Ganar sin ganar. Andrés Dávila Ladrón de Guevara

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Ganar sin ganar - Andrés Dávila Ladrón de Guevara

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otros deportes, y de allí su singularidad, ninguno como el fútbol ha logrado jugar un papel integrador, cohesionador y generador de adhesiones y lealtades.

      Ellas se despliegan desde la más local hasta esa indescriptible que se genera en torno a las selecciones nacionales. Unos han querido explicarlo, como todo, a causa de la alienación propia del mundo capitalista; otros han preferido referirla a una particular concatenación de sentimientos primordiales, lealtades tribales y profesión de fe religiosa; y otros más se inclinan por valorar la expresión ritual, sagrada, en que se convierte un partido o la participación en un determinado torneo. Uno, el poeta Vinicius de Moraes, lo inmortalizó al decir de la selección brasileña:

      Mi seleccionadito de Oro… Goooool deeeel Braaaaaaaasil qué belleza mayor belleza no hay ni puede haber toda esta raza vibrando con una disnea colectiva ah qué vasoconstricción pero linda la sangre entrando verde por el ventrículo derecho y saliendo amarilla por el ventrículo izquierdo y fundiéndose en el cuerpo amoroso de pobres y ricos enfermos de pasión por la patria y hasta la revolución social en marcha se detiene por ver a seu Mané… o si no a los profesores Nilton y Djalma Santos a los que hay que canonizar porque nunca piensan en sí únicamente en Gilmar más solito que Cristo en el Huerto en medio de ese rectángulo abstracto en cuyo torbellino se oculta el himen de la patria-niña que todos nosotros tenemos que defender hasta la última gota de nuestra sangre. (De Moraes, 1994, pp. 83-84)

      Patria, nación, selección, identificación de todo un pueblo unido en torno a un equipo por mecanismos pasionales, que no racional-instrumentales. Pero, ¿cuáles son los alcances y límites de esta adhesión? Para la política clásica, gobiernos, autoridades, partidos y candidatos, el fútbol podría servir para alcanzar legitimidad. Para los empresarios, publicistas y medios de comunicación, qué mejor que un mercado-espectáculo, un mercado-deporte. Pero, evidentemente, tal manipulación tiene sus límites. Los mecanismos y los alcances del fervor nacionalista que despierta el fútbol obedecen a mediaciones más profundas y complejas. Ellos no se agotan en la burda utilización politiquera y menos en la manipulación publicitaria. Más allá hay procesos, símbolos, mitos, imaginarios y mediaciones que subyacen a los factores aparentemente evidentes y a partir de los cuales se construye tal adhesión.

      En ellos tal vez sea posible identificar elementos relacionados con la puesta en juego de determinados valores, con la ruptura temporal de diferencias sociales y económicas o con la eliminación inmediata de rivalidades ideológicas o políticas. Pero, ¿es factible distinguir un orden en su conjugación?

      Segundo tiempo

      El escenario es ahora el estadio Monumental de River Plate en Buenos Aires. Colombia y Argentina disputan la clasificación al mundial de fútbol. A favor de Argentina el hecho de que juega de local y, como lo dijo Maradona, la historia. A favor de Colombia la tabla de clasificaciones y su fútbol: con el empate está en el anhelado mundial. Noventa minutos más tarde y luego de una soberbia demostración futbolística, Colombia está en Estados Unidos. Venció por 5 goles a 0 a la historia. Otra vez el proceso y la adhesión a un estilo dieron sus frutos. Para los argentinos: vergüenza, como tituló una prestigiosa revista deportiva (y para Maradona 0 en historia, como lo destacó un aviso publicitario en un diario colombiano).

      Para los colombianos esa inocultable satisfacción de derrotar al poderoso, de humillar al prepotente, de alcanzarlo todo gracias a “la fe en lo nuestro”. Un equipo y unos jugadores que, sin importar las circunstancias, imponen sus condiciones y no olvidan ceñirse a sus principios, aquello en lo cual se reconocen y hace que los colombianos se reconozcan; esos factores múltiples, inexplorados, que sirven de vínculo y de mediación entre la selección y su pueblo, y entre su pueblo y una imagen de lo colombiano. Pero, además, esta victoria tenía algo nuevo: la contundencia, los goles, la novedosa experiencia de conseguirlo sin tanto sufrimiento. Como si de verdad el país, por fin, encontrara la ruta de salida del purgatorio.

