Soberanía alimentaria. Группа авторов

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rel="nofollow" href="#u29ddeaa8-566f-560c-bb5a-a238c882c10a">Estrategias de abundancia de los indígenas amazónicos en contexto urbano: hacia la soberanía alimentaria en Leticia

      Blanca Yagüe

       Huertos caseros: un lugar para ser llamado mío, suyo, nuestro. La importancia de las mujeres en la construcción de la soberanía alimentaria y de la agroecología en Brasil

      Laeticia M. Jalil

      Michelly Aragão

      Adriella Camila G. F. da S. Furtado da Silva

      Islandia Bezerra

      Mônica de C. R. dos Anjos

      Lorena Lima de Moraes

       Cocina nacional, procesos identitarios y retos de soberanía: las recetas culinarias construyendo Mozambique

      Maria Paula Meneses

       De las monoculturas a las ecologías: agroecología para la soberanía alimentaria en Brasil

      Luciana Buainain Jacob

       Soberanía alimentaria y otras soberanías: los comunes y el derecho a la alimentación

      Giovanna Micarelli

       Las autoras y los autores

       Introducción

       Soberanía alimentaria: saberes, estrategias, resistencias

      Luciana Buainain Jacob

      Giovanna Micarelli

      La globalización agroalimentaria es en la actualidad una de las caras de la globalización hegemónica capitalista, tal vez su cara más exitosa. Santos (2003) define la globalización hegemónica como el proceso a través del cual un fenómeno dado o entidad local consigue difundirse globalmente, adquiriendo la capacidad de designar un fenómeno o una entidad rival como local, para así desacreditarlos. Cuando se habla de agricultura y alimentación, el modelo de desarrollo impuesto y llevado a la práctica por el agronegocio se constituye como la globalización que venció a costa de la desacreditación de otros conjuntos de relaciones sociales. En palabras de Santos, “el discurso sobre la globalización es la historia de los vencedores contada por ellos mismos. En verdad, la victoria es aparentemente tan absoluta que los derrotados terminan por desaparecer totalmente de la escena” (2003, p. 198).

      El agronegocio, tal como se manifiesta actualmente, tiene raíces en la articulación capitalista-colonial, la cual se refleja en su perspectiva autoritaria, depredadora, violenta y excluyente. La apropiación de tierras, el latifundio, el monocultivo, el énfasis en la exportación de materia prima, la violencia contra grupos que luchan por la tierra y por el territorio, la destrucción de los ecosistemas, la liquidación de los saberes tradicionales, el trabajo esclavo, la producción extensiva, la simplificación del medio natural, son todos elementos constitutivos del actual modelo productivo, que, a pesar de hacerse pasar por moderno, reproduce el modelo colonial de la explotación de la tierra, la naturaleza y los pueblos. La lógica que se instauró desde la implantación del capitalismo colonial indiscutiblemente se fortalece con la Revolución Industrial y con el proceso de modernización de la agricultura, y se propaga como la única posibilidad creíble de producción agrícola. Este modelo, constituido a partir de rasgos coloniales y empapado del mito modernizador, es responsable de serios e irreversibles daños ambientales, del aumento de las desigualdades sociales y del hambre, de la supresión de saberes y culturas y de la pérdida de la soberanía alimentaria de los pueblos. Producir como no existentes otras realidades posibles, es decir, hacerlas parecer descalificadas, invisibles, desacreditadas, subalternas, es su mayor artificio para garantizar su hegemonía.

      Mientras tanto, en todo el mundo, la globalización del sistema agroalimentario está siendo enfrentada por procesos de resistencia. Estas luchas son protagonizadas por iniciativas populares, organizaciones locales, pueblos indígenas y afrodescendientes, campesinos y campesinas, agricultores y agricultoras urbanas, consumidores y consumidoras, articulados en redes de solidaridad y de lucha en diferentes escalas. Estas iniciativas, además de hacer resistencia, producen dinámicas de innovación social para la construcción de alternativas alimentarias y culturales contrahegemónicas.

      La soberanía alimentaria es una expresión de estas alternativas. La noción de soberanía alimentaria fue divulgada por primera vez en 1996 por La Vía Campesina (LVC) durante la Conferencia Mundial de la Alimentación, en Roma, pero solo en 2012, como resultado de las crecientes demandas de los movimientos sociales, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) accedió a hablar de soberanía alimentaria como paradigma alternativo a la seguridad alimentaria. La soberanía alimentaria, como concepto, proceso y movimiento social, busca responder a las limitaciones del modelo de seguridad alimentaria para garantizar el derecho a la alimentación para todos, y afirma que para lograr la realización plena de este derecho no es suficiente centrarse en la disponibilidad y el acceso a los alimentos, sin tocar la cuestión de cómo se producen los alimentos y por quién. En 2014, el relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, ayudó a realzar el paradigma de la soberanía alimentaria cuando declaró que: “entendida como un requisito para la democracia en los sistemas alimentarios —lo que implicaría la posibilidad para las comunidades de elegir de qué sistemas alimentarios depender y cómo remodelar esos sistemas— la soberanía alimentaria es una condición para la plena realización del derecho a la alimentación” (2014, p. 20; énfasis nuestro).

      La soberanía alimentaria, en la perspectiva asumida por una gran variedad de movimientos e iniciativas, tanto locales como globales, implica la garantía de los derechos de uso y gestión de la tierra, el territorio, las semillas y la biodiversidad; la valorización de los saberes y prácticas locales; el énfasis en los circuitos locales de producción y consumo; el cuidado de la naturaleza y la sustentabilidad de los agrosistemas; la capacidad de los pueblos para definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas; la alianza entre agricultores y agricultoras, consumidores y consumidoras; la descolonización de prácticas y saberes; y la solidaridad cosmopolita entre grupos sociales que luchan por la dignidad y la justicia en el campo. Estas iniciativas marcadamente diversas tienen el potencial de responder a las crisis ambientales, sociales y económicas actuales. Sus beneficios incluyen la conexión de consumidores urbanos y agricultores; el fortalecimiento de los sistemas alimentarios comunitarios; la promoción de una ciudadanía activa en el derecho a elegir y configurar sistemas alimentarios más democráticos; la reducción de la dependencia, al favorecer la resiliencia y un sentido de pertenencia por encima de la eficiencia demandada por el mercado; y la capacidad de responder a la pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo y el cambio climático a través de enfoques agroecológicos que trabajan con la naturaleza (Patel, 2009). Surgida a partir de luchas populares, la propuesta de soberanía alimentaria viene paulatinamente siendo abordada también en los medios científicos.

      Esta obra abarca contribuciones que dialogan de forma plural e interdisciplinar con la temática de la soberanía alimentaria

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