Henri Bergson. Vladimir Yankélévitch

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Henri Bergson - Vladimir Yankélévitch страница 3

Henri Bergson - Vladimir Yankélévitch Biblioteca

Скачать книгу

mental.

      Esta primera oposición da origen a otra, que la completa. En efecto, la memoria conservadora requiere un auxiliar para componer la duración del espíritu. La “inmanencia” temporal no bastaría por sí sola para diferenciar irreductiblemente los organismos y los mecanismos. Para que se pueda hablar, si no de una verdadera implicación del pasado en el presente, sí por lo menos de una determinada presencia del pasado, es preciso que a la inmanencia de sucesión se sume inmediatamente una determinada inmanencia de coexistencia. Pues lo espiritual, por muchos conceptos, es más “elástico” que maleable; es decir, que si registra y perpetúa todas las modificaciones de cuyo teatro es, también propende a reconstituir en cada instante su propia totalidad: valga la expresión: en todo momento es orgánicamente integrado. Pero como ha conservado las experiencias “adventicias”, y como no guarda ningún rastro de rompimiento o de pluralidad profundos, es preciso admitir que los ha asimilado, digerido, totalizado y que lo han modificado justo como él los modificó. De tal manera, toda realidad espiritual, por su propia naturaleza, posee una virtud totalizadora que le hace tragar todas las modificaciones importadas y reconstituir, paso a paso, su organismo total, que es, empero, un organismo continuamente transformado. Y como esta totalización, en todo momento, alcanza a todos los elementos del organismo espiritual, deberemos decir que no solamente los contenidos de la vida se sobreviven a sí mismos en el tiempo, sino que, valga la expresión, se reviven a sí mismos: parcialmente, en cada uno de los contenidos contemporáneos y, totalmente, en la persona espiritual que expresan. Esta inmanencia recíproca, por la que siente horror nuestro entendimiento, es la que tratan de imitar, por el contrario, nuestras artes; pero ninguna lo hace mejor que la música, sin duda gracias a que la música, en virtud de la polifonía, posee más medios que ningún otro arte para expresar esta compenetración íntima de los estados de alma. ¿Acaso no permite la polifonía conducir paralelamente varias voces superpuestas, que se expresan simultáneamente y se armonizan entre sí permaneciendo, a la par, distintas y aun opuestas? Recuerda uno el misterioso preludio de Pelleas en el que desde el dieciochoavo compás Debussy enfrenta el tema de Golaud y el tema de Melisande, con lo que expresa la unión trágica que se anudará entre estos dos destinos. ¿Y cómo no admirar también la maravillosa sutileza con que Liszt, en la Sinfonía de Fausto, funde unas en otras las emociones más opuestas: el amor de Fausto y la inquietud reflexiva de Fausto en el primer movimiento, el amor de Fausto y el amor de Margarita en el segundo? Los temas se enfrentan, se mezclan, se contaminan recíprocamente, y cada uno de ellos lleva el sello de todos los demás. Así obra la vida interior en todo momento; asocia en contrapuntos paradójicas experiencias que parecen carecer de vínculos, de manera que cada una de ellas da testimonio de la persona por entero. La “mezcla total” que los estoicos proponían como una paradoja, ¿no será una realidad vivida continuamente?

