Bioestética y salud humana. Javier Barraca Mairal
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Por otro lado, la creatividad específicamente artística o estética conecta con valores de un hondo alcance —como los de belleza, gracia, elegancia, originalidad, expresividad, etc.—. Estos valores transparentan el hecho de que existen realidades de una extrema fecundidad que no son puros instrumentos, que no tienen un carácter solo instrumental, que no se limitan a resultar simples medios para lograr otros fines distintos, cual meras herramientas sin significado en sí mismas. Lo estético alcanza y nos conduce más allá del orden de los puros instrumentos o medios, del exclusivo valor de lo útil. Lo estético enseña a valorar realidades dignas en sí, sin necesidad de que sirvan o resulten útiles para algo más allá de ellas. Esto, tal como enseñó Kant en su reflexión crítica en torno al juicio estético,14 pues lo estético, en su sentido lúdico, no sirve para otra cosa lejana o distante, sino que, como sucede con otras realidades, reviste y posee ya valor en sí. La verdad, la belleza o el ser no son simples medios que valgan por su utilidad; y la estética nos adiestra en esto, nos enseña esta sabia lección. De ello, podemos extraer un fruto inmenso, pues también ocurre así con la propia existencia, cuyo valor se ve ligado al de nuestra identidad personal. Esto último, incluso en medio de las dificultades, sufrimientos, fragilidades, vulnerabilidades o limitaciones que, inevitablemente, nos acompañan.
A lo precedente, ha de sumarse el que el desarrollo de la creatividad personal se halla indisolublemente ligado a la búsqueda de «sentido» por parte del sujeto concreto. Tal como reveló Frankl, por ejemplo, en su célebre El hombre en busca de sentido,15 la tensión positiva y esperanzada que experimenta la persona que anhela realizar una obra creativa, llena su interior de energía y de ánimo, para enfrentar la adversidad y esforzarse por seguir viviendo. Este anhelo o ideal práctico repercute, en efecto, de una forma positiva en nuestra propia capacidad para luchar por la supervivencia, aun en condiciones muy arduas. Se trata, en definitiva, del esencial rasgo humano de encaminarnos a nosotros mismos, voluntaria y deliberadamente, hacia metas, objetivos, misiones o propósitos definidos. Esto deriva del tenor teleológico de nuestra naturaleza, de nuestro íntimo afán por proponernos fines y procurarlos, lo que reobra circularmente en nuestra felicidad, motivación y tono vital general.
Finalmente, la belleza y los restantes valores estéticos pueden causar dicha a los seres humanos. En cierto sentido, siempre lo hacen. Esto, por cuanto contienen en sí una cierta promesa de felicidad implícita, ya se vea finalmente cumplida o no. Es decir, más allá de si provocan en concreto una u otra sensación placentera o una experiencia realizadora, en todos los valores estéticos se encuentra presente la evocadora llamada a la posibilidad de plenitud que se ofrece en el encuentro con tales valores. Precisamente por esto, en parte, Stendhal y otros autores han afirmado que «La belleza no es nunca otra cosa que una promesa de felicidad».16 Ahora bien, esta apelación, profunda, latente y vibrante de los valores estéticos, al sujeto, supone una sugerente propuesta o inspiración para su anhelo de gozo y de realización.
A causa de todo lo anterior, en fin, fomentar la creatividad estética personal puede resultar muy importante a la hora de despertar el aprecio de la propia existencia. Al ayudar a incrementar esta estima de la propia vida, coopera a aumentar inseparablemente la satisfacción interna del sujeto o su percepción de la felicidad. Ahora bien, dado que la salud humana, comprendida integralmente, comprehende un estado completo de bienestar personal en sus diversas dimensiones, y no solo ya la mera ausencia de enfermedad, todo esto revela cómo nuestra creatividad estética puede incidir positivamente en nuestra salud.17 Paralelamente, puede revertir en un amenguar los impulsos desestimatorios de nuestra vida, aminorar determinadas tendencias autodestructivas e incrementar significativamente nuestra resiliencia frente a estas tendencias, al contribuir al progreso de nuestra capacidad para advertir o reconocer el valor de la propia vida al captar su honda fecundidad.
