Ganar sin ganar. Andrés Dávila Ladrón de Guevara
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Vinieron luego los peores cinco minutos de la selección desde que fue convocada. El desespero trajo desánimo y desconcentración. En ese lapso, una llegada de los yugoslavos pega en el palo. Los colombianos perdían todos los balones en tres cuartos de cancha y dejaban armado el contragolpe del contrario. Para rematar el mal momento, Perea cometió una mano innecesaria dentro del área y el árbitro no dudó en sancionar el penal. Higuita lo detuvo, Colombia pensó y Yugoslavia se recogió un poco en su campo y decidió cuidar el 1 a 0. Después Colombia atacó desordenadamente, pero sin regalarse ni descomponerse. No obstante, la asimilación de la derrota no fue suficiente y perdió su estilo de juego. La entrada de Estrada por Redín no sirvió y dejó en claro que Fajardo tiene que estar, como mínimo, en el banco y que Iguarán no es efectivo frente a la velocidad y potencia de los europeos. Había que insistir en la habilidad, en el juego a ras de piso y en el ritmo lento y pausado. El equipo quiso llegar al pelotazo, al ‘ollazo’, al área, que, obviamente, ganaron los europeos. Aun así, Hernández logró acercarse con algún peligro gracias a su habilidad. El partido terminó y la clasificación de Colombia, tan anunciada y tan deseada, quedó pendiendo de un hilo. El siguiente rival era la tromba alemana que goleó a los yugoslavos y debería hacer lo mismo con los Emiratos y con los colombianos. Pero los partidos hay que jugarlos primero, diría Maturana, y tendrían que escucharlo los portadores de malos presagios.
“Se embolató la clasificación”, anunció la prensa y nadie dijo nada más. Aparecieron los periodistas, del primer día, como aves de rapiña sobre su presa agonizante. Los hinchas callamos ante la realidad, pero saltamos ante los buitres. Había que cambiar algunas cosas. Sin embargo, no era para tanto. Un aficionado, incluso, pensó en viajar a Italia a pegarle a los que eran capaces de sacar armas tan sucias para empañar nuestro desempeño.
—“¿Faltan delanteros? No creo, porque llegamos varias veces”. “Y entonces, ¿qué nos pasó?”. “Un error”. “De esos que nunca faltan, ¿cierto?”. “Sí, hermano, ¡qué vaina!”. “Fresco, que contra Alemania mejoramos, y además no estamos eliminados todavía”. “Ah, lo que pasa es que me da rabia, hermano, jugando bien. Es que jugamos mejor que ellos, y vienen y nos ganan, ¿ah?”. “Fresco, no te pongás a llorar que no sacás nada”.
Claro, ni siquiera el penal que tapó Higuita sirvió para evitar la derrota, aunque sí había servido para mantenernos dentro del campeonato. Un golpe de suerte era lo que hacía falta contra los tanques alemanes que ahora habían aplastado, sin la menor muestra de misericordia, a la inocente selección de Emiratos Árabes. Bogotá caminó cabizbaja de norte a sur y viceversa. Valderrama había bajado de precio momentáneamente y muy pocos preguntaban ahora por los afiches a todo color con las firmas en alto relieve. La preocupación rondaba en las caras de los adultos y la confianza en la de los niños, que seguían jugando en los potreros como si nada hubiera pasado. Se llamaban a sí mismos Leoneles y Andreses, sin pena ni vergüenza en sus rostros. La gente los oía gritarse y pensaba que, siendo tan pequeños, nada podían saber de fútbol.
El estadio Giuseppe Meazza de Milán era precioso, el mismo de la inauguración; allí aparecieron los hinchas alemanes como fanáticos romanos en tiempos de César. Rugían, gritaban y coreaban, con voces de tenores borrachos, a sus ídolos. Parecían pedir sangre. Por un túnel salieron los protagonistas: 11 hombres de rojo como judíos indefensos y 11 leones hambrientos vestidos de blanco. Durante la segunda parte del himno colombiano, se escuchó muy claro el grito de “Deutschland, Deutschland”. No había dudas: Colombia era el visitante y Alemania, el local.
