E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis
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Pero empezó a sentirse un poco insultada por la actitud de Lucas…
–No estoy segura de cuál es el problema –dijo.
–¿Me estás tomando el pelo?
Su voz sonaba ronca y sexy, demonios. Y estaba claro que todavía no había probado la cafeína.
Y ella, tampoco. Peor aún, la noche anterior no se había desmaquillado a causa del estrés y la preocupación por el hombre que tenía delante, así que, seguramente, parecía un mapache.
Un mapache muy despeinado.
Ignoró a Lucas y apartó el edredón. La ropa de cama de Lucas era de muy buena calidad; iba a tener que pedirle a Archer que le subiera el sueldo para poder permitirse algo parecido.
De repente, fue como si él se hubiera tragado la lengua, y ella se miró. Como no quería acostarse con la ropa de salir, había tomado prestada una de las camisetas de Lucas. Le llegaba hasta la mitad de los muslos y era más suave que ninguna de sus propias camisetas, y la verdad era que no se la iba a devolver.
–¿Esa camiseta es mía? –preguntó él.
–Sí.
Lo curioso era que, en el trabajo, Lucas era un tipo estoico, imperturbable, calmado. No había nada que pudiera alterarlo. Por el contrario, en aquel momento, no estaba tan tranquilo; pensaba que se habían acostado y, aunque lo estaba disimulando muy bien, tenía un ataque de pánico.
Él miró a la silla y vio su vestido y, debajo, los zapatos de tacón. Sobre los zapatos estaba su sujetador de encaje color champán. Lucas cerró los ojos y se pasó una mano por la mandíbula.
–Estoy perdido.
Ella se cruzó de brazos.
–¿Es que no te acuerdas de nada?
Él abrió los ojos.
–¿Hay mucho de lo que acordarse?
–Vaya –respondió ella, en tono de enfado. No sabía por qué estaba provocando a un oso pardo, pero el hecho de que él se sintiera tan infeliz al pensar que se había acostado con ella le resultaba insultante.
–Por favor, solo dime que todo fue de mutuo acuerdo –dijo él, con una absoluta seriedad.
Bueno, pues si se iba a poner en plan héroe con ella… Molly suspiró.
–Por supuesto que nuestra noche ha sido de mutuo acuerdo.
Él asintió y se sentó en la silla en la que estaba su vestido.
–Eh –prosiguió Molly–. Yo no he dicho que haya estado mal.
–¿Y qué te parece si los dos decimos que no ha ocurrido nada en absoluto?
Ah, no. No iba a dejar que se librara tan fácilmente. Enarcó una ceja.
–¿O que sí?
Quería levantarse ya y vestirse, pero, por las mañanas, la pierna derecha no le funcionaba a la perfección. La tenía entumecida desde la rodilla hasta el muslo, y siempre tardaba unos minutos en llevar a cabo todo el proceso. Y necesitaba un bastón. Tenía un bastón junto a la cama, algo que odiaba. Gimoteaba y jadeaba de dolor mientras se ponía en pie y conseguía, poco a poco, que la pierna le funcionara.
Así pues, no pensaba hacer todo aquello con público. Tenía su orgullo.
–Creo que tu teléfono móvil está sonando en la otra habitación –dijo.
–Mierda –dijo él. La señaló antes de girarse hacia la puerta–. No te muevas de ahí.
Sí, claro. En cuanto salió, ella se levantó de la cama. Como era de esperar, su pierna derecha no aguantó, y ella se cayó de rodillas.
–Ay… Demonios… –susurró, al notar la descarga de dolor por el nervio. Cerró los ojos con fuerza y respiró lentamente para soportar el dolor mientras se levantaba, tal y como había aprendido a hacer.
–No me estaba llamando nadie… –dijo Lucas, mientras entraba de nuevo en la habitación. Rápidamente, se acercó a ella y la ayudó a levantarse agarrándola por las caderas–. ¿Estás bien?
–¡Sí! –exclamó ella.
Le apartó las manos de golpe y trató de apartarlo, pero él era enorme e inamovible, y siguió allí, sujetándola, hasta que, por fin, Molly consiguió que la pierna la sustentara.
–Ya está –murmuró, y dio un par de pasos para alejarse. Era muy consciente de que llevaba muy poca ropa, y de que él era una presencia muy poderosa.
Y, también, de que la estaba mirando con lástima.
–He dicho que estoy bien.
Él alzó las manos.
–Te he oído perfectamente.
–Pero no te lo crees.
–No puedo creerlo, porque estás pálida de dolor –dijo Lucas–. Siéntate.
–No.
–Molly –dijo él, en un tono de frustración–. Por favor.
Entonces, ella cedió y se sentó a los pies de la cama. En aquel preciso instante, la pierna volvió a fallarle, pero ella lo disimuló a la perfección.
–Tenemos que hablar de una cosa –le dijo Lucas, con mucha seriedad.
–No voy a ponerle nota a tu actuación de anoche –replicó ella.
–No es eso… –empezó a decir él, pero, al instante, entrecerró los ojos–. Espera, ¿qué significa eso?
–Nada.
–Entonces, ¿estás diciendo que estuve fatal?
Ella se echó a reír.
–Bueno, si no lo recuerdas, es que no pudo estar muy bien, ¿no?
Por supuesto, ella solo estaba bromeando, pero él frunció el ceño como si nunca se le hubiera pasado por la cabeza el hecho de ser algo menos que asombrosamente bueno.
–¿De qué querías hablar? –le preguntó.
Aunque todavía estaba distraído, cabeceó.
–Había dos elfos esperándote en la entrada de la oficina esta mañana.
Ella enarcó una ceja.
–¿Sigues borracho?
–No, claro que no. Eran tu vecina y una amiga suya. Hablaban de un Santa Claus malvado.
–La señora Berkowitz –respondió