Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс
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Después de ducharse y vestirse en un tiempo récord, Penny fue en busca de Chloe. La niña estaba en la cocina con Emily, pero no vio a Stephano.
–El señor Lorenzetti se ha marchado a trabajar –le informó el ama de llaves.
–¿Has visto a papá antes de marcharse? –le preguntó Penny a Chloe.
Apenas pudo creerlo al ver que la niña negaba con la cabeza, con la mirada triste y decepcionada.
Penny la abrazó.
–Está tan ocupado, que supongo que no te despertaría. ¿Qué vas a desayunar?
Durante todo el día Penny se sintió disgustada con Stephano; no sólo porque había ignorado a su hija, sino porque ella se sentía ridícula. Él la había utilizado, y ella lo odiaba por ello. Pero si era sincera tenía que reconocer que ella lo había deseado tanto como él a ella, y que se había entregado a él voluntariamente.
Al ver que Stephano no regresaba a casa temprano para estar con Chloe, la rabia de Penny fue en aumento. Eran casi las diez cuando oyó su coche en el camino.
Ella se había sentado en silencio, no había encendido la tele, ni tampoco la música; porque estaba esperándolo para atacarlo en cuanto entrara por la puerta.
Conocía su rutina. Dejaría el maletín en el despacho, colgaría la chaqueta en el respaldo de alguna silla y después iría al salón pequeño, donde se serviría un whisky para relajarse un rato en su sillón favorito.
Stephano parecía muy cansado cuando entró en la habitación, pero eso a Penny no le importó. Se levantó del asiento de la ventana y se volvió hacia él.
–Penny… –Stephano sonrió al verla–. Estabas tan dormida esta mañana que no quise despertarte… He tenido un día horrible… –se pasó la mano por la cabeza, se aflojó la corbata y se la quitó y se quitó también los gemelos–. ¿Y tú? ¿Qué tal has pasado el día? –se acercó a ella, como si fuera a darle un abrazo–. ¿Y Chloe? ¿Está en la cama? Quería…
–¿Qué querías? –empezó Penny, incapaz de contener la rabia.
–Pues verla antes de que se acostara, claro está –frunció el ceño mientras detenía de pronto sus pasos, consciente de que las cosas no podían ser como él había esperado que fueran.
Seguramente, se decía Penny, Stephano querría continuar donde lo habían dejado la noche anterior; pero si ése era el caso, se llevaría una verdadera sorpresa.
–Es muy noble por tu parte –le soltó con fastidio–, pero ya lleva horas en la cama. ¿No sabes acaso qué hora es? Esta mañana no habría pasado nada si hubieras llegado a trabajar un poco más tarde y hubieras hablado con ella antes de que se fuera al colegio. ¿Es que no te importa que tu hija piense que no la quieres?
–Pues claro que me importa.
Parecía confuso, como si no hubiera esperado aquella crítica.
–A mí no me lo parece –opinó Penny con rabia–. Tú con buscar a alguien que se ocupe de ella, te quedas tranquilo. No eres un padre, tan sólo un proveedor.
Stephano la miró con expresión ceñuda, visiblemente disgustado.
–¿Cómo te atreves a hablarme así? Tú no tienes ni idea de lo que estoy pasando en este momento.
Penny arqueó una ceja de manera muy expresiva.
–Tal vez no, pero sé lo que Chloe está pasando, y que ella te necesita más de lo que te necesita tu negocio.
Stephano la condenó con la mirada; toda la pasión y el placer que había reflejado la noche anterior se había desvanecido, dejando en su lugar la expresión fría y severa de un hombre a quien no le gustaba que la niñera de su hija lo llamara al orden.
Stephano le echó otra mirada antes de cruzar la sala y servirse una copa; dio un buen trago antes de dirigirse a ella de nuevo.
–Me cuesta creer que seas la misma mujer con quien me acosté anoche.
Un par de ojos casi negros se fijaron en los suyos, y Penny ignoró la leve pero insistente sensación que empezaba a invadirla.
–Eso es porque no soy la misma mujer –respondió–. Esa mujer fue una tonta que cedió al chantaje emocional. Esa mujer te vio dolido, y quiso ayudarte a sobrellevar tu dolor. Pero esta mujer –se llevó la mano al corazón– ha visto tu otra cara. La que no se preocupa por los demás. La del adicto al trabajo. La del hombre que le da más importancia al trabajo que a la familia. Estoy segura de que coincidirás conmigo en que no es una situación muy agradable.
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