Ganar sin ganar. Andrés Dávila Ladrón de Guevara

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Ganar sin ganar - Andrés Dávila Ladrón de Guevara

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mención y sugerir al lector que en la lectura de los distintos capítulos los identifique y reflexione en torno a ellos.

      Prefiero, más bien, hacer un recuento de la manera en que llegué al tema y explicar cómo y por qué me he quedado en él, en ya casi treinta años de haberlo trabajado. Es una historia que he revivido en el proceso de recolectar los textos y seleccionar cuáles se publican. Por lo mismo, al describir este ejercicio quedan presentados los capítulos que conforman el libro.

      Al respecto, no sobra señalar que desde niño fui un aficionado al fútbol y un jugador dedicado, hasta los veintitantos. Como parte de una familia particularmente futbolera, hincha de Millonarios y fiel seguidora de la selección Colombia en aquellos años en que jugaba poco y no ganaba casi nunca, el fútbol era algo mucho más que un deporte y el estadio El Campín como una segunda casa. En el capítulo final se hacen algunas referencias a esta historia, que tuvo mucho de sufrimiento y fe y que contó con esporádicas y profundas satisfacciones. No obstante, hasta bien avanzados mis estudios de ciencia política en la Universidad de los Andes, la relación entre el fútbol y mis estudios profesionales no existió. En un ensayo para un curso sobre los filósofos griegos, en torno a los diálogos de Platón sobre la belleza, recogí una jugada de un partido para plantear la cuestión; por fortuna, el monitor era futbolero y consideró audaz y pertinente lo planteado.

      La cuestión comenzó a surgir cuando, ya graduado, trabajé en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Iepri, de la Universidad Nacional de Colombia. La realidad del fútbol de aquellos años fue el contexto propicio. En efecto, se mezclaron de manera visible y macabra una generación de futbolistas de lujo, la violencia y los recursos del narcotráfico. De esta forma, el tema se me presentó por dos caminos paralelos, absolutamente separados en aquel entonces. En primer lugar, un par de artículos en El Espectador de aquellos años, sobre las consecuencias del asesinato de un árbitro y la suspensión del torneo en noviembre de 1989, propició el interés por escribir un artículo académico acerca de la relación entre fútbol y política, entre fútbol y violencia en Colombia. En segundo lugar, un grupo de amigos, muy aficionados al fútbol y seguidores fieles y constantes de la selección Colombia, decidimos hacer un libro sobre la historia del fútbol colombiano, con el rigor de los investigadores que habíamos estudiado, pero con el tono y el estilo de los hinchas, para resaltar lo que Maturana y sus muchachos estaban consiguiendo.

      En el primer camino, el buen consejo de dos colegas de entonces abrió una veta de trabajo muy interesante: Iván Orozco me sugirió leer al filósofo holandés Johan Huizinga y su ya clásico Homo Ludens. Desde entonces, todo el trabajo que he adelantado ha tenido como primer gran referente la idea del juego como la actividad espiritual que diferencia al hombre de las demás especies; y Álvaro Camacho (q. e. p. d.) hizo algo que me mostró un gran aprecio y confianza por su parte: me prestó el libro El deporte rey del antropólogo inglés Desmond Morris. Allí encontré la posibilidad de indagar en esa pasión que seguía y practicaba con varias herramientas conceptuales y metodológicas de las ciencias sociales, en particular, con la ‘imaginación sociológica’, de la que había leído en un libro, así titulado, de C. Wright Mills.

      A estos autores se fueron sumando, con acuerdos y desacuerdos, Vicente Verdú con Mitos, ritos y símbolos, Janet Lever con La locura por el fútbol, Gerhard Vinnai con El fútbol como ideología y Humberto Quiceno con su artículo “Jugar es algo más que ganar” en la Revista Foro. No obstante, la intención de publicar un artículo en Análisis Político, la revista del Instituto, cuyos artículos tenían que pasar por el inclemente filtro del “Gólgota”, no pasó de allí. Hubo un borrador que se presentó y no pasó. Hoy pienso que la principal razón no fue, solamente, cierta rigidez de los miembros del Instituto, que no consideraban serio ni académico publicar sobre estos temas en la revista que llevaba la imagen del rigor académico propio del Instituto y de la Universidad, sino dos hechos más de fondo que tenían que ver conmigo.

