Ganar sin ganar. Andrés Dávila Ladrón de Guevara

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Ganar sin ganar - Andrés Dávila Ladrón de Guevara

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      Para el segundo tiempo Colombia tenía la obligación de liquidar el partido jugando bien o mal, bonito o feo. Esa disposición se vio cuando los marcadores se fueron al ataque y Leonel se la pasa a Barrabás, quien la devuelve de primera al vacío y evita el fuera de lugar. Leonel entra al área, va al fondo, levanta la cabeza y mide el centro atrás. Redín entra y cabecea al primer palo, midiendo al ángulo más difícil para la reacción del arquero. Gol: 1 a 0.

      Por primera, y única vez durante el Mundial, Colombia estuvo arriba en el marcador. En esos momentos mostró algo más de su estilo y de su fútbol. Los volantes se juntaron, la salida se hizo más clara y se lograron combinaciones de más de quince pases seguidos. Cuando atacó, adquirió mayor peligrosidad porque las combinaciones fueron hacia adelante y de primera intención. Higuita sacaba largo para aprovechar que Emiratos ya había adelantado sus líneas. Los rebotes se ganaban en cualquier lugar de la cancha. Las pocas veces que resultaron los pases al vacío, los atacantes colombianos fueron ‘fauleados’ cerca del área. Sin embargo, los cobros resultaron improductivos. No obstante, se perdieron muchos balones. Redín y Rincón se equivocaron seguido en tres cuartos de cancha. Colombia fue un equipo intermitente e incapaz de demoler definitivamente a un rival débil. Hubo desconcentraciones y baches que armaron a Emiratos y que, a pesar de sus limitaciones, le permitieron arrimarse con peligro, con balones ‘globeados’ al centro de la defensa. En una de esas salvó René, en otras tuvo que salir del área a rechazar o a jugar casi hasta la mitad del campo.

      Sobre los 30 minutos del complemento, entró Estrada, y en los últimos quince Colombia empezó a sostener el resultado. Sin retrasar las líneas, lateralizó el balón y usó el achique para dejar a los delanteros de Emiratos en fuera de lugar. La tensión se apoderó de los jugadores criollos. No arriesgaban mucho y cuidaban el balón. El partido no era complicado, pero del enredo y la intermitencia cualquier cosa se podía esperar. Colombia no había matado a su rival y desperdiciaba balones arriba, especialmente en los pies de Estrada, Redín y Rincón. Por momentos se rifó el balón.

      Sobre el minuto 41, hubo un tiro de esquina en contra, el rechazo defensivo lo recibió Estrada, quien antes había perdido tontamente dos o tres balones. Hizo un pase magistral al vacío para el contragolpe mortífero. Picó Valderrama, encaró cuando llegaba Estrada por derecha, sacó a un defensor y disparó colocado con alguna fuerza al ángulo izquierdo del arquero. Gol. Colombia manejaba el partido e intentaba de nuevo. Emiratos también buscó el descuento, pero ya no había argumentos ni tiempo.

      Fue un juego irregular. Colombia no tuvo continuidad en su labor ni alcanzó gran dimensión individual o colectiva. No tuvo la contundencia necesaria para comprobar su superioridad. Sin embargo, consiguió un triunfo que, para arrancar en el Mundial, era indispensable. Hizo cerca de 550 pases acertados y, tal vez en ese regular 2 a 0, quedó demostrada su jerarquía, su nueva mentalidad y su competitividad. Una reflexión a posteriori deja la inquietud por la no utilización de dos delanteros. Poner desde un comienzo los cinco volantes era entendible por la intención de manejar el balón antes que nada y darle ritmo al equipo que enfrentaría los duros compromisos contra los europeos. No obstante, al menos en ese primer tiempo de 0 a 0 y escasas llegadas, hizo falta alguien que abriera la cancha y llegara hasta el fondo con mayor disposición. La no inclusión de un jugador de tales características permitió imponer el estilo y pasar el susto del debut, pero faltó poco para que ese empate se convirtiera en un problema insoluble con las desconcentraciones del final del primer tiempo. Se ganó, por 2 a 0, y eso bastaba. Pero ni los jugadores ni el técnico ni la prensa ni los hinchas estaban satisfechos. Colombia era mucho más y tenía que demostrarlo.

