El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov . Galina Ershova

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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov  - Galina Ershova Akadémica

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con certeza cómo Alejandra conoció a Valentín. Ella apenas había cumplido 20 años. Él era seis años mayor que ella. Ambos eran increíblemente hermosos. Alejandra era una mujer alta y reservada, como son las mujeres del norte de Rusia. Tenía trenzas largas y espesas de color castaño claro. Sus ojos eran azules. Ella tenía rasgos opuestos a los del apuesto Valentín. Su cabello era oscuro y sus ojos eran cafés. Tenía una mezcla intrigante de sangre armenia.

      Los jóvenes no faltaban a ningún evento cultural en Petersburgo, de los cuales había una gran cantidad y variedad.

      En 1903, María Sklodowska recibió el Premio Nobel de Física junto con su esposo Pierre Curie, por el descubrimiento del radio y el polonio. Precisamente ella introdujo el término «radioactividad», que en aquellos tiempos sonaba bastante inocente. Se discutía la pregunta acerca de la admisión de la exciudadana rusa a los miembros corresponsables de la Academia de Ciencias de San Petersburgo. En el mismo año salió a luz la revista El Nuevo Camino con los poemas de un joven poeta desconocido con un nombre extraño: Aleksandr Blok. Rápidamente se convirtió en una de las figuras principales de los simbolistas de Petersburgo, desplazando al reconocido Valeri Briusov. Ya el siguiente año

      salió el primer libro del poeta: Poemas de la Bella Dama. La Bella Dama resultó ser la esposa del poeta y la hija del gran químico Dmitri Mendeléyev, quien había descubierto la tabla periódica de los elementos. Eso también era muy simbólico para la Rusia en desarrollo. Todos vivían esperando algo nuevo, acontecimientos, descubrimientos, fenómenos extraordinarios…

      Sin embargo, algunos grupos de jóvenes francamente suponían que la vida era gobernada por la muerte, el amor y el sufrimiento… ¡Qué bonito y romántico! Los jóvenes estaban interesados en buscar «la visión interior» que debía abrir la «esencia verdadera» de las cosas. La esencia de las cosas escondidas del mundo real. El mundo visible se consideraba solo un reflejo vago de las verdades auténticas. El arte era el camino o el medio de iluminación espiritual y de comprensión del mundo. Los jóvenes buscaban de forma activa lo que posteriormente los psicólogos llamarían insight o la revelación interior. Por lo tanto, la mayoría de los perezosos sin talento limitó su búsqueda de «la visión interior» a la inhalación banal de cocaína y al alcoholismo.

      Hay que aceptar que la búsqueda depresiva de los símbolos del futuro para nada correspondía a la realidad de Rusia, que se desarrollaba impetuosamente a pesar de la impotencia del zar. Ya después de 1910, el simbolismo cede el lugar a la nueva corriente espiritual positiva. Surge una nueva corriente provocada por la realidad de la vida. Era el acmeísmo. La palabra acmeísmo significa «la fuerza floreciente». Los jóvenes acmeístas llenos de fuerza, como Nikolái Gumilióv, Anna Ajmátova y Osip Mandelshtám, recurren activamente a la realidad, al mundo material, al significado exacto de la palabra.

      Sáshenka y Valentín, extasiados, asistían a las veladas literarias, visitaban el cinematógrafo, no faltaban a ningún estreno teatral. Aparte de la poesía, los unía el hecho de que leían con placer los artículos y corrían a escuchar las conferencias públicas del reconocido psiquiatra, psicólogo, fisiólogo, filósofo e hipnólogo Vladimir Béjterev. Por lo visto, sus descubrimientos acerca del funcionamiento del cerebro abrían perspectivas asombrosas para comprender la esencia del ser humano y sus sorprendentes capacidades. La psicología social, la evolución de la imagen infantil y el papel de la sugestión en la vida social eran temas que resultaban extremadamente nuevos e interesantes. Ambos jóvenes tenían ganas de comprobar en la práctica todo lo que decía Béjterev; todavía no se casaban pero ya habían decidido educar a sus futuros hijos según sus métodos.

