Como el fuego. Carol Marinelli

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Como el fuego - Carol Marinelli страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Como el fuego - Carol Marinelli Bianca

Скачать книгу

dinero era evidente.

      Mia ni siquiera parpadeó ante el menosprecio, aunque tampoco levantó su copa y, a pesar de sí mismo, Dante tuvo que admirar su fortaleza. Y, a pesar del odio que sentía por ella, tuvo que salir en su defensa.

      –Eso es cierto, Luigi. No tengo la menor duda de que tú estarás en el estudio para la lectura del testamento –dijo, mirando alrededor–. Todos vosotros estaréis allí.

      Mia no había esperado el menor apoyo de Dante y, aunque lo agradecía, no se atrevió a demostrarlo. Le parecía tan raro estar en la misma habitación, compartiendo una cena con él.

      Se sentía rara cada vez que Dante estaba cerca. Sabía que la detestaba, pero la hacía sentirse extrañamente consciente de su cuerpo.

      Cuando sirvieron el primer plato, Dante fue directo al grano:

      –El coche fúnebre llegará a las once y la comitiva saldrá de aquí poco después. Naturalmente, tú irás detrás del coche fúnebre –dijo, mirando a Mia.

      –¿Con quién? –preguntó ella.

      –Eso depende de ti. Imagino que habrás invitado a alguien para que te apoye tras la muerte de tu marido –después de decir eso, Dante se volvió hacia sus hermanos–. Yo iré detrás, con Stefano, Eloa y Ariana. Y Luigi, tu familia irá en el tercer coche.

      –¿Y dónde irá mamá? –preguntó Ariana.

      –Mamá esperará en la iglesia.

      –Pero no es justo que mamá no vaya en el coche cuando era su…

      –Déjalo, Ariana.

      Su hermana fue la primera en abandonar el barco. Tirando el tenedor sobre el plato, Ariana se levantó y salió en tromba del comedor.

      Dante apartó la copa de vino.

      –La comitiva recorrerá toda la finca –siguió explicando–. Primero, pasaremos por los establos y luego daremos una vuelta por los viñedos y las residencias de los empleados. De ese modo, podrán salir para saludar al coche fúnebre antes de ir a la iglesia.

      Iba a ser una procesión muy larga, pensó Mia. La propiedad de Rafael incluía las residencias de los empleados, el lago, los establos, el interminable campo de amapolas.

      Le angustiaba la idea de ir sola detrás del coche fúnebre porque le recordaba el funeral de sus padres y eso era algo en lo que no quería pensar de ningún modo.

      El silencio durante la cena era insoportable, pero mientras retiraban los platos Sylvia puso una mano en su hombro y Mia levantó la mirada para esbozar una sonrisa de agradecimiento.

      Dante se percató del gesto. Los empleados la adoraban, algo que era evidente cada vez que visitaba a su padre, y eso lo desconcertaba. Ese gesto de apoyo dejaba claro que Mia era respetada y querida en la casa.

      Estaba preciosa a la luz de las velas. Tenía los ojos algo hinchados, pero aparte de eso no había señales de que hubiese llorado. De hecho, dudaba que hubiese derramado una sola lágrima por su padre.

      Ella giró la cabeza en ese momento y, aunque esperaba una mirada de desaprobación, no fue así. A pesar de su clara animadversión, la mirada de Dante no era desdeñosa.

      Mia se sentía atrapada por esa mirada.

      Sabía que Eloa estaba hablando, pero no podía oír lo que decía porque era como si Dante y ella estuvieran solos en el comedor.

      Durante esos dos años se había obligado a sí misma a ser distante, pero ahora no podía apartar la mirada. Durante dos años había hecho lo imposible para ignorar el cosquilleo que evocaba su presencia, para negar la excitación que provocaba en ella, pero en ese momento era incapaz de contenerla. Sentía calor en el cuello, en las mejillas, en los pechos. Sin decir una palabra, Dante hacía que tuviese que cruzar las piernas.

      Era como si la puerta de acero empezase a abrirse y, por primera vez desde que se conocieron, se permitió a sí misma buscar su mirada.

      «Ah, estirada Mia», pensó Dante mientras giraba la cabeza. «No vas a hacerlo, de eso nada».

      Sylvia sirvió el segundo plato, pero el ambiente era cada vez más tenso. Ahora era Mia quien quería tirar el tenedor y salir corriendo.

      –¿Dónde se sentará Angela en la iglesia? –preguntó la mujer de Luigi entonces.

      –Donde ella quiera.

      –¿Pero en qué banco? Debería sentarse con los hijos de Rafael en el primer banco.

      –Mia se sentará en el primer banco –respondió Dante–. La etiqueta dicta que la exesposa se siente detrás.

      Aunque él sabía que eso no iba a ocurrir. Su madre querría sentarse en el primer banco, pensó, sintiendo una rara punzada de simpatía por la viuda de su padre.

      –Mi padre será enterrado frente al lago, en una ceremonia corta, solo con sus hijos y… –Dante tragó saliva– su esposa. Luego volveremos aquí para tomar una copa antes de leer el testamento. Yo leeré la elegía, pero… ¿Mia?

      Ella levantó la mirada, sorprendida al escuchar su nombre.

      –¿Sí?

      –¿Quieres que diga algo en particular?

      Mia no había esperado que pidieran su opinión y no sabía cómo responder sin ofender a los que habían querido a Rafael. Después de todo, ella sabía mejor que nadie que su matrimonio había sido una farsa.

      –Ya le dije a tu padre todo lo que quería decirle. Seguro que lo que hayas escrito estará bien.

      –¿Entonces no quieres añadir nada?

      Mia no sabía qué decir y el silencio se alargó hasta que Luigi se levantó de la silla, mirándola con tal desagrado que, por un momento, temió que le tirase la copa de vino a la cara.

      –Me voy a la iglesia. Allí, al menos, podré estar con mi hermano por última vez.

      –Nosotros vamos también –dijo Stefano–. ¿Vienes, Dante?

      –Antes tengo que solucionar un par de cosas –respondió él.

      –Vendré a buscarte después para la vigilia.

      Mientras salían de la casa, Mia los oyó comentar que su viuda era incapaz de derramar una sola lágrima, y menos declarar su amor por su difunto marido.

      –Bueno, todo ha ido bien –comentó, irónica, cuando se quedaron solos.

      –No podía ir bien. No entiendo por qué mi padre pidió que cenásemos juntos.

      –Yo tampoco –dijo Mia, sin mirarlo–. Dante, no me importa que tu familia se siente en el primer banco. Yo puedo sentarme atrás…

      –No te sentarás atrás, yo hablaré con mi madre –la interrumpió él–. El problema es que no sé qué debo decir en la elegía. ¿Debo hablar de lo feliz que hiciste a mi padre en sus últimos años? ¿Debo decir

Скачать книгу