Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс
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¡Qué extraña situación!
–¿En qué pensabas?
–En nada –respondió ella rápidamente–. Has llegado a casa muy temprano.
Él torció el gesto.
–Te hice caso, y pensé en venir a ver a Chloe antes de que se acostara; pero parece que he llegado tarde.
–Sólo hace media hora que se ha acostado –le dijo Penny, mientras intentaba recuperar la compostura.
–Entonces estamos solos los dos.
Cosa rara, se le veía relajado; más joven, menos severo; y después de lo que había estado pensando antes, Penny sintió deseos de acariciarle la mejilla, de explorar el contorno de su rostro… de ver cómo besaba aquel hombre.
Desde que lo había dejado con Max no le había pasado nada así. Si se había encerrado en sí misma para protegerse, parecía que lo que sentía por él sólo conseguía sacarla de su encierro.
Sin embargo, no debía hacerlo, no debía enamorarse otra vez del hombre equivocado. Para Stephano ella sólo era la niñera de su hija, alguien que le quitaba un peso de encima, y una persona con la que divertirse un rato si surgía la oportunidad; nada más.
¿Pero por qué pensaba esas cosas? Él no había mostrado interés alguno en ella, ni inclinación alguna por besarla. Pero sabía que los hombres se aprovechaban de las situaciones.
Y se dio cuenta de que no se equivocaba cuando al momento él se acercó a ella tanto que sus labios estaban a meros centímetros de los suyos. Le vio los poros de la piel, y distinguió el suave aroma a madera de cedro; tenía el blanco de los ojos tan claro que Penny pensó que debía apartarse de él antes de dejarse cegar por su intensidad.
¡Santo cielo! Aquello no podía estar pasando de verdad. Sólo llevaba allí dos días. Era imposible que él se le echara encima de ese modo, que se arriesgara a asustarla.
Como ella había pensado, Stephano sonrió con satisfacción y se recostó en el asiento. Sin embargo, ella había delatado sus sentimientos; le había dado a entender que podría tomarla cuando quisiera.
–Disculpa, creo que será mejor que vaya a ver a Chloe –dijo ella mientras se ponía de pie de un salto.
Entró en la habitación de la niña, que dormía como un angelito, con una sonrisa en los labios y su pelo negro, tan parecido al de su padre, extendido sobre la almohada. Era una niña muy dulce, y Penny no entendía bien por qué Stephano no le dedicaba más tiempo, ni por qué insistía en trabajar tantas horas, en lugar de disfrutar más de su hija.
Salía del cuarto de la niña con la cabeza agachada, meditando sobre lo que ella veía como una desdicha para Chloe, cuando se chocó con Stephano. El repentino contacto le dejó sin respiración, y aunque él la asió de los brazos con rapidez para que no se cayera, Penny sintió una debilidad en las piernas.
–¿A qué viene tanta prisa? –le preguntó, claramente preocupado–. ¿Le pasa algo a Chloe?
Penny negó con la cabeza. Todo iba bien, salvo lo que ella sentía en ese momento; una reacción que la sacudía por dentro.
–Entonces tienes que ser tú, o yo… o tal vez los dos.
Había humor en su mirada; pero antes de que ella pudiera adivinar sus intenciones, antes de que pudiera protestar, respirar siquiera, él inclinó la cabeza y atrapó sus labios con un beso tierno. Penny había imaginado que sus besos serían exquisitos, pero jamás habría anticipado el deseo que dominó su cuerpo, ni cómo todo empezó a darle vueltas, hasta que estuvo segura de que saldría despedida como un cohete si aquel hombre no se apartaba de ella.
Se había pasado años convenciéndose de que ningún hombre volvería a hacerle vibrar de emoción; sin embargo, se había equivocado.
Stephano se había colado en los lugares más recónditos de su vida, y como consecuencia volvía a ser una mujer con necesidades que debían ser satisfechas.
Cuando empujó una puerta y le urgió para que entrara, Penny se percató de que estaban en su dormitorio; pero de eso sólo parecía enterarse a medias, porque el resto de su pensamiento estaba en ese momento obnubilado y exaltado, presa de unos sentimientos que la empujaban a un abismo donde sólo importaba ese momento, como si quedara suspendido en el tiempo.
Y en lugar de enfrentarse a él, se dejó llevar por la sensación erótica de los besos de Stephano, mientras susurraba su nombre en sus labios, mientras el fuego que él mismo había encendido le consumía todo el cuerpo. Allí no cabía preguntarse qué demonios se había apoderado de ella; sólo deseaba ceder a las tórridas sensaciones que inflamaban sus sentidos.
Stephano la empujó hasta la cama y la abrazó mientras se tumbaban en el mullido colchón, mientras le sujetaba la cabeza en el hueco del hombro. Tenía una cama grande y cómoda, y Penny cerró los ojos y se olvidó de dónde estaba o de lo que estaba haciendo. Sólo importaba la sensación del cuerpo caliente de Stephano junto al suyo, el latido intenso de su ardiente pasión.
Con delicadeza, Stephano trazó la silueta de su cara con la punta de los dedos. La urgencia del beso había cedido, pero no dejó de besarla. Penny se relajó entre sus brazos, dejándose llevar por la magia del momento, pegándose a él todavía más.
Stephano buscó sus labios y le dio un beso que despertó de nuevo sus sentidos, que consiguió que se retorciera contra él y que pronunciara su nombre con anhelo. Hundió sus dedos entre sus cabellos y sintió tal emoción que le dio miedo. Apenas conocía a ese hombre, sin embargo estaba allí, en su cama, disfrutando de sus besos, como si fuera su amante.
Penny sacó fuerzas de flaqueza y empujó suavemente a Stephano. No podía permitir que pasara nada; porque se mirara por donde se mirara, era una auténtica locura.
Capítulo 3
TEMBLOROSA y enfadada, se apartó de él y lo miró con gesto acusador. –¿Por eso se marcharon las niñeras que había antes? ¿Porque no fuiste capaz de quitarles las manos de encima?
–¡Mio Dio! ¿Crees de verdad que soy así? –Stephano se incorporó y avanzó hacia ella en silencio, con movimientos gráciles y potentes, como si fuera una pantera.
–Entonces dime que no es verdad –dijo ella con gesto desafiante, verdaderamente enfadada y agobiada–. Dime que me estabas besando porque te parezco atractiva, y no sólo porque estaba disponible y tú estás ardiente.
Lo miró a los ojos sin vacilar, tratando de ignorar al mismo tiempo lo que aún sentía por dentro.
–A mí me da la impresión de que tú no me has rechazado, al menos al principio –respondió él con tranquilidad–. Me ha parecido que el deseo era mutuo.
Tenía razón, pero no pensaba decírselo. Y como él no le había dicho que ella le pareciera atractiva, ahí tenía la respuesta. De pronto se sintió ridícula, y eso la enfadó todavía más.
–Como para confiar en un hombre… –murmuró,