Darshan. Alexis Racionero Ragué

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Darshan - Alexis Racionero Ragué Sabiduría Perenne

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hubiera gustado seguir el descenso por el Mekong hasta las cascadas de Pakse y, desde ahí, llegar a la vecina Camboya, pero me lo reservo para otra ocasión.

      No hay que correr, ni ansiar acumular más millas, solo desacelerar y observar qué sucede en tu interior.

      Cita

      «Sí, he visto poco de los mares de Oriente, pero lo que más recuerdo es mi primer viaje allí. Ya sabéis, amigos míos, que existen esos viajes que parecen hechos para ilustrarte la vida, que podrían mantenerse como un símbolo de existencia.

      Luchas, trabajas, sudas y casi te matas tratando de conseguir algo que no puedes. En cualquier caso, es culpa tuya. Simplemente, no puedes hacer nada, es así.»

      JOSEPH CONRAD,

       El corazón de las tinieblas

      2. Todo está en permanente cambio

      Sutra: Saber fluir

      Creemos que podemos poseer el tiempo, detenerlo, mantenernos firmes en una postura, anclados en nuestras convicciones, pero en muchos casos nos acabamos dando cuenta de que lo que fue válido ayer ya no lo es hoy.

      Del mismo modo, como viajeros tratamos de regresar a un lugar para revivir aquellas experiencias que tanto nos gustaron y descubrimos que nada vuelve porque todo cambia. Olvidamos que el buen caminante no deja huellas, tal como propone el Tao Te King, ese antiguo tratado de sabiduría china atribuido al sabio Lao Tsé, quien, ante un supuesto viaje a Occidente, se propuso concentrar en un breve texto un sistema metafísico basado en la dualidad.

      El ser y el no ser se engendran mutuamente, lo fácil y lo difícil se complementan, y el antes y el después se suceden recíprocamente...

      «El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao.

      El nombre que se le puede dar no es su verdadero nombre. Sin nombre, es el principio del universo; y con nombre, es la madre de todas las cosas.»

      Así empieza esta obra fundamental del pensamiento oriental, que es bueno revisar continuamente. Si es cierto que fue escrito por Lao Tsé, es un misterio como lo es la propia naturaleza del Tao. Lo que sí sabemos es que el texto era desconocido en Occidente hasta el siglo XIX, cuando fue traducido con el título de The Way of Life.

      Una de las más grandes lecciones del Tao Te King es la impermanencia, el comprender que todo fluye, también la vida. Sin embargo, en nuestra cultura consumista, que todo lo compra, queremos vivir en ese mito de la eterna juventud, anclados a aquellos maravillosos años de nuestra adolescencia, repitiendo patrones de entonces, sin comprender que la vida tiene ciclos.

      En la actualidad, en muchos países europeos no solo presenciamos el síndrome del eterno Peter Pan, sino a gente que entra en la tercera edad con conductas infantiles. Es conocido el relativo retorno a la infancia que se produce en la vejez, pero resulta absurdo ver a ancianos conduciendo descapotables y adoptando las posturas de cuando tenían veinte o treinta años.

      Hay que comprender que las fases de la vida se mueven en consonancia con los ciclos estacionales de la naturaleza y que esto es algo inmutable. Hay que saber fluir y cambiar con las estaciones de la vida. Esta es la lección en la concepción global del tiempo.

      Al hacerlo de una forma concreta, en la inmediatez del presente, es asimismo básico comprender que todo está en permanente cambio, tal como han establecido diversas filosofías orientales, como el taoísmo chino o el vedanta hinduista. Por lo tanto, la energía, que unos llaman chi y otros prana, está en constante movimiento y se desplaza por todas partes, incluyendo nuestro cuerpo, entorno y naturaleza.

      Al igual que los planetas se desplazan y la Tierra rota, la energía que nos rodea y también nuestras células están en permanente cambio. En el pensamiento oriental, hay mayor tendencia a vincular este flujo a lo mental, adoptando posturas más flexibles, asimilando las cosas como vienen, sin un plan determinado, fijo e impostado.

      Occidente quiere el plan, el control, la planificación, por eso muchas veces surge la frustración cuando las cosas no salen como las hemos previsto. En cambio, la mayoría de los países asiáticos (tal vez en este capítulo deberíamos descartar la más mecanizada mente nipona) se deja llevar por la improvisación de lo que viene, comprendiendo que todo fluye y que es absurdo aferrarse a las cosas, ideas, etc.

      Nosotros, los occidentales, pensamos que somos la misma persona todos los días y no nos damos cuenta de que ningún día es igual, por mucho que fijemos una rutina que nos garantice vivir en una zona de confort.

      El destino puede cambiar todo cuanto nos rodea en un simple día, como bien saben muchos habitantes asiáticos expuestos a tornados, tsunamis, inundaciones o terremotos, que pueden acabar en nada con todo lo que poseen. Ahí están los casos de desastres naturales que han asolado Myanmar, Camboya, Vietnam, Indonesia y Nepal.

      Muchos de estos países deben convivir con el peligro de estas amenazas y la inclemencia de las lluvias monzónicas que les visitan cada año.

      De esta forma, la naturaleza parece imponer su ley, recordando que todo aquello que existe en este momento habrá dejado de ser en unos segundos.

      El medio natural parece querer decirle al hombre que su vida está en permanente cambio, como lo están sus cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire.

      Por mucho que el ser humano quiera controlar, cogerse a lo que le funciona, le gusta o le resulta cómodo, las cosas cambian de forma imprevista. Es la ley del azar, del fluir que nos obliga a dejarnos llevar, al igual que el tronco que navega en la corriente del río, sorteando obstáculos, evitando quedar estancado, siguiendo la línea de menor resistencia.

      La cultura occidental conoce esta ley gracias al sabio presocrático Heráclito, quien dijo que es imposible volver a bañarse en el mismo río, pero parece haber olvidado la lección. En cambio, esto es algo que en lugares del sudeste asiático como Thailandia, Laos, Camboya o Vietnam conocen muy bien, porque sus vidas transcurren en el agua, ya sea sobre el mar, los ríos y canales o en las tierras interiores encharcadas, sobre las que crecen las plantaciones de arroz.

      Sus gentes, pescadores o campesinos, al igual que los que viven en las montañas de los Himalayas, asimilan perfectamente las lecciones de su elemento natural, algo que se ha perdido en Occidente, debido a la concentración urbana e industrial.

      Además, nosotros creemos dominar la naturaleza con nuestra fuerza tecnológica, pero quienes están en el Tao comprenden el modo de ser de la naturaleza.

      «El gran Tao es como el río que fluye en todas las direcciones.

      Todos los seres le deben la existencia y él a ninguno se la niega. Cuando realiza su obra, no se la apropia.

      Cuida y alimenta a todos los seres sin adueñarse de ellos.

      Carece de ambiciones, por eso puede ser llamado pequeño.

      Todos los seres retornan a él sin que los reclame, y por eso puede ser llamado grande.

      De la misma forma, el sabio nunca se considera grande, y así, perpetúa su grandeza.»

      Tao Te King, XXIV

      El

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