      De allí en adelante, la celebración, la fiesta inagotable que involucró al país, el presidente que recibió a la selección y en un estadio colombiano abarrotado les impuso la máxima condecoración que se le otorga a los buenos hijos de la patria (como Álvaro Mutis). También, algunos muertos, pero no más que los que se producen en cualquier fin de semana a raíz de las violencias. Y una solicitud unánime, en el estadio, por la liberación del exarquero de la selección, en prisión por intermediar en un secuestro.

      El país, con sus contradicciones, allí representado. Desmesurado, absurdo y oportunista; seguramente eso y mucho más. Solo que allí había algo más que una locura colectiva improductiva o un aprovechamiento puramente político y económico de lo sucedido. En aquel histórico triunfo se desplegaba, de nuevo, pero ahora con mayor fuerza, un proceso intangible de construcción de la nacionalidad, de afianzamiento de una identidad, de surgimiento de mitos futbolístico-vitales fundacionales y de confirmación de símbolos y mecanismos mediadores. Esto tal vez sea lo atractivo del lenguaje, que el juego de la selección repite hasta el cansancio: el trabajo en equipo que no niega las individualidades, la profunda adhesión al proceso, con sus triunfos y derrotas, y el aprendizaje permanente, tanto de logros como de fracasos.

      Esto puede sonar contradictorio y paradójico, puede tener aspectos virtuosamente rescatables y otros asquerosamente reprochables (como cualquier otro proceso de formación de una identidad nacional). Pero la pregunta de fondo es: ¿hasta dónde? Sí, ¿hasta dónde lo forjado en la realidad paralela del juego puede trasladarse a la realidad real? ¿Es factible que el proceso de identificación nacional adquiera raíces profundas y duraderas? O ¿está condenado a la fragilidad y fugacidad del triunfo deportivo?

      En los vestidores

      Se han establecido, con alguna certeza, instancias de relación profunda entre juego y cultura, fútbol y sociedad y, más en particular, entre fútbol y mecanismos forjadores de la identidad nacional. Definitivamente, hay que superar las visiones puristas del juego y aquellas simplificadoras que ven en los deportes algo así como mecanismos de reproducción y readecuación de la fuerza de trabajo alienada.

      No obstante, parece que falta algo. Tal vez ordenar los argumentos; precisar, de mejor forma, el lugar del fútbol en el devenir de la sociedad o indagar, en los términos de Norbert Elias, al deporte como una manifestación específica pero central de la sociedad. Ahora bien, en la reflexión concreta sobre identidad, nación y legitimidad, este trabajo, como un boxeador contra su sombra, golpea y golpea porque intuye que las interrelaciones y los entrecruzamientos son más diversos y más significativos de lo que hasta aquí se ha podido esclarecer.

      El ejemplo examinado indica, con fuerza, que allí están los procesos, los mecanismos y los hechos. Pero señala, además, que hay una necesidad de delimitar cada esfera y sus interacciones, para avanzar en el análisis. Es una situación algo paradójica porque simultáneamente se constatan los nexos, pero suena un tanto exagerada la extrapolación.

      Por lo pronto, basta con señalar que el juego del fútbol, gracias a sus elementos agonales, lúdicos, estéticos, de figuración y representación, genera una particular adhesión y lealtad en los espectadores y fanáticos. Tal adhesión, apoyada en sentimientos primarios, religiosos, de tensión y placer, deriva en determinadas competencias y, bajo circunstancias particulares, en procesos de identidad nacional, de forjamiento o construcción de la nación. Estos procesos, por situaciones sociales y políticas, adquieren mayor relevancia y parecen proyectarse a nuevas instancias. En ellas, la propia gramática del juego se suma, primero, a los ritos, mitos y símbolos generados ya no solo por el juego, sino por la relación con el pueblo que apoya a su selección, y se adiciona, luego, a la relación compleja con la situación del país, hasta constituir verdaderos factores de consolidación de una identidad, de unos mitos fundacionales, de referentes colectivos que aglutinan, expresan y transforman. Pueden darse allí, sin duda, las condiciones y los factores para sustentar una

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