      Por tanto, el rasgo distintivo y verdaderamente inimitable de las cosas espirituales –organismo, obra de arte o estado de alma– es el de ser siempre completas, el de bastarse siempre, perfectamente, a sí mismas... La distinción de lo parcial y de lo total no tiene sentido más que en el mundo de los cuerpos inertes que, subsistiendo como lo hacen fuera los unos de los otros, pueden considerarse siempre como las partes de un conjunto más vasto, y guardan con este conjunto una relación por completo exterior, una relación topográfica. Por el contrario, el universo de vida es un universo de individuos,10 de totalidades “insulares” y, en la acepción propia del término, de obras maestras que, como los inteligibles de Plotino,11 son partes totales, esto es, cada una de ellas expresa el conjunto completo del mundo del que parecen ser las partes. De tal manera, todo no es sino Dionisos, dice Schelling.12 Y Plotino panta pasa ¡todas las almas son todas las cosas! Esto es que nos demostrará, en primer lugar, el estudio del instinto.13 Tal como no podemos concebir una mitad de sentimiento o un trozo de sensación, no podríamos imaginarnos al instinto mutilado o fraccionario; de una especie a otra, simplemente varía de cualidad; pero el tema se halla por entero presente en cada una de las variaciones que viste; en cada una, el tema original propende a redondearse, a instalarse en el centro de un dominio privado. Sólo los cuerpos brutos admiten entre el todo y la parte transiciones graduales; y uno de los papeles de la ciencia consiste en proveerse diestramente de insensibles transiciones y forjar hermosas genealogías en las que se borra la originalidad de los individuos. El biólogo Vialleton, al que su agudo sentido de las discontinuidades lo lleva a negar inclusive el transformismo, confirmaría, a este respecto, las intuiciones bergsonianas. Toda especie ha tenido que nacer viable desde el principio; de golpe y porrazo las correlaciones han tenido que ser suficientes para permitir vivir al organismo. No hay esbozos de órganos, rudimentos de funciones:14 estos son intermediarios ficticios destinados a completar nuestras genealogías; en realidad, toda forma es necesariamente determinada, puesto que subsiste, y la función hace al órgano de una sola vez. Además,15 Vialleton nos muestra que el menor organismo monocelular es ya un ser completo y que, en rigor, no hay individuo “elemental”: el organismo es por entero o no es. Esto es lo que nos mostrará más claramente todavía la distinción de recuerdo puro o espiritual y de recuerdo motor.16 El recuerdo puro es de inmediato concepto. En tanto que el hábito se constituye poco a poco por causa de la repetición, el recuerdo verdadero, como Minerva, nace adulto: sobre él no hace mella la repetición, pues en todo momento es determinado y autónomo. Su esencia consiste en ser experimentado y vivido actualmente por una conciencia: por tanto, es necesario que llene momentáneamente todo el espíritu, que aparezca de golpe organizado e independiente. Por eso el pasado puede a veces surgir en nosotros tan bruscamente como las especies biológicas en la teoría de Vialleton, por bocanadas repentinas y rupturas de la experiencia; como en Proust, es una invasión y un surgimiento, una irrupción repentina, una brusca metábola. Por tanto, las cosas espirituales son siempre enteras; he ahí por qué, sin duda, a los fragmentos de materia no les corresponden de ninguna manera fragmentos de la vida, justo como a los fragmentos de frases no corresponden de ninguna manera fragmentos de ideas.17 Y podemos prever ya que entre estos dos textos tan desemejantes: el texto espiritual, en el que todo fragmento es total, y el texto material, en el que todo fragmento es fragmentario, no se puede concebir ningún paralelo literal, ninguna transposición yuxtalineal. El poema se halla siempre más allá de su propio texto.

      Esta particularidad de las cosas del alma nos exigirá un método por demás paradójico. No se puede decir, exactamente, que el bergsonismo, filosofía de la plenitud, admita la ley absolutista y totalitaria del todo-o-nada, ley válida, según el estoicismo, para la disyuntiva de virtud y de vicio, de sabiduría y de locura… Bergson no hizo suyo aquel ultimátum abrupto de Hamlet: ser o no ser. La verdad es que la mutación repentina culmina solamente en la novedad cualitativa que jamás lograrán obtener las gradaciones o degradaciones “escaladas” del genetismo. El amor, dice La Bruyère, comienza por el amor.18 De igual modo, podemos decir que el espíritu comienza por el espíritu. No hay ninguna posibilidad de encontrar un sentimiento en el camino de nuestra deducción, si no comenzamos por dárnoslo por entero al principio, en su especificidad y en su originalidad irreductible. En oposición al “reduccionismo”, a la manía de reducir… o de deducir, Bergson quiere que cada experiencia, que cada problema sean pensados aparte y por sí mismos, como si estuviesen solos. Por tanto, no se gana nada con engendrar a las realidades vivientes a partir de otras realidades vivientes: el instinto a partir de la inteligencia, el recuerdo a partir del hábito, el hombre a partir del animal, la emoción completa a partir de la emoción embrionaria. Por eso, como veremos, el acto de comprender no va de las palabras al sentido, sino del sentido al sentido; ni tampoco de la parte al todo, sino del todo al todo. El espíritu no supone sino al espíritu, puesto que el espíritu es todo; y, de igual manera, no hay nada antes del sentido, sino el sentido mismo, puesto que el sentido es todo. Leibniz, cuya doctrina analítica de la Expresión quizá no sea, a este respecto, tan diferente del inmanentismo bergsoniano como podríamos creer, ha expresado con profundidad esta particularidad de lo espiritual: lo que distingue, dice en resumidas cuentas, aunque en otro lenguaje,19 a una máquina de un viviente es que una parte de la máquina es verdadera y puramente una parte, en tanto que una parte del organismo es todavía un organismo y lo mismo puede decirse de una parte de esta parte y así hasta el infinito. Lo infinitamente grande, así como lo infinitesimal, denuncian como falsos, a este respecto, a los

Скачать книгу