La chica que se llevaron (versión latinoamericana). Charlie Donlea

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La chica que se llevaron (versión latinoamericana) - Charlie Donlea

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la sala con las manos detrás de la espalda y las gafas en la punta de la nariz. Las mañanas eran un caos organizado.

      Pero hoy era la primera autopsia doble de Livia, la primera vez que estaba en la sala durante las horas de la tarde. Por lo general, dedicaba las tardes a completar el papeleo, hacer anotaciones y prepararse para la ronda de las tres. A solas con el cadáver en la morgue silenciosa, pudo sentir el aura de misterio del lugar. Todos los sonidos se amplificaban; los instrumentos golpeaban contra la mesa de metal y el ruido reverberaba en los rincones; el agua chorreaba del cuerpo como de un grifo defectuoso. La mayoría de las veces, el ruido de las sierras óseas o la conversación de sus colegas ahogaban estos sonidos. Pero hoy sus movimientos le resultaban magnificados, obvios, y le pareció desagradable manipular el cuerpo y oír los ruidos de tejidos y líquidos. Le llevó un rato acostumbrarse a la soledad, pero cuando se sumió en el examen externo, la cavernosidad de la morgue desapareció y solo quedó el escepticismo que sentía.

      Los suicidas que se arrojan al vacío, por lo general, presentan hemorragias internas. El impacto de la caída, dependiendo de la altura, provoca la muerte de diversas maneras: con frecuencia, una costilla rota perfora un pulmón o el corazón y la causa de muerte es entonces exanguinación: desangrarse hasta morir. El impacto puede dislocar la aorta del corazón o cortar otro vaso sanguíneo vital y causar la hemorragia. En estos casos, Livia abría la cavidad abdominal y encontraba sangre acumulada en algún compartimento alrededor del órgano que había sufrido el daño. En otras ocasiones, el cuerpo no se veía muy dañado, ya que los órganos habían sido protegidos por el esqueleto. Entonces, Livia examinaba el cráneo y el cerebro, que seguramente mostraban fracturas y hemorragia subaracnoidea.

      Al mirar el cadáver que tenía delante, presentado como un flotante a la deriva en Emerson Bay, Livia se dio cuenta de que no era así. En primer lugar, para haber llegado a ese grado de descomposición —casi no había piel y la que había estaba rancia y negra— tenía que haber estado en el agua durante varios meses. En ese caso, no habría flotado, y Livia estaba segura de que este cadáver no lo había hecho. Los gases intestinales que hacen flotar un cuerpo deben estar dentro de la cavidad abdominal y este cadáver no tenía cavidad. Lo que quedaba de ella era una pared de músculo y tendón que mantenía los órganos en su lugar pero de ningún modo podía haber contenido los gases. En segundo lugar, la fractura en la pierna que habían documentado los investigadores no era característica de un suicida que cae con los pies hacia abajo. Esos cadáveres muestran lesiones de impacto y compresión ósea hacia la parte superior; en ocasiones, la tibia se eleva por encima de la rodilla, hasta el muslo, y el fémur se desplaza hacia la pelvis. El cadáver delante de Livia mostraba una fractura horizontal de fémur que sugería trauma localizado, no del impacto causado por una caída de lado al agua, y mucho menos en posición vertical.

      Livia tomó notas en su tablilla sujetapapeles y luego comenzó el examen interno, que no mostraba lesiones en ningún órgano. La caja torácica estaba en perfectas condiciones. El corazón se veía sano, con la aorta y la vena cava inferior bien posicionadas. Hígado, bazo y riñones no presentaban lesiones. Los pulmones no contenían agua. Documentó todo minuciosamente y pesó cada uno de los órganos con cuidado. Una hora después de haber comenzado la autopsia, tenía la frente perlada de transpiración. Sintió el uniforme pegado contra los brazos y la espalda al mirar el reloj: las dos de la tarde pasadas.

      Pasó a la cabeza y revisó en busca de fracturas faciales, prestando especial atención a la boca y los dientes. La forma de identificar este cuerpo iba tener que ser la dentadura, ya que este NN no poseía piel ni huellas digitales. Debido a la ausencia de dermis, no iban a poder reconocerse tatuajes ni marcas que ayudaran en la identificación.

