Recuerdos de una vida. Loida Morales Ruiz
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—Vamos, Ruiz. Por favor, abre los ojos. Venga, precioso, ábrelos. Te queremos mucho.
Ruiz abrió los ojos, nos miró y, con las pocas fuerzas que tenía en esos momentos, meneó varias veces el rabo, intentando mantener los ojos abiertos.
—Tranquila, se pondrá bien.
Han pasado varios días y Ruiz ya está mucho mejor de los golpes recibidos. Mamá quería llevarlo a la perrera, pero al final entró en razón y Ruiz sigue aquí con nosotros. Lo ha pasado muy mal. Apenas lo podíamos tocar, porque le dolía prácticamente todo el cuerpo. Ya no volverá a morder nunca más. Aquella vez fue un simple acto reflejo por el dolor que tenía en las costillas. Ahora, cuando le duele, solo se queja y nos lame la mano mirándonos. Tenemos mucho cuidado de no hacerle más daño.
Ahora Ruiz no nos acompaña al campo. Mamá le deja comida y agua para que no le falte y lo encierra en el lavadero. Mi pobre Ruiz, qué solo se debe de sentir. Es domingo. Anoche llegamos bastante tarde a casa. Mi hermano lo saca a la calle para pasearlo y que haga sus cosas. Es increíble, no se ha hecho pipí ni caca en todo el fin de semana. Está ansioso por salir. Casi no ha comido ni bebido agua. Mi hermana y yo nos acostamos. Papá y mamá habían quedado con sus amigos para tomar unas copas y mi hermano sacó a Ruiz a dar un paseo.
Es por la mañana temprano. Tengo sueño. Mamá entra en nuestra habitación. Está muy seria, aunque su cara no es de enfado. Más bien la veo triste y preocupada. Mamá se sienta a los pies de la cama de mi hermana y nos mira.
—Niñas, tengo que deciros algo.
Se calla un momento. Mi hermana y yo nos incorporamos sobre la cama y nos quedamos sentadas mirándola.
—Quiero que me prometáis que no vais a llorar.
—¿Qué pasa, mamá?
—Prometedme que no vais a llorar.
—¿Qué pasa, mamá?
Mi madre toma aire y, mirándonos a las dos con tristeza en los ojos, nos dice:
—Anoche, cuando vuestro hermano, papá y yo salimos con Ruiz, este cruzó la carretera como un loco. Empezamos a llamarlo, pero estaba deseoso de salir y no nos hizo caso, con tan mala suerte que en ese momento pasaba un coche y lo pilló.
A mama se le encogió el corazón. Para mí fue un golpe demasiado duro como para no llorar. Lo intenté, pero no pude evitarlo.
—No lloréis. Él no querría veros llorar.
—¿Cómo sucedió todo, mamá?
—El muchacho se bajó del coche para pedirnos perdón. Estaba temblando. La verdad es que lo sintió mucho, pero ya era tarde. No se podía hacer nada por él. Entonces, lo cogí y, tras mirarme por última vez, murió en mis brazos.
Capítulo 9
Ya han pasado unos meses desde que sucedió lo de nuestro Ruiz, aún lo recuerdo y me da una pena… Pero ya no lloramos, preferimos recordar lo bonito que nos regaló en su vida. Estamos en diciembre. Ya falta poco para mi cumpleaños. Cuando llego a casa después del colegio, entro en el salón a saludar a mamá. Me paro en seco al verla sentada en el sofá con la novela puesta. Me mira feliz y sonriéndome por la sorpresa que tiene preparada encima de la mesa. Es una tarta de queso con mermelada de frambuesa que ella misma ha hecho. Le ha puesto una vela. Me dice que, aunque todavía no es mi cumpleaños, la acepte como un regalo por el mismo. Me voy hacia ella y le doy las gracias, un beso y un abrazo.
—¡Felicidades, Lola! ¡Cariño! —exclama, abrazándome con fuerza.
Cumplo ocho años. Mamá se levanta y va a la cocina a por los platos, las cucharillas y un cuchillo. Mis hermanos y yo nos comemos una porción cada uno. Mamá aparta un trozo en un plato y lo tapa con papel de aluminio. Me dice que ese se lo vamos a guardar a papá. Claro, es viernes por la tarde y papá está trabajando. Papá llega a casa los viernes para estar todo el fin de semana en casa con nosotros y salir juntos.