      El primero estuvo relacionado con el hecho de que comenzar por el tema de fútbol y violencia, fútbol y narcotráfico, me resultaba forzado, como un trabajo más, de mi profesión de politólogo, que me obligaba a renunciar a temáticas y asuntos que me resultaban más interesantes y llamativos en esa relación, pero que todavía no estaban claros. Así como nunca recibí un pago en ninguno de los equipos en que jugué, para no mezclar el fútbol como pasión y placer con una actividad paga, no quería escribir sobre fútbol si no resultaba, principalmente, grato y divertido.

      El segundo, que no había madurado suficientemente la cuestión ni había encontrado la forma, el estilo y el tono de abordarlo, lo que sucedería, posteriormente, durante los estudios de la maestría en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso, en México. Esta maduración estuvo asociada a una toma de distancia de la formación del pregrado y de aquellos maestros que, como Francisco Leal Buitrago, habían sido tutores y guías en mi formación como politólogo e investigador y al normal proceso de maduración como cientista social que la formación de posgrado en el extranjero sin duda propició. Adicionalmente, dada la formación en ciencias sociales que recibí, tuve la oportunidad de tener como profesores a dos reconocidos científicos sociales latinoamericanos que trabajaban desde perspectivas de tipo culturalista: Roger Bartra, antropólogo mexicano que, sin duda, me permitió convencerme de que la Ciencia Política no tenía por qué renunciar a temas y problemas que ignoraba o consideraba peyorativamente de menor valor e importancia y Néstor García Canclini, antropólogo argentino. Durante la maestría accedí, también, a la perspectiva de análisis y los trabajos de Norbert Elías que se convertirían en referente central, en especial el libro con Eric Dunning, Deporte y ocio en el proceso de la civilización.

      Esta maduración se haría palpable con la elaboración, como trabajo final del seminario que nos dictó, de un ensayo sobre “Fútbol y cultura nacional” que, gracias a los buenos oficios del profesor Bartra, salió publicado en la revista dominical del diario La Jornada. Luego sería publicado en la Revista de la Universidad de Antioquia, después de que, por azares del destino, le llegó a su entonces director, Héctor Abad Faciolince, quien lo publicó en una edición especial sobre el fútbol en junio de 1994. Este trabajo es el que abre la reflexión temática en mi vida profesional, e inaugura lo que sería prácticamente un artículo cada cuatro años, salvo en 2010, y, por ello mismo, inicia el abordaje académico de la cuestión en este libro.

      Esta maduración, asimismo, permitió que ese grupo de amigos, que tuvo la iniciativa, publicara una historia del fútbol profesional colombiano hasta aquel mundial de Italia 90, en el cual se logró una angustiosa clasificación a octavos de final con el empate agónico ante Alemania. El libro se tituló Colombia Gol, de Pedernera a Maturana: grandes momentos del fútbol. Lo coeditamos con Juan Gonzalo Zapata, economista y politólogo, artífice inicial de la idea, y con José Arteaga, comunicador social y periodista quien, por entonces, hacia también sus primeros pinitos como escritor en torno a su otra gran pasión: la salsa. En él, participaron hoy conocidas figuras del periodismo como Fidel Cano, Eduardo Arias, Gonzalo de Francisco, entonces funcionario del gobierno de César Gaviria, y César Arizmendi, un amigo de universidad que nos aportó su visión como hincha del Unión Magdalena de Santa Marta. La portada fue un dibujo del fallecido Miguel Camacho, basado en la foto histórica de José Clopatofsky, entonces director de deportes de El Tiempo, en la que se congela, para la posteridad, el grito de gol de Fredy Rincón luego de anotar contra Alemania, en aquel empate que, precisamente, es uno de los hitos de la selección como referente de nación. Lo coeditaron Cerec y L. de G. Editores.

      La inexperiencia hizo que no se pidiera el permiso al diario El Tiempo y, dado que uno de los coautores era Fidel Cano de El Espectador, se tuvo que entregar una buena parte de la edición para evitar una demanda. El libro no se vendió como se esperaba, pero con el paso del tiempo fue allegando satisfacciones y una tarea hasta hoy no efectuada: sacar una segunda edición que actualice esa historia hasta la actualidad. De este libro, se reproduce el capítulo sobre la participación de Colombia en Italia

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