      Fue al revisar la cabeza cuando Livia notó los orificios circulares en el lado izquierdo del cráneo. Contó doce, distribuidos de manera aleatoria sobre el hueso, y se devanó los sesos buscando una potencial etiología. No se le ocurría una respuesta, más allá de una infección bacteriana atípica que hubiera llegado hasta el hueso. Pero, si esta hubiera sido la causa, existirían lesiones periféricas adyacentes en el cráneo y pérdida o erosión de masa. Sin embargo, el cráneo se veía perfectamente sano salvo por los orificios, que Livia decidió de inmediato que no podían provenir de balas ni esquirlas, aunque sí tal vez de perdigones de una escopeta.

      Regresó a su tablilla y realizó más anotaciones. Luego, con la ayuda de una sierra, comenzó la craneotomía y quitó la tapa superior del cráneo como lo haría con una calabaza para Halloween. El cerebro se veía blando y viscoso, sin vida desde hacía bastante tiempo. Las autopsias sobre cadáveres en estado avanzado de descomposición eran más difíciles que las tradicionales. Lo único más fácil era retirar el cerebro. Si estaba intacto, por lo general se desprendía del cráneo sin demasiado esfuerzo, ya que la duramadre ya no lo contenía. Livia cortó la médula espinal y colocó el cerebro sobre un carro metálico junto a la mesa de autopsias. El órgano, por lo general surcado por una complicada red de vasos, generalmente era una masa sanguinolenta que chorreaba al ser puesto en la balanza. Este era distinto. Los vasos que lo alimentaban se habían desangrado hacía tiempo y ahora el tejido estaba fofo y mojado solamente por el agua en la que había estado sumergido.

      Livia localizó las lesiones correspondientes a los orificios que presentaba el cráneo. Después de escarbar profundo en el lóbulo parietal izquierdo durante diez minutos, se convenció de que no había presencia de perdigones de escopeta. Se secó la frente con el antebrazo y volvió a mirar el reloj. Tenía que estar en la jaula dentro de diez minutos y no había posibilidad alguna de terminar la autopsia para ese momento, mucho menos de estar preparada para el ataque del doctor Colt y sus supervisores.

      Delante de ella tenía un cadáver extraído de la bahía, que no tenía lesiones internas más allá de una fractura atípica para un suicida y doce orificios en el cráneo. A pesar del pánico que la invadía, sintió deseos de llamar a Kent Chapple, el investigador de la escena, para decirle que se había equivocado. No solo respecto del cuerpo: no se trataba de un suicida. También se había equivocado en cuanto a las tradiciones del doctor Colt: le habían dejado un homicidio sobre la mesa aunque, técnicamente, todavía no había terminado el verano.

      ERAN CERCA DE LAS CUATRO de la tarde cuando Livia terminó la autopsia. Las rondas en la jaula habían empezado hacía una hora. Estaba retrasada y mal preparada, y había visto las consecuencias de presentarse así en la jaula. Una ausencia injustificada estaba mejor vista que un mal desempeño, por lo que, en lugar de ir a las rondas, Livia dejó las muestras para análisis en los laboratorios de patología dental y dermatológica, luego recogió las radiografías que había solicitado y subió. Se escurrió junto a la jaula, donde las luces habían sido atenuadas para la presentación que Jen Tilly estaba llevando a cabo. El doctor Colt y los otros médicos presentes estaban de espaldas a la entrada, con la atención fija en la pantalla, lo que le permitió a Livia huir sigilosamente. Subió por las escaleras al segundo piso, donde estaba el laboratorio de patología neurológica y encontró a Maggie Larson detrás de su escritorio, ocupada con el papeleo.

      La doctora Larson estaba a cargo de todo lo relacionado con el cerebro. Tenía un solo becario asignado, que seguramente se encontraba en la jaula escuchando a Jen Tilly.

      —¿Doctora Larson? —dijo Livia desde la puerta.

      —Livia —respondió la doctora, entornando los ojos—. ¿No tienes rondas esta tarde?

      —Se están desarrollando ahora, pero me asignaron un caso y necesito ayuda antes de presentarme en el matadero allí abajo.

      La doctora Larson irguió el mentón al notar el contenedor transportable que Livia llevaba colgando al costado del cuerpo como un balde de agua.

      —¿Qué tienes allí?

      La mujer tenía un sexto sentido en lo relativo

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