Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс
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Prólogo
Seis años antes
Vincenzo se quedó paralizado al oír la puerta. Ella estaba allí. Los músculos se le tensaron. La puerta se cerró de golpe y se oyeron unos pasos rápidos.
Sus guardas no lo habían alertado. No había sonado ningún timbre. Ella era la única a quien había dado llaves y acceso ilimitado a su ático.
Le había dado más que acceso a su espacio personal, le había otorgado dominio sobre sus prioridades y pasiones. Era la única mujer en la que había confiado plenamente. La había amado.
Y todo había sido una mentira. Sintió un pinchazo acerado en el estómago. Ira. Sobre todo, ira contra sí mismo.
Incluso tras tener pruebas de su traición, se había aferrado a la idea de que ella podría darle explicaciones. Tal era el poder que tenía sobre él.
Eso debería haberlo alertado. Era desconfiado por naturaleza. Nunca había dejado que nadie se le acercara. Ya como príncipe de Castaldini, había sospechado de las intenciones de la gente. Tras convertirse en un investigador estrella en el campo de las energías alternativas, había perdido la esperanza de tener una relación genuina.
Hasta que había llegado ella. Glory.
En cuanto la vio, sintió una atracción irresistible. Desde su primera conversación se había sumergido en un pozo de afinidad, antes desconocida para él. La conexión había sido mágica. Ella había despertado todas sus emociones y satisfecho sus necesidades, físicas, intelectuales y espirituales.
Pero para ella él solo había sido un medio para un fin. Un fin que había conseguido.
Tras quedar casi devastado por el fuego de la agonía, la lógica había ganado la batalla. Buscar venganza solo habría acrecentado los daños, así que optó por dejar que el dolor lo consumiera. Se había ido sin decirle una palabra.
Pero ella no lo había dejado irse sin más. Sus constantes mensajes habían pasado de la preocupación al frenesí. Cada uno le rompía el corazón, primero por el deseo de tranquilizarla, después por la furia de haberse dejado engañar otra vez. Hasta que llegó ese último mensaje: desgarrador, digno de una mujer que estuviera loca de miedo por la seguridad de su amante.
Le había causado un dolor tan agudo que había comprendido que solo podía haber una razón tras tanta persistencia: el plan de Glory aún no había triunfado. Incluso si intuía que la evitaba porque sospechaba de ella, parecía dispuesta a arriesgarlo todo para volver a acercarse y concluir lo que había iniciado.
Por eso le había dejado descubrir que había vuelto, sabiendo que correría a arrinconarlo. Pero, a pesar de haberlo planeado, no estaba listo para verla ni para hacer lo que tenía que hacer.
No tendría que haberle dado la oportunidad de volver a invadir su vida. No estaba preparado.
–¡Vincenzo!
Una criatura pálida, que apenas se parecía al ser vibrante que había capturado su cuerpo y su corazón, irrumpió en la habitación.
Con los ojos turbios e hinchados por lo que parecían horas de llanto, lo miró desde el umbral del dormitorio en el que habían compartido placeres inimaginables durante seis meses. De repente, se lanzó hacia él y lo abrazó como si fuera su salvavidas en un naufragio.
Y él supo cuánto la había echado de menos. Anhelaría a esa mujer a la que había amado, pero que no existía, hasta el fin de sus días.
Su mente se deshizo con la necesidad de apretarla entre sus brazos, de inhalar su aroma. Se esforzó para no hundirle las manos en el pelo, atraer su rostro y besarla. Sus labios necesitaban sentir los de ella una última vez.
Como si percibiera que estaba a punto de rendirse, ella le depositó una lluvia de besos en el rostro. La tentación fue como un nudo corredizo alrededor de su cuello. Sus manos se movieron, como si tuvieran voluntad propia, pero las detuvo a tiempo.
–Mi amor, mi amor.
Controlando un rugido, la inmovilizó antes de que le robara la voluntad y la coherencia.
Ella permitió que la apartara y alzó el rostro hacia él. Sus ojos parecían anegados por esos sentimientos que tan bien sabía simular.
–Oh, cariño, estás bien –lo abrazó de nuevo–. Me volví loca cuando dejaste de contestar a mis llamadas. Pensé que había ocurrido algo horrible.
Él comprendió que su estrategia, por lo visto, iba a ser la de simular inocencia hasta el final.
–No ha ocurrido nada –su voz sonó ronca, fría.
–¿Hubo otro fallo de seguridad? ¿Te aislaron para descubrir al culpable de la filtración?
A él lo asombró su audacia. Tal vez se creía demasiado lista para ser descubierta. Si se sentía segura, no se le ocurriría otra razón para que él se mantuviera alejado mientras su equipo de seguridad descubría cómo seguían filtrándose al exterior los resultados de su investigación.
Era mejor así. Le daba la oportunidad perfecta para despistarla.
–No ha habido filtraciones –se esforzó por aparentar serenidad–. Nunca.
–Pero me dijiste… –el alivio inicial dio paso a la