NUESTRA CREATIVIDAD ESTÉTICA MANIFIESTA EJEMPLARMENTE NUESTRA UNICIDAD PERSONAL
Según lo precedente, la creatividad estética y artística supone una motivación a la hora de apreciar la propia existencia, entre otras muchas razones, porque contribuye a mostrar nuestra «irrepetibilidad».18 Esto es, porque pone de manifiesto que somos seres únicos e insustituibles, inimitables. Ello actúa revelando nuestra originalidad más honda, que no se limita a nuestra capacidad para innovar o crear algo externo, acción ciertamente realizadora, sino a nuestra intrínseca e innata originalidad como sujetos. Así, la originalidad humana nuclear desaconseja todo lo que ensombrezca este valor personal inconfundible. Lévinas, en efecto, ha vinculado hondamente unicidad e irrepetibilidad con el fundamento de la subjetividad, a la vez que ha ligado lo más originario a la experiencia del otro —la alteridad— y a lo ético, mientras su pensar rastrea las huellas de esta «originariedad» radical en terrenos muy variados, como en la relación paternidad-filiación, o incluso en el arte y lo estético, según algunos de sus intérpretes.19
Ahora bien, ¿cómo o por qué esta creatividad alcanza a testimoniar lo irrepetible y único de nuestro ser?
Seguramente, la creatividad estética constituye un terreno particularmente elocuente para la expresión de nuestro interior. Ahora bien, este privilegiado acceso y luego expresión de nuestro interior o adentro implican en sí a nuestro mismo yo, la propia identidad. Nuestra creatividad estética transparenta, «expresa», con una honda fuerza, nuestra unicidad en un doble sentido. Primero, por cuanto en ella se revela, se pone ante nuestro conocimiento, se nos hace captable ese ser propio e inimitable. Segundo, también, debido a que, a través de ella, lo hacemos patente a otros, se lo desvelamos a los demás. Esto contribuye circularmente a que madure y se vigorice nuestra originalidad. Ello, además, tiene aquí lugar mediante formas de expresión capaces de traducir esa inefable y misteriosa unicidad en lo sensible gracias al intensísimo poder comunicativo que alberga el lenguaje de lo artístico y lo estético. En cierto grado, esta creatividad logra el prodigio de expresar lo inexpresable: nuestra irreductible unicidad, nuestra radical singularidad como personas.
He aquí, en suma, una razón extremadamente pujante de esa especial capacidad de esta creatividad a la hora de trasladar y dar a conocer nuestra peculiaridad más profunda. Acaso otros métodos o caminos resultan, a este respecto, menos elocuentes que ella. Lo artístico y estético nos brindan un ámbito, en fin, privilegiado para la expresión de lo original, como sabemos, y esto en su sentido antropológico más significativo. Ofrecen una voz magnífica con la que hacer audible y ver resonar nuestro yo, voz en la que reverbera maravillosamente lo inconfundible de nuestro ser. Esto implica, también, el que se hace manifiesta, de un vehemente modo, gracias a ellos y a tal creatividad, nuestra inimitable «vocación».20 Esto es, la llamada o apelación inconfundibles e irremplazables que recibimos ya con nuestro propio ser desde lo más hondo, originario y fundamental; llamada que, a nuestra vez, dirigimos con nuestra identidad a los otros sujetos personales. He aquí, en suma, una creatividad auténticamente profunda y radical, presente siempre en nosotros, una creatividad de un alcance absolutamente genuino e intransferible.
Algunos expertos han mostrado esto mismo, en relación con el esencial valor de ciertos niveles de lo creativo en el desarrollo madurativo humano. Así: