Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс

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Tórrida pasión - Alma de fuego - Кэтти Уильямс Omnibus Bianca

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del cielo al atardecer. El sol había desaparecido, pero sus efectos curiosos, extraños; al igual que la situación en la que ella se encontraba repentinamente.

      Stephano no sabía por qué sentía lo que sentía en ese momento. Su reacción le fastidiaba mucho porque no quería que la niñera le resultara tan atractiva. Él había tenido muchas novias en los años que había estado solo desde que lo dejara su mujer; pero con ninguna había ido en serio. Todas sabían que para él había sido un juego.

      Pero Penny no entraba en esa categoría. Para empezar era su empleada, y uno de sus lemas era no mezclar jamás los negocios con el placer. Además, le daba la impresión de que a ella no le iban los líos pasajeros. Aún no la había estudiado bien, pero parecía de esa clase de mujer que no se conformaría con otra cosa que no fuera una relación seria.

      Ella se uniría al hombre de sus sueños, y Stephano se dijo que sería un hombre afortunado, ya que Penny era sin duda el sueño de todo hombre. La señorita Keeling era guapa, inteligente, capaz, interesante… Se le ocurrían multitud de adjetivos para describirla, y no podía olvidarse de lo sexy y provocativa que le resultaba… Stephano dejó de pensar y se tomó el whisky de un trago.

      –Aquí hace un poco de calor, ¿no te parece? –dijo mientras se ponía de pie–. ¿Te importa si seguimos hablando fuera?

      ¡Fuera respiraría mejor! Y podría apartarse un poco más de ella.

      Penny sonrió con consentimiento y se puso de pie de un salto.

      –Tiene una casa y una finca maravillosas, señor Lorenzetti. Me encantaría pasear por sus jardines.

      –Stephano. Por favor, tutéame –sugirió él en tono suave.

      –Preferiría no hacerlo; es un poco demasiado informal para nuestra situación –respondió ella con prontitud.

      Stephano percibió que sus ojos cambiaron de color, del azul claro al amatista, a la suave luz del ocaso. De pronto le parecieron más dulces y vulnerables…

      ¡Pero no…! ¡No debía fijarse en nada de eso…!

      –No puedo permitir que me llames señor Lorenzetti cuando estamos a solas.

      –¿Y si lo llamo signor Lorenzetti? –preguntó ella con sorna.

      Éste se fijó en el brillo de sus ojos de nuevo. Tal vez ella no lo supiera, pero era tan guapa, tan coqueta y provocativa. Supuso que no era consciente de ello. Seguramente se quedaría horrorizada si supiera lo que él estaba pensando, y cómo estaba interpretando su comportamiento.

      –Háblame de ti –le pidió él, consciente de que tenía la voz ligeramente más ronca que de costumbre–. Sé muy poco de ti… salvo que tus referencias son inmejorables, y que no tienes novio –añadió mientras torcía los labios–. ¿Por ejemplo, dónde vives?

      –Comparto piso con otra persona en Notting Hill. O lo compartía, porque lo dejé hoy.

      –Entiendo. ¿Con una amiga o con un amigo? –preguntó, sin darse cuenta de su indiscreción.

      Además, ya le había dicho que no tenía novio.

      –¿Quiere meterse en mi vida privada, señor Lorenzetti?

      Su pregunta lo sorprendió, pero al ver el brillo en los ojos de Penny, la sorpresa dio paso al una sonrisa.

      –Soy una persona muy curiosa. ¿Tienes familia, Penny? Por supuesto, no me lo tienes que contar si no quieres. Pero siempre me gusta saber de la vida privada de mis empleados; me gusta preguntarles por sus esposas, esposos o parejas, porque si hay un problema en casa siempre puede afectarles en el trabajo, y a lo mejor es el momento para hacer concesiones. Creo que mi interés ayuda a mejorar las relaciones laborales.

      Ella lo miró con incredulidad unos segundos, antes de echarse a reír, y fue un sonido tan musical el de su risa que él también tuvo ganas de echarse a reír, de levantarla en brazos y dar vueltas con ella… Stephano se quedó asombrado porque sobre todo quería besarla…

      ¡Pero qué tonterías estaba pensando!

      –En ese caso, si va a mejorar la relación y comunicación entre nosotros, la respuesta a tu pregunta sobre la persona con la que he compartido piso es que es una chica –lo miró de reojo para ver cómo se lo tomaba.

      Él hizo como si no se hubiera fijado.

      –Y en cuanto a si tengo familia… –continuó Penny–. Mi padre murió cuando yo tenía la edad de Chloe. Y mi madre murió hace un par de años; llevaba enferma mucho tiempo. Pero tengo una gemela que tiene una niña de seis años y un bebé recién nacido. Voy a verlos a menudo, y quiero mucho a los niños.

      En ese momento iban por el camino de piedra que llevaba hasta el lago. Era el lugar favorito de Stephano, y a menudo se sentaba allí a meditar, sobre todo en ese momento del día. Además, sentía curiosidad por ver la reacción de Penny cuando viera el lago.

      No fue la esperada.

      –¿Pero qué es esto? No me había dicho que hubiera un lago, señor Lorenzetti… No me parece un sitio muy seguro para Chloe. Debería estar vallado.

      No recordaba haberse sentido tan desinflado en su vida… o de pronto tan horrorizado; porque no se le había ocurrido que aquél pudiera ser un sitio peligroso. Se preguntó si alguna de las demás niñeras habría dejado jugar a Chloe allí sola. Se puso nervioso sólo de pensar en lo que podría haber pasado.

      –Lo haré –declaró–. De inmediato, además.

      «Mio, Dio, sono un idiota».

      –Aparte de eso –dijo Penny, con cierto humor– es un sitio precioso.

      –Sobre todo a esta hora de la noche –añadió él.

      Pero en lugar de mirar el lago, la miró a ella. Y cuando Penny se volvió a mirarlo, a Stephano le pareció tan adorable que sólo pudo pensar en besarla y abrazarla… sin pensar en las consecuencias.

      Penny vio la intención en la expresión de Stephano Lorenzetti y se dijo que tenía que actuar con rapidez, si no quería caer ella también en la tentación. Si lo hacía se quedaría sin empleo en un abrir y cerrar de ojos, y sabía no encontraría otro igual de bueno.

      Aquél era un rincón para los amantes, sobre todo en una noche tan mágica y silenciosa como ésa. La tentación estaba en todas partes.

      Si bien estaba segura de que Stephano Lorenzetti había estado a punto de besarla, no debía olvidar que el guapo de su jefe no tendría en mente nada serio; tan sólo utilizarla de pasatiempo. Y Penny hacía decidido que eso no era para ella. Tenía muchas amigas que se apuntarían enseguida; amigas, como Louise, que la tacharían de estúpida por no querer lanzarse. Los millonarios siempre mimaban y agasajaban a sus novias con caros regalos. Así no se sentían mal cuando las plantaban.

      ¡Pues a ella no volverían a dejarla plantada! La única relación que tendría con Stephano Lorenzetti sería basada en lo puramente profesional.

      –¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? –le preguntó ella mientras se apartaba de él con la excusa de observar unos patos al otro lado del lago, y que con sus graznidos habían roto el manso silencio.

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