      Era en particular sorprendente escuchar las increíbles historias acerca del semianalfabeto Grigori Rasputin, que mediante la hipnosis banal logró someter a su voluntad no a cualquiera, sino a la familia del emperador. Rasputin, estando borracho, daba vueltas en taxi con las prostitutas, organizaba juegos en Moscú y San Petersburgo, se divertía con las damas de la alta sociedad, daba consejos a los dignatarios, nombraba a los ministros. Nicolás II, como embrujado, apoyaba en todo a la zarina, totalmente hipnotizada por el desgraciado sinvergüenza. Ella francamente creía que, apenas hablando en ruso, sola, bajo el mando del vidente, estaba destinada a salvar a la Rusia ortodoxa. Para cualquier persona normal era obvio que esta situación delirante de la autoridad no llevaría el país a ninguna parte. Es posible que hasta el conde Felix Yusupov y el gran príncipe Dmitri Pávlovich (desde luego, posibles amantes), que preparaban la conspiración contra el vidente malvado que se sentía intocable, ni siquiera sospechasen la profundidad de aquel abismo al que Rusia se dirigía. Y, ¿quién podía imaginar que algunos testimonios de este drama del Imperio ruso quedarían al final en manos del joven amante mexicano del ya envejecido conde Felix Yusupov?

      Sáshenka y Valentín, en aquel entonces, no tenían ni la menor idea de todo esto, pero eran personas razonables y observaban lo que ocurría con el interés de los investigadores. Se sorprendían: ¿acaso nadie en la corte había escuchado las conferencias del profesor Béjterev?

      Mientras tanto los jóvenes decidieron casarse casi de inmediato. Sin embargo, Valentín esperó pacientemente a que Alejandra terminara sus estudios. Alejandra era una mujer progresista y perseverante, con un carácter fuerte. Valentín estaba orgulloso de su maravillosa y encantadora novia del norte, que soñaba con su futura profesión. Ella se veía como médica, profesora, o como la investigadora que descubre los misterios humanos y las leyes del universo, así como Sofía Kovalévskaya o María Curie. Valentín apreciaba mucho estas cualidades extraordinarias de la estudiante de San Petersburgo: él también había crecido en una familia extraordinaria. Su padre lo acostumbró a admirar constantemente a su madre independiente, cuya profesión era lo más importante en su vida. Probablemente Valentín buscaba algo similar en su esposa. Alejandra, que soñaba con ser médico, correspondía a esta imagen. Era claro que Valentín no necesitaba a una mujer de hogar.

      No obstante es probable que lo atrajera más el hecho de que Sáshenka Makárova era una mujer francamente creyente. Inconscientemente, Knórosov deseaba formar una verdadera familia con muchos niños, donde la madre cuidara de sus hijos y no desapareciera en giras eternas. Valentín no era creyente. Él siempre decía riéndose: «La religión es para mujeres».

      Entonces, por todas estas razones, Valentín no siguió el ejemplo de su padre, que literalmente secuestró a su hermosa Miriam. Ceremoniosamente se fue a Velikiy Ústiug para pedir la mano de su novia, como lo exigían las reglas. Además, en agosto de 1910 Alejandra estaba trabajando durante un mes en el hospital de Velikiy Ústiug. Sin duda, el permiso fue obtenido. En ese mismo año, los jóvenes contrajeron matrimonio. Alejandra Serguéievna ya tenía 24 años. Después, la pareja regresó a Petersburgo, donde Alejandra siguió con sus estudios. Los jóvenes vivían en el apartamento en la empedrada línea 14 de la Isla Vasílievski, casa 37, apartamento 9. Valentín seguía trabajando en la sociedad de seguros Rusia. Después de graduarse, Alejandra, igual que su hermana Tatiana, comenzó a dar clases en una escuela. Tatiana se mudó para vivir en una casa en Fontanka. Ella también se casó y cambió el apellido de Makárova por Smólina.

      Como dote de los padres, Alejandra recibió un bonito cofre forjado. En Velikiy Ústiug, ciudad de comerciantes, tales cofres se utilizaban en calidad de una especie de cajas fuertes. El revestimiento metálico ocultaba el sistema de cuatro o cinco candaditos que debían abrirse consecuentemente en un orden determinado al pulsar los lugares secretos que conocían solo los dueños. Si pulsabas correctamente, se abría un cajoncito en el que se guardaba la llave que permitía abrir el último candado. Ya en el siglo xviii la fama de los cofres de Velikiy Ústiug había trascendido las fronteras del Imperio ruso. Eran muy solicitados en el Cáucaso. Incluso en Irán y en Turquía también vendían los cofres norteños. En pocas palabras, el cofre era un auténtico valor familiar.

      En 1911, María Sklodowska Curie recibió el segundo Premio Nobel, pero ya de Química. Sin embargo,

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