Es Nochevieja. Mamá ha organizado una fiesta a la que van a ir los amigos de mis padres y tres de sus cuatro hijos, papá, mamá, mi hermano, mi hermana y yo. Nos lo vamos a pasar estupendamente todos juntos. Son muy buenos amigos de papá y mamá. Ella es una mujer guapísima. Tiene el pelo rubio y los ojos azul claro. Es muy buena, dulce y simpática. Es la amiga de mamá que me bañó cuando yo estaba en casa de mi abuela. Ya hemos cenado. Mama y su amiga han fregado los platos y lo han recogido todo. Ahora estamos pendientes del televisor con las uvas en mano. Queda poco para las campanadas. Termina un año y comienza otro nuevo. ¡Feliz Año Nuevo! Todos nos volvemos locos, dándonos besos unos a otros con la boca llena de uvas y procurando no atragantarnos. Descorchan el champán y brindamos por la entrada de un nuevo año. Mi padre empieza a llamar por teléfono a los familiares que tenemos más lejos para felicitarlos. Cuando termina de llamar, nos vamos con sus amigos a la calle y nos seguimos divirtiendo. Ya vamos de vuelta a casa. Es muy tarde y ya estamos cansados (yo la que más).
6 de enero
Es la mañana del Día de Reyes. Anoche salimos todos a ver la cabalgata. Cogimos muchos caramelos. Mi padre y su amigo se reunieron con nosotros cuando ya terminamos de verla y, una vez todos juntos, fuimos a tomar algo: los niños tomamos refrescos y calamares fritos. Ellos se tomaron unas cervezas y unas tapas de… no lo recuerdo muy bien. Luego, nos fuimos a una heladería, donde nos comimos unos helados muy ricos. Todos estábamos muy felices. Llegamos a casa y lo primero que hice fue mirar el árbol de Navidad que mamá siempre pone y adorna con bolas y guirnaldas de colores. Está muy bien adornado. Cuando mamá enciende las luces, y estas empiezan a parpadear muy lentamente, yo me quedo mirándolo. Es hipnótico, me encanta. Veo que los Reyes todavía no han pasado por aquí, pues los regalos no están bajo el árbol. Mis padres nos miran y se miran, sonriéndose. Entonces, mi madre da una palmada al aire y nos dice que nos vayamos rápido a la cama, porque si vienen los Reyes y no estamos dormidos, no nos dejan regalos. Todos hacemos pipí y nos acostamos.
Ya sé que los Reyes son los padres. ¿Y qué? Este año nos han dejado los regalos a los pies de la cama. Hay dos muñecas patinadoras, una para cada una de nosotras. Una es rubia y la otra morena. Pego un salto de la cama y despierto a mi hermana, diciéndole que los Reyes nos han dejado unas muñecas patinadoras. Ella se despierta, se levanta y, frotándose los ojos, coge la suya. Yo cojo la mía y nos sentamos en la cama a jugar con ellas. Las muñecas tienen casco, coderas, rodilleras y unos patines chulísimos con las ruedas de color verde claro y transparentes. Después de haberlas examinado enteras una y otra vez, mi hermana y yo decidimos salir del cuarto. Papá y mama ya nos han escuchado. Están levantándose. Salen de su cuarto y nos dicen:
—¡Anda! ¿Pero quién os ha traído eso? ¿Los reyes?
Asentimos y les enseñamos las muñecas. Empezamos a hablar con ellos, enseñándoles las muñecas. Luego, nos enseñan cómo funcionan. Mamá le da a un botón y las pone en el suelo. Las muñecas empiezan a patinar, adelantando un pie tras otro y balanceándose de un lado a otro a cada paso que dan. Mamá se marcha a la cocina a preparar el desayuno. Papá está con mi hermano y con el regalo que le han traído los reyes: una maqueta muy grande de trenes. Mi padre le explica que aún le faltan algunos detalles, pero que poco a poco se los irá comprando.
Cuando