Historia de la estrategia militar. Jeremy Black

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Historia de la estrategia militar - Jeremy  Black

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los objetivos y competencias estratégicos y operativos. Por ejemplo, la victoria podía llegar a cobrarse a un precio tan alto que los objetivos estratégicos de los derrotados se consiguiesen, como en la victoria francesa sobre Guillermo III en Steenkerque en 1692: Guillermo tuvo que abandonar el terreno, pero los franceses abandonaron sus planes de atacar la fortaleza mayor de Lieja[14].

      A una victoria defensiva, como la de Pedro el Grande de Rusia sobre Carlos XII de Suecia en Poltava en 1709, podía seguir una ofensiva estratégica: Federico el Grande citó la estrategia de Carlos de invadir Rusia como un ejemplo del peligro de la estrategia de expansión excesiva, y también citó Clausewitz al propio Federico como ejemplo de esto mismo. Carlos, desde luego, carecía de los recursos suficientes. A su derrota siguieron las conquistas de Pedro de Estonia, Livonia y Finlandia, y la expulsión del protegido de Carlos en Polonia. Respecto a los objetivos, la estrategia era obvia en cuanto a la priorización de los desafíos y los compromisos. Este proceso podía requerir la introducción de objetivos diplomáticos, quedando ambos elementos afectados por un alto grado de volatilidad.

      A pesar de las muchas limitaciones, hubo mejoras patentes en las competencias militares preindustriales que pudieron mejorar las oportunidades estratégicas y operativas. En particular, tuvieron importancia las nuevas estructuras administrativas, más efectivas. Más allá de sus muchas deficiencias en la práctica, la forma administrativa y la regularidad burocrática fueron importantes en cuanto a la habilidad para organizar y sostener tanto los efectivos como su actividad. Sin esta forma y esta regularidad, las fuerzas armadas eran difíciles de mantener a no ser que se implantaran remedios ad hoc para asegurar su supervivencia. Estos ejércitos y armadas, más grandes y mejor mantenidos, crearon una capacidad para actuar efectivamente en más de una esfera simultáneamente. Al mismo tiempo, esto conllevaba sus propios problemas. Le ocurrió a la armada británica en 1778, cuando Francia se incorporó a la guerra norteamericana de independencia y se planteó la cuestión de cuantos buques hacían falta para mantener controladas ciertas aguas y cuántos para apoyar otros enclaves. Se trata de un problema recurrente en la estrategia naval, la cuestión de la concentración de la potencia militar. También se ve afectado por contextos geopolíticos y tecnológicos. En 1778, los problemas con las distancias y las comunicaciones dieron paso de facto a un sistema descentralizado de toma de decisiones e implementación.

      La mayoría de los Estados operaron en un orden internacional agudamente amenazado. No fue el caso del aislado Japón, que no participó en ninguna guerra extranjera durante los siglos XVII y XVIII, pero sí fue el caso de los sistemas políticos establecidos y también de los nuevos regímenes y los futuros Estados. Definir los intereses en este contexto era algo inherentemente dinámico, y las estrategias cambiantes caracterizaron este dinamismo.

      Para los actores, estatales o no, los elementos estratégicos estaban ligados a la política del poder, aunque también había importantes dimensiones ideológicas implicadas. Por ejemplo, puede verse una demostración de la relevancia de los elementos políticos domésticos e internacionales y hasta qué punto podía cambiar la cultura estratégica en la «Revolución gloriosa» de 1688-1689, que produjo que la Francia católica fuese vista en Inglaterra/Gran Bretaña como el enemigo ideológico y estratégico por antonomasia, quedando ambas dimensiones estrechamente unidas. Además, esto se dio a un nivel que Francia no había visto en tal siglo, pues previamente las miradas se habían posado en España, hasta que el expansionismo francés cambió la situación y la percepción a mediados del siglo XVII.

      La búsqueda de la seguridad no fue simplemente un proceso externo. La seguridad y la estrategia eran aspectos tanto domésticos como internacionales, y hay que considerar ambos, junto a sus interacciones. También estaba la cuestión de cuál era la mejor forma de controlar las fuerzas militares. Esta cuestión implicó tanto el asunto específico de la lealtad, con las consecuencias políticas que pudieran darse, como el más general relativo al impacto político y social a largo plazo de estas fuerzas.

      Entre los elementos clave de la estrategia estaba la disposición de los gobernantes, los comandantes y los combatientes no solo para matar a muchos, sino para aceptar fuertes bajas. Preservar el ejército fue una prioridad estratégica central, tanto un fin como un medio, pese a lo cual había una mayor disposición a aceptar bajas de la que hay hoy en la mayoría de los conflictos bélicos. Además, hay un marcado contraste entre el individualismo y el hedonismo modernos, al menos en ciertas culturas, y los conceptos antiguos del deber y el fatalismo en medio de unas condiciones mucho más duras que las actuales. La aceptación de las bajas fue un aspecto crucial de la belicosidad del pasado y del modo de perseguir

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