los tipos de izquierda no queda claro si los autores están evaluando lo que dicen los líderes o lo que hacen, los orígenes de esos gobiernos o la forma en que gobiernan. Tampoco ayuda mucho que ese debate esté atravesado por prejuicios en contra de una parte de la izquierda de la región o esté planteado en términos normativos de la buena y la mala izquierda, algo que es notorio al menos en Castañeda (2006), Schamis (2006)14 y Weyland (2010). Pero ese tipo de sesgo también se aprecia en quienes se empeñan en defender, con ninguna evidencia sistemática, las experiencias de Venezuela, Bolivia y Ecuador (Laclau, 2006; Borón, 2012). En ese sentido, resulta lamentable que la batalla ideológica permee en los estudios científicos sobre los fenómenos políticos.15

      La tercera etapa de la discusión académica sobre el giro a la izquierda es reciente y está muy poco desarrollada. En ella se discute sobre los resultados

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