Viraje hacia la vida. Enrique Leff

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Viraje hacia la vida - Enrique Leff

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planeta que nos dio nacimiento como humanidad.

      Pues independientemente de las creencias religiosas de cada quien, podemos aceptar en este recinto académico que venimos de la evolución biológica de este planeta. Este es el único planeta vivo que conocemos, aunque las teorías biotermodinámicas hoy en día puedan presumir que no hay razón por la cual no se diera la organización de la materia para generar formas de vida en otros puntos del Universo. Pero este es el mundo que habitamos, este es el mundo del cual surgimos como humanidad, del cual nos jactamos de ser la forma de vida superior y suprema; y en esa creencia, en esa arrogancia del ser humano, en esa voluntad de poder y de dominio, desde los inicios de la humanidad se forjó el mandato de explotar la naturaleza en beneficio del ser humano, llegando a constituir una racionalidad que se ha apoderado del planeta por encima de nuestras voluntades y de nuestra capacidad para contener y controlar sus efectos en la degradación de la vida del planeta.

      La racionalidad de la modernidad ha llegado a establecer las leyes de la materia, de la vida, de la economía, de la sociedad y de la cultura, que buscan dar certeza al mundo que intervenimos y transformamos conforme a los dictados de sus leyes, de la legalidad derivada del Logos Humano, de aquello que Derrida denominó el logocentrismo de la ciencia. Las leyes de la materia no solo sirven para conocer el átomo, el gen, la sociedad, el proceso económico y las formaciones del inconsciente, sino que tienen el propósito de controlar los procesos materiales y simbólicos que generan o destruyen la vida del planeta a través del conocimiento científico. De manera que, si esa aseveración tiene algún peso de verdad –la certeza de que desde el pensamiento humano hemos intervenido al mundo y lo hemos desperdiciado, destruido y degradado–, tendríamos que pensar la sustentabilidad del planeta por medio de una renovación del pensamiento; es decir, de lo impensado por el pensamiento, por el logos, por la racionalidad que ha estructurado e invadido el mundo globalizado. Solo desde lo impensado podremos –quizá, tal vez–, abrir nuevamente y reconstituir el tejido de la vida y reencausar la evolución creativa de la vida hacia la aspiración de un futuro sustentable: de un planeta sustentable y de unos modos de vida sustentables.

      Es ahí donde el dictum del filósofo Martín Heidegger, en su libro Was heisst Denken, llama a pensar. La frase cobra sentido porque en una fórmula un tanto enigmática, Heidegger señala que lo que “se llama” pensar debe pensarse como “qué llama a pensar”; y “lo que llama a pensar es que no estamos pensando”. Y esto no es un simple juego de palabras. Lo que llama a pensar es que no estamos pensando. Y lo que no hemos pensado es el fondo de la cuestión ambiental. El filósofo agrega que para pensar lo impensado del ser, hay que “llevar el pensamiento hacia lo ya pensado, para poder pensar lo por pensar”.

      El dictum de Heidegger es un llamado a pensar la condición del ser humano como ser pensante, para asumir una responsabilidad crítica sobre su logos, sobre sus modos de pensar el mundo, sobre los impactos de sus razones sobre sus mundos de vida. Es un llamado a la destruktion de la historia de la metafísica que ha tejido el cableado y los códigos mediante los cuales pensamos dando sentido a la vida, interviniendo la vida, conduciendo los flujos de la vida y alterando el metabolismo de la biosfera en el planeta. El Logos Humano y la racionalidad de la modernidad han colonizado la mente, diseñando los modos de pensar que llevan a percibir y comprender de cierta manera los mundos de la vida y la vida misma. Esas “matrices de racionalidad” han desencadenado la crisis ambiental desde su comprensión del mundo y sus modos de intervenir la vida, construyendo un mundo que hoy se muestra claramente insustentable e insostenible.

