Poli. Valentin Gendrot

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podéis guardar la hoja —dice la instructora—. ¡Los cuatro siguientes!

      Enrollo la hoja con mi diana y la tiro a la basura. Los demás no tienen por qué ver mis resultados desastrosos.

      Antes de la primera sesión de tiro, la jefa Milat nos ha proporcionado unas armas falsas de plástico para que aprendiéramos a usarlas y a interiorizar las normas de seguridad: siempre hay que manejar el arma como si estuviese cargada; siempre hay que dejar el dedo índice apoyado en el guardamonte (el anillo que protege el gatillo de una presión accidental); y siempre hay que orientar el arma y el cañón de la misma hacia una zona segura.

      —Mira, Abuelo, he acertado diecinueve —me dice Mickaël mientras me enseña su hoja—. La he cagado con el último, ¡qué chasco!

      Buenas noticias, mis compañeros finalmente se han decantado por el mote «Abuelo» en lugar del de «Ronquidomán».

      —¡Joder, diecinueve! Está genial —contesto.

      —¿Y tú? ¿Cuántos?

      —Ni idea, no los he contado. No demasiados.

      Capítulo 7

      En la habitación, Alexis siempre es el primero en levantarse. Esta mañana, ha aprovechado para venir a mi cama. Me he despertado y he abierto los ojos, sobresaltado. ¿Estoy soñando? ¡No! ¡El muy imbécil me ha puesto los huevos en la frente!

      Alexis se troncha de risa. Avisa a los demás y les enseña la foto que acaba de hacer. Se ríen a carcajada limpia. Desconcertado, grito:

      —¡Eres un mierda!

      Alexis me mira, sonriente.

      —¿Quieres jugar? —lo amenazo, furioso—. ¡De acuerdo, te vas a enterar!

      Él sigue riéndose, dejando ver sus grandes dientes de caballo. Agarra la toalla y sale de la habitación en chancletas.

      Alexis es el tipo de tío que sueña con entrar en la BAC «por la adrenalina». Mientras tanto, se bebe entre cuatro y seis batidos de proteínas al día. Quiere aumentar su masa muscular. Sin embargo, por ahora, a pesar de las pociones proteicas, sigue siendo alto y flacucho como un junco. Este compañero de habitación fue padre a los diecisiete años. Se dedicaba al adiestramiento de perros y, actualmente, vive separado de su pareja de entonces y solo ve a su hija —su «princesa»— un fin de semana de cada dos.

      Él, que pronto será uno de los encargados de hacer cumplir la ley, no parece consciente de que su broma se corresponde con la definición jurídica de una agresión sexual «repentina». Cree haberme gastado una broma buenísima, el tipo de humillación que solo se le permite al macho alfa.

      —Joder, tíos, abrid la ventana, ¡apesta a coño de vieja! —grita Clément.

      Capítulo 8

      Mi calvario comienza un viernes por la mañana, en la clase del jefe Goupil. Llevo un mes en la escuela y, de entre la retahíla de palabras del instructor, una frase me deja helado:

      —No sé si visteis Cash investigation el martes por la noche…

      Me ruborizo hasta las orejas. Está hablando de un documental que grabé para la cadena France 2 hace unos meses. Mi primer y único trabajo en televisión. Se trataba de una infiltración en un supermercado Lidl, con una cámara escondida en el ojal. Al final del reportaje, cometí el error de aceptar ser grabado a cara descubierta en un salón parisino bajo mi tercer nombre: Raphaël. ¿Cómo iba a saber que cuando se emitiera el reportaje yo volvería a estar infiltrado?

      Cuando Goupil menciona la investigación, respondo con el ridículo acto reflejo de esconderme bajo la mesa, fingiendo que recojo un bolígrafo que se me ha caído… Espero a que todo pase escondido como un avestruz. Quiero desaparecer.

      Desde 2014, mi carrera como periodista se ha orientado a las infiltraciones. Empecé como trabajador de una cadena de chocolaterías industriales en Villeneuve-d’Ascq. Después de eso, me infiltré como empleado de un centro de atención telefónica, como comercial de una compañía de gas y de electricidad a puerta fría, como recaudador bancario de Cofidis y, por último, como trabajador en una cadena de montaje en una fábrica de Toyota. Hice una compilación de estas cinco infiltraciones en un libro que titulé Les Enchaînés.10

      Lo de Cash investigation lo hice por una amiga que trabajaba en la productora del programa. La directora buscaba a alguien que estuviera dispuesto a sacar a la luz las condiciones laborales del supermercado alemán líder en descuentos. En mi sexta infiltración, presencié un ritmo de trabajo infernal, vi cómo mis compañeros de menos de treinta años se destrozaban la espalda y sufrí las órdenes que nos dictaban directamente al oído a través de un programa informático.

      Fue una infiltración cuya dificultad no residía en intentar pasar desapercibido, sino en el hecho de aguantar aquella falta de humanidad durante dos meses.

      En cuatro años, nunca me han descubierto. Y ahora, mientras finjo que busco el bolígrafo debajo de la mesa, soy consciente de mi imprudencia. ¿Por qué decidí mostrar mi cara en pantalla? Puede que mi anterior infiltración haga fracasar la actual, que, además, es la más atrevida.

      El jefe Goupil habla de una escena que no era la mía, se trata de un caso de acoso psicológico cuyo extracto sonoro lleva tres días circulando por internet. Tal vez solo haya visto el adelanto del reportaje.

      —Podéis encontraros en una situación parecida —dice antes de pasar a otra cosa.

      —Abuelo, ¿buscas algo? —me dice Mickaël el Musculado, burlón.

      Salgo de mi agujero.

      —El lápiz —respondo con voz neutra.

      —Está en la mesa…

      —Ah, joder, soy estúpido.

      Paso el resto de la mañana esperando con impaciencia el mediodía del viernes, cuando podré ir de nuevo a casa de mis padres. Ya en el coche, vuelvo a respirar tranquilo. Me centro en la perspectiva de un buen fin de semana: voy a chinchar a mi padre, jugar al fútbol, beber cerveza con mis colegas y olvidarme de esta escuela y de sus alumnos. También quiero dormir. Después, todo irá mejor.

      El domingo por la noche vuelvo a la escuela sin prisa alguna. No estoy tranquilo. Con la maleta en la mano, empujo la puerta de la habitación.

      —¡Qué pasa, tíos! —digo, intentando fingir normalidad—. ¿Habéis pasado un buen fin de semana?

      Estrecho la mano a Alexis, Romain, Julien, Micka y Clément. Me acerco a Basile, que está junto a la ventana, probando los auriculares inalámbricos que se acaba de comprar.

      —¡Hola, Abuelo!

      A veces le sale algún que otro gallo, como si no le hubiera cambiado la voz. Coloco mi ropa en un armario cada vez más desordenado. Ha caído pasta de dientes sobre la funda de mi reproductor de DVD. Basile me llama:

      —¿Sabes, Abuelo? He visto el programa del que nos habló el jefe Goupil el viernes. Es gracioso, sale un tío que se te

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