Henri Bergson. Vladimir Yankélévitch

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      Henri Bergson

      Vladimir Yankélévitch

      Traducción del francés de Francisco González Arámburu

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      Universidad Veracruzana

      Sara Ladrón de Guevara

      Rectora

      María Magdalena Hernández Alarcón

      Secretaria Académica

      Salvador Tapia Spinoso

      Secretario de Administración y Finanzas

      Octavio Ochoa Contreras

      Secretario de Desarrollo Institucional

      Édgar García Valencia

      Director Editorial

      Primera edición en francés, 1959

      D.R.© Universidad Veracruzana

      Dirección Editorial

      Nogueira núm. 7, Centro, CP 91000

      Xalapa, Veracruz, México

      Tels. 228 818 59 80; 228 818 13 88

       [email protected]

       https://www.uv.mx/editorial

      ISBN: 978-607-502-616-9

      Maquetación de forros y collage digital: Enriqueta del Rosario López Andrade

      Cuidado de la edición: Silverio Sánchez Rodríguez

      PRÓLOGO

      La presente obra es la refundición integral de un Bergson aparecido en 1931 con una carta de Henri Bergson, en la colección Les grands philosophes, dirigida por el abate F. Palhoriès. A este texto he añadido varios ensayos y opúsculos publicados después de la fecha, y que casi no se pueden encontrar, o son, sobre poco más o menos, desconocidos por el público: un capítulo sobre Les deux sources de la morale et de la religion publicado por la Revue de métaphysique et de morale, en 1933, un ensayo sobre la Simplicité, parcialmente editado en la compilación que A. Beguin y P. Thevenaz dedicaron en 1941 a la memoria de Henri Bergson (este ensayo, parcialmente inédito, está publicado íntegramente en la presente obra); artículos sobre La joie y el Optimisme bergsonien aparecidos en 1951 en Évidences y en la Revue de métaphysique et de morale; por último, en apéndice, un estudio sobre Bergson et le judaisme, publicado en 1957 en las Mélanges de philosophie et de littérature juives. A los señores directores de la Revue de métaphysique et de morale y de Évidences, al señor director de las ediciones de La Baconnière, al señor presidente del Instituto de Estudios Hebraicos, que han autorizado amablemente la utilización de estos textos, les doy las más cumplidas gracias.

      El Bergson de 1931 exigirá algún día que se le redacte de nuevo desde la primera hasta la última línea, y espero poder consagrar más tarde a este vasto trabajo todo el tiempo necesario. Me ha parecido que la reedición del libro, rehecho de pies a cabeza y aumentado con tres nuevos capítulos, será, en 1959, una manera de conmemorar el primer centenario del nacimiento de Bergson.1

      No hay más que una manera de leer a un filósofo que evoluciona y cambia en el tiempo: es seguir el orden cronológico de sus obras, y comenzar por el comienzo: este orden, sin duda, no corresponde siempre al orden de la creciente dificultad: y, por ejemplo, Matière et mémoire, que data de 1896, es de una lectura mucho más ardua que Le rire, de 1900. Pero el bergsonismo no es una fabricación mecánica, ni una arquitectura que se haya edificado piedra a piedra y completado poco a poco, a la manera de algunos grandes “sistemas”: es el bergsonismo por entero el que figura, y en cada ocasión bajo una iluminación nueva, en los libros sucesivos del filósofo, tal como son todas las hipóstasis, en el emanantismo de Plotino, las que figuran en cada hipóstasis; de igual forma, Leibniz exponía su filosofía total en cada una de sus obras; ¿acaso no expresan, cada una de las mónadas, desde su punto de vista individual, al universo por entero? ¿Acaso el universo entero no se refleja en la gota de agua de la Monadología? Pues el microcosmo es la miniatura del Cosmo. “Lo que considero”, escribió Schelling, ese otro filósofo en devenir, “es siempre la totalidad” (Filosofía de la revelación, 2a lección) y a esa totalidad es a la que llama Potenz. Bergson escribió cada uno de sus libros en olvido de todos los demás, y sin cuidarse, inclusive, de las incoherencias que pueden ser resultado, a veces, de su sucesión. Bergson ahondó en cada problema como si ese problema fuese el único del mundo, y siguió hasta el final a cada “línea de hecho”, independientemente de las otras líneas, tal como el ímpetu vital sigue líneas de evolución divergentes y les queda a los comentadores la tarea de resolver las contradicciones eventuales y de armonizar el haz de estas divergencias. La conciliación se operará, sin duda, en el infinito; y no en la coherencia lógica, sino en la afinidad musical de los temas y en la continuidad de un ímpetu, pues el orden bergsoniano se parece más al orden de la disgregación obsesiva2 que a la paciente marquetería de los fabricantes de sistemas: la intuición bergsoniana, total e indivisa siempre, simple y entera, crece continuamente con un solo ímpetu orgánico; en este sentido, el bergsonismo es tan completo en las 18 páginas del ensayo sobre Le possible et le réel como en las 400 páginas de la Évolution créatrice. Este gran genio en perpetuo devenir era muy influible. El ensayo sobre Le possible et le réel, de importancia capital para la comprensión del bergsonismo, apareció (en sueco) en noviembre de 1930, después de la lectura de mi Bergson, del que Bergson se había enterado a comienzos de 19303 y en el que mostré la importancia de la ilusión de retrospectividad, hablé de lo posible en el futuro anterior y señalé el carácter central de la crítica de la Nada, presentido ya por Bergson en el discurso, pronunciado en 1920, de la reunión de Oxford. Por tanto, Bergson tomó conciencia poco a poco de la originalidad genial, de la fecundidad creadora, de sus propias intuiciones. Es en 1906, en un artículo de la Revue philosophique, acerca de la Idea de la Nada, y luego en 1907, en las páginas de la Évolution créatrice, consagradas a la Nada y al Desorden, donde nació la intuición; en 1920, llegó a la primera conciencia de sí misma; a fines de 1930 y en 1934, en La pensée et le mouvant, Bergson reconstituye, por último, por influencia de los intérpretes, el movimiento que lo llevó de la entrevisión originaria a la metafísica del cambio y de la plenitud creadora. En la evolución de Bergson, como en toda volición o causación, hay retroacción del presente sobre el pasado y, después de cumplida la acción, hay reconstrucción ideal del devenir: pues el fin, como dice Schelling, da testimonio del comienzo.

      Una melodía tocada al revés, comenzando por la última nota y terminando por la primera, no sería sino una inaudita cacofonía. Esto es lo que nos hace comprender el Essai sur les données immédiates. ¿Cómo podríamos llegar a entender jamás una filosofía viviente, y que se desarrolla irreversiblemente en la dimensión del devenir, si se comienza por el final o por la mitad? El orden temporal no es un accidente de la sonata, sino su esencia misma. El orden temporal y la sucesión de los momentos no son detalles protocolarios en el bergsonismo: son el bergsonismo mismo, y la ipseidad bergsoniana de una filosofía que no es como las otras. La primera condición exigida para comprender el bergsonismo de Henri Bergson es la de no pensarlo a contrapelo del tiempo. El bergsonismo quiere que se le piense en el sentido mismo de la futurición, es decir, al derecho.

      N. B. A partir de 1941, las obras de Bergson han sido reimpresas

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