      “La primera victoria en un Mundial” tituló la prensa al día siguiente y se nos hinchó el pecho de emoción como si fuera lo más importante de nuestras vidas. Colombia en el Mundial podía volver romántica hasta una piedra pómez. Habían vuelto a resonar los himnos populares, los verdaderos: temas rumberos, las cumbias, los porros y la salsa. Joe Arroyo cantaba, Zumaqué cantaba, Raíces tocaba. Fiesta, pura fiesta. “Ese Pibe, ese Pibe, ¿lo viste?”. “Un crack”. “Higuita no se ha mostrado”. “¿Sí viste lo que decía esa güeva de Ramiro? Que dizque este es el único partido que vamos a ganar en el Mundial”. “Si supiera que prácticamente estamos en la final”. “¿Contra quién nos tocará, ah?”. “De pronto contra el mejor equipo que se ha visto hasta ahora”. “¿Contra esas bestias alemanas?”. “Sí, a la fija”. “¿O sea que jugaremos dos veces contra ellos?”. “A lo mejor”.

      Alemania había asustado desde el comienzo, cuando goleó sin misericordia a los yugoslavos, pero no les teníamos miedo. Solo una cadena radial trataba de hacernos ver débiles y menores a nuestra condición. De todas formas, el siguiente partido era frente a los derrotados del domingo por 4 a 1. Confiábamos en ganarles también, si “El Guajiro” estaba en su día.

      Ahora la ciudad estaba más tranquila, pero el gusanito del Mundial hacía estragos por todas partes. Valderrama, Mathaeus, Makanaki, la mascota número 7 y el escudo de Irlanda se habían vuelto dificilísimos para los cambiadores. Sin embargo, ciertos papás obligados desembolsaban verdaderas fortunas por cada lámina. Incluso, algunos vendedores descarados les mostraban a los niños el álbum lleno hasta la última página. A estos se les iban las babas de la envidia y el deseo.

      El 14 volvió a jugar Colombia, a las diez de la mañana, en Bolonia. Un rival que nos conocía de memoria era la pesadilla del momento. Otra vez a comernos las uñas, a agotar la botella de aguardiente y a frotarnos las manos para quitar el sudor. Uno o dos gritos obscenos al árbitro y el corazón que latía a mil por minuto…

      Colombia vs. Yugoslavia (0-1) (Susic)

      Partido difícil. Primer enfrentamiento contra un equipo europeo que, además, necesitaba reivindicarse después de la aplastante derrota frente a Alemania. Tenían un detallado conocimiento de Colombia por la presencia en el cuerpo técnico de Popovic y Draskovic. El partido comenzó con dos equipos que se respetaban y trataban de imponer sus características de juego para controlar el partido. La primera media hora fue excelente para Colombia, dueña de la media cancha. Tuvo llegada, manejo y perfecta disposición defensiva y ofensiva.

      Tal vez un solo pecado: en su afán por aprovechar el buen momento y definir el partido, se olvidó de aquietar el balón, de quitarle ritmo a los europeos y de acabar de desconectarlos con una fórmula a la que no le tienen respuesta. Luego de ese lapso, y con un ingrediente de desgaste físico y juego fuerte de los yugoslavos, el partido cambió de dueño. Los últimos quince minutos mostraron a una Yugoslavia que, luego de no tener ni el balón ni el terreno, salió a atacar y logró cortar la comunicación del equipo nacional. Sin embargo, no hubo llegadas de riesgo.

      Los primeros veinte minutos del segundo tiempo se mantuvieron en la misma tónica, con la diferencia de que hubo varias llegadas de peligro que mostraron que los yugoslavos sabían romper el sistema zonal de Colombia. En uno de ellos, el remate del centro delantero, recién ingresado, rebotó en el pecho de Higuita. Algunas dudas sobre el fuera de lugar pueden explicar esta situación, aunque también el acertado cambio del técnico. Otro acierto del estratega europeo fue colocar un líbero delante de la línea de cuatro que incomunicó a los volantes colombianos, los anticipó, los confundió y terminó ganándoles gracias a su fortaleza física y a algo de violencia.

      Al minuto 25, más o menos, Colombia logró equilibrar el juego y volvió a manejar el esférico. No llegaba con peligro, pero tenía el balón, lo trasladaba por todo el terreno y hacia un acertado uso de los cambios de frente. Ante las dificultades para acercarse con riesgo, los colombianos intentaron pálidamente la media distancia, aunque siempre desviada. “Barrabás” Gómez buscó convertirse en la alternativa de ataque, pero no tuvo fortuna. Maturana arriesgó con la entrada de Rubén Darío Hernández por Freddy Rincón. En dos o tres piques por su costado, confundió e inquietó a la defensa. Los pases los recibía de un inspirado Higuita

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