Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс

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Tórrida pasión - Alma de fuego - Кэтти Уильямс Omnibus Bianca

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      Henchido de orgullo como lo habría estado cualquier padre, Stephano sonrió.

      –Bueno, gracias… Abbie, ¿verdad? En realidad, es más labor de su madre que mía; pero, sí, Chloe es una niña estupenda.

      –Y estoy segura de que Penny es de gran ayuda. Los niños se le dan de maravilla. Siempre ha dicho que quiere tener tres hijos por lo menos.

      –¡Abbie! –exclamó Penny.

      –Bueno, es cierto, ¿no?

      –Sí, pero no quiero que lo sepa todo el mundo; en especial mi jefe. ¿Qué va a pensar de mí?

      –Pues estoy pensando, señorita Keeling –empezó Stephano con una sonrisa cálida– que hay muchas cosas de ti que no sé, y que será un placer descubrir.

      Penny miró a Stephano y luego a su hermana, y notó el gesto de sorpresa de ésta. Abbie no tardaría en interrogarla. En realidad, su hermana no dejaba de decirle que ya era hora de que se buscara a un hombre, y tal vez le diera por pensar que Stephano Lorenzetti pudiera ser el candidato ideal.

      –No lo creo, señor Lorenzetti –declaró–. Prefiero que nuestra relación se ciña al plano profesional.

      Él arqueó una ceja con gesto amenazador.

      –Pues en esa capacidad, insisto en que traigas a Chloe a casa inmediatamente.

      –No puedes hacer eso –protestó, cada vez más enfadada–. Se lo está pasando bien. ¿No te das cuenta?

      La niña se escondió corriendo detrás de un arbusto, ajena a la conversación de los mayores.

      –He dicho diez minutos, y ya han pasado –respondió con gesto obstinado–. ¡Chloe! –la llamó en voz alta, y su hija acudió de inmediato a su lado–. Nos marchamos –añadió en tono más suave.

      Chloe miró a Penny.

      –¿Tengo que irme?

      La niña puso una cara de pena, como si se fuera a echar a llorar de un momento a otro. Pero Penny no podía contravenir los deseos del padre, por lo menos delante de la niña, de modo que asintió de mala gana, aunque se le partía el corazón de ver a Chloe así.

      Cuando miró a su hermana, supo que ésta compartía la opinión de que Stephano era demasiado duro con Chloe.

      –¿Te vienes tú también? –preguntó Stephano a Penny.

      Penny dejó de pensar y se volvió hacia él.

      –Si no te importa, me voy a quedar un rato con mi hermana para echarle una mano –dijo–; pero volveré para ocuparme de acostar a Chloe, estate tranquilo.

      Stephano entrecerró los ojos, pero no dijo nada, y después de decir adiós se alejó con Chloe de la mano. La pequeña se volvió a mirarla y sonrió.

      –Hasta pronto –dijo Chloe.

      –Es un cretino, ¿no? –dijo Abbie en cuanto supo que el otro no podría oírla–. Sé que es magnífico en su negocio, y también es guapo y sexy, pero no sabe cómo tratar a su hija.

      –No creo siquiera que sepa lo que acaba de hacer –suspiró Penny–. Es conmigo con quien está enfadado, y me imagino que me echará los perros cuando vuelva a la casa.

      –Pero no puedes informarle de todo. Él te ha dejado al cargo de su hija, y debería permitirte tomar algunas decisiones. Si quieres que te sea sincera, no me gusta nada la actitud de tu jefe.

      Penny no quería empezar a criticarlo, de modo que no dijo nada. Tenía un trabajo seguro y muy bien pagado, y no quería hablar de ello. Además, Abbie tenía la mala costumbre de repetir las conversaciones delante de otras amigas.

      Cuando se marcharon todos los niños y Penny ayudó a Abbie a recoger, eran casi las siete de la carde.

      Al llegar a casa, Stephano la estaba esperando.

      –Empezaba a pensar que no volverías –le dijo en tono grave y sensual, excitándola al instante.

      –Sería incapaz de olvidarme de Chloe –respondió con serenidad–, pero si me permites decirlo, creo que te has equivocado al llevártela esta tarde. Se lo estaba pasando tan bien; y no ha estado bien ni por ella, ni por la niña del cumpleaños.

      –¿Ha dicho algo tu hermana?

      –¡Pues claro que no! Pero es de mala educación. Y no es como si hubieras tenido que marcharte por una razón de peso. Sólo lo has hecho porque tú no te sentías cómodo allí.

      –¿Ahora te has vuelto una experta en mis sentimientos? –preguntó Stephano en tono mordaz.

      Ojala lo fuera, aunque ella preferiría especializarse en otra clase de sentimientos; en todas esas sensaciones que le harían vibrar y satisfarían sus deseos.

      –No me atrevería a presumir tal cosa –respondió ella en tono seco–. Ahora, si me disculpas, voy a atender a Chloe. ¿Está en el cuarto de los juguetes?

      En el ático había una habitación especialmente para que Chloe jugara, que haría las delicias de cualquier niño. Pero Chloe no era lo bastante mayor para pasar mucho rato jugando allí, y en opinión de Penny, había sido un gasto inútil.

      –No, está en la cama.

      Penny miró a Stephano muy sorprendida.

      –¿La has acostado?

      Él asintió.

      –¿Y ya está dormida?

      Penny no podía dar crédito, pero era un paso en la dirección adecuada, lo cual tal vez significara que Stephano la estaba escuchando.

      –Creo que sí.

      Penny quería comprobarlo, y subió corriendo al cuarto de la niña. Se asomó a la habitación y vio que la niña estaba muy quieta en la cama. Cuando fue a retirarse, oyó la vocecita de Chloe.

      –Penny…

      Se acercó rápidamente a la cama de la niña.

      –¿Qué te pasa, cariño?

      –Papi no me quiere.

      Sus palabras le llegaron al corazón.

      –Yo creo que sí, Chloe. ¿Por qué lo dices?

      –Porque no me ha dejado quedarme en la fiesta. Y yo quería esperarte, pero él dijo que tenía que irme a dormir. No me quiere como me quería mamá; echo mucho de menos a mamá; quiero que me dé un abrazo hasta que me quede dormida.

      Entonces se echó a llorar.

      Penny se tumbó en el borde de la cama, acunó suavemente a la niña y le limpió las lágrimas con un pañuelo.

      –Estoy segura de que tu papá te quiere mucho, cariño, y no quiere ser malo contigo. Él necesita

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