      El metabolismo de la biosfera ha sido trastocado en escalas en las que el colapso ecológico y el riesgo meteorológico se han convertido en eventos reales que afectan nuestra condición existencial. El clima del planeta ha sido alterado en forma significativa en cuestión de doscientos años. De manera progresiva se ha alterado la composición atmosférica que tardó millones de años en alcanzar el estado de equilibrio que impulsó la evolución de la vida del planeta. Dicho equilibrio ha sido trastocado en los últimos doscientos años, al incrementarse de 280 a más de 420 ppm las concentraciones de bióxido de carbono en la atmósfera terrestre. Este fenómeno asociado a otros procesos de degradación ecológica, está causando la extinción de varias especies debido a los deshielos de los glaciares y la deforestación de bosques y selvas que afectan las condiciones para mantener la complejidad de los ecosistemas que sustentan la evolución diversificadora de la vida, debido a la necesidad del capital de homogenizar la biodiversidad del planeta para maximizar la ganancia económica.

      Procesos como la deforestación, la crisis del agua y las sequías asociadas son fenómenos claramente causados según los modos de intervención del capital sobre la naturaleza. De donde surge la pregunta: ¿de qué manera la humanidad llegó a constituir un modo de comprensión del mundo que llevó a instaurar un régimen ontológico el cual en la modernidad se ha vuelto el modo hegemónico y dominante que gobierna al mundo? La pregunta cobra relevancia porque viene a cuestionar los modos, y sobre todo, el régimen ontológico que ha instaurado un proceso de apropiación destructiva de la naturaleza que ya no podemos caracterizar como una evolución creativa de la vida que emerge de la naturaleza misma, como pudo todavía estudiarla Darwin, pensarla Bergson e investigarla la ciencia biotermodinámica actual; sino que se trata de un modo de comprensión que se volvió un modo de apropiación y de producción, de intervención y de transformación de los ciclos y los cursos de la vida en la biosfera, de la dinámica de los ecosistemas y la trama de la vida, que ha inducido un proceso de entropización en el metabolismo de la biosfera, es decir, la degradación de la vida del planeta.

      La intervención de la economía y de la técnica en el orden de la vida está acelerando y exacerbando la producción de entropía en la biosfera, de un proceso que si bien, es una condición universal del comportamiento de la materia-energía, está convulsionando las condiciones de resiliencia y de equilibrio termodinámico en la Tierra, ahí donde la vida ha sido creada y funciona no solamente a través de la entropía que orientaría su proceso evolutivo, sino fundamentalmente de la neguentropía, entendida como la capacidad de transformar la energía radiante del sol en biomasa, de generar vida vegetal diversa y de impulsar la constitución de la complejidad ecológica de la biosfera que sustenta, estructura y orienta los destinos de la vida en el planeta.

      Pero el caso es que los destinos de la vida en el planeta Tierra ya no se conducen a través de una “ontología de la vida”, desde la inmanencia de la vida, a través de las energías cósmicas que impulsan la organización de la vida en la biosfera. La vida ha sido intervenida y trastocada por el Logos Humano, por la racionalidad de la modernidad, por el interés del Capital. Si hoy preguntamos a la humanidad ¿Cuál es la causa fundamental y dominante de la destrucción del planeta? Los ecologistas radicales dirán que es el pensamiento dualista cartesiano, al haber separado el objeto del sujeto del conocimiento, la razón de la pasión, la cultura de la naturaleza. Es ese pensamiento que se convirtió en el principio del método científico, es decir, de la manera de codificar y conducir la pregunta por la verdad ontológica de las cosas que ha objetivado al mundo. Por su parte, el ecofeminismo señala a la gerontocracia y al patriarcado, a las estructuras sociales y culturales que se constituyeron en estructuras de dominio no solamente del hombre sobre la mujer, sino a través de ellas asignaron ciertos roles culturales y sociales, y ciertos modos de intervención, explotación y transformación insustentable de la naturaleza.

      En esos diagnósticos sobre las causas históricas de la crisis ambiental hay una fuerte dosis de verdad, pero allí no está todavía clarificada la causa fundamental y la falla de origen que llevó a la explotación del hombre por el hombre, a la voluntad de dominio sobre la naturaleza, a la exclusión y desconocimiento del “otro”, más allá del ser, del logos y de la ratio. Y esa es la gran pregunta. Los Pueblos de la Tierra comprenden que el proceso que ha afectado sus mundos de vida es el Capital: desde el capitalismo comercial que impulsó la conquista y colonización de sus territorios hasta el capitalismo globalizado de nuestro tiempo. Es este sistema el que ha exterminado y subyugado sus culturas y saberes, que consume y devora al planeta; porque en el Capital se cristalizó una estructura de pensamiento y un modo de producción

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