Colombia vs. Alemania (1-1) (Littbarski, Rincón)
Era el partido esperado desde el sorteo en diciembre. El desafío del fútbol colombiano para mostrar su verdadero nivel y su verdadera dimensión. La posibilidad de confirmar un innegable avance técnico y táctico y la verdadera jerarquía competitiva del equipo, puestos en duda por quienes, en las horas previas al cotejo, olímpicamente olvidaban las pruebas suficientes que se habían dado en estadios de todo el mundo. Ganar parecía imposible frente a una máquina que había logrado nueve goles en dos partidos y que se perfilaba como candidato al título mundial. Empatar era para muchos, y en especial para cierto resentido sector del periodismo, un sueño de quienes creíamos en Maturana, en el equipo y en el proceso. Los despectivamente tratados como soñadores sabíamos que había con qué, pero dudábamos por la magnitud del contendor. Perder era lo lógico. Con un optimismo muy raro se pensaba que un 1 a 0 en contra nos daba posibilidades de clasificar como uno de los cuatro mejores terceros, con dos escasos puntos y dependiendo de los demás resultados. Una derrota por ese marcador nos dejaría satisfechos, en cambio la goleada nos pondría en nuestro sitio y, obviamente, nos produciría tristeza por no haber mantenido el 0 a 0 frente a Yugoslavia. Algunos fieles de Maturana y su combo preferíamos aceptar la opinión general de dientes para afuera, pero confiábamos calladamente en las posibilidades.
El antídoto era claro: robarles el balón, jugarles a ritmo de bolero y extremar la marcación en zona y el funcionamiento de la línea y el fuera de lugar. Atacar sería la respuesta a unas avalanchas que, al no fructificar, los confundirían, los desgastarían y les harían perder los papeles. Solo que había que cuidarse hasta el último minuto. Un primer punto a favor fue la suspensión de Andreas Brehme, reemplazado por Pflügler.
Desde un principio, Colombia puso el partido en la nevera. Ciertamente, Alemania ya estaba clasificado y esto, sumado al inmenso favoritismo, los pudo hacer aflojar. Pero también es verdad que, desde el primer minuto, empezó el aplicado trabajo de Colombia en defensa y ataque. En los primeros quince minutos, se evitó que Alemania se acercara con peligrosidad. El pressing a los costados, el fuera de lugar y los anticipos de Higuita a Voeller y a Klinsmann desarmaron paulatinamente a los alemanes. Cada vez que Colombia recuperaba el balón intentaba retenerlo a uno o dos toques, pero sin afán. Tampoco se cayó en un exceso de faltas, y, por el contrario, al herir el orgullo alemán, ellos fueron los que pegaron sin consideración, favorecidos por un mediocre árbitro irlandés que solo creía en el dolor de los alemanes. Los colombianos triangulaban en todos los sectores y, aunque los alemanes apretaban la salida, la suficiencia individual ayudaba a superar la marca. En una sola ocasión, el gran ariete alemán Rudi Voeller hizo una genialidad y se la globeó de puntazo a Higuita. Higuita respondió y envió el balón por encima, luego de una espectacular estirada hacia atrás.
Después del minuto quince, vino el mejor momento de Colombia. Luego de soportar el anunciado chaparrón alemán, que terminó siendo una leve llovizna, el equipo se apoderó de la media cancha, empezó a tocar hacia adelante, a ubicar sus líneas cerca a la mitad de la cancha y a desnudar los problemas defensivos de la imperfecta maquinaria alemana. En dos ocasiones, se hicieron jugadas de más de quince pases continuos, sin que la fuerza y potencia física de los alemanes alcanzaran para cortar los avances. En dos ocasiones, también, se acercó Colombia al gol. Estrada, cerca de la esquina derecha, amagó, giró y tocó suavemente para Valderrama. Este ingresó al área, tocó el balón preciso a los pies de Fajardo quien la quiso asegurar y descolocar al arquero. En forma increíble desperdició la ocasión más clara de anotar. Pocas jugadas después la llegada fue por el otro extremo. Rincón picó al vacío por la izquierda, controló el balón, amagó, entró y frenó, volvió a amagar y frenó, volvió a amagar y centró (su marcador todavía lo está buscando). Estrada se levantó entre dos defensas, midió el golpe de cabeza y la envió por encima del horizontal. Colombia no apretaba el ritmo sino que tejía con precisión sus avances, sin apuro, con jerarquía y criterio. En defensa hacía equivocar a los alemanes que entregaban mal, erraban los pases y, cuando se desesperaban, pegaban descaradamente. Pensamos que un gol a esa altura podía ser una maravilla, pero también un peligro porque, heridos los alemanes, podían reaccionar sin