Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс

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Tórrida pasión - Alma de fuego - Кэтти Уильямс Omnibus Bianca

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de hacer bien mi trabajo.

      –Eso es porque ninguna de las niñeras que ha empleado hasta ahora ha durado más de unas semanas.

      Penny frunció el ceño.

      –¿Chloe es una niña muy difícil? ¿O acaso es por él?

      Para ella ese hombre sí que era un problema; porque sin ir más lejos, era demasiado guapo y demasiado sexy para ser el jefe. La impresión que le había causado el dueño de la casa aún la perturbaba. Penny se dijo que ni siquiera Max la había afectado de ese modo; y eso que entonces ella había pensado que era el hombre de su vida.

      Emily se encogió de hombros.

      –El señor Lorenzetti es un hombre muy justo con todos sus empleados. Yo lo sé porque llevo ya mucho tiempo con él. Es el horario lo que no le gusta a la gente. La mayoría de las niñeras que han pasado por aquí eran jóvenes y tenían novio, y no querían estar de servicio las veinticuatro horas del día. Es comprensible.

      –¿Eso es lo que espera él? –preguntó Penny con los ojos muy abiertos.

      No era de extrañar que pagara tan bien. Ese hombre quería chuparle la sangre.

      –Él se desentiende de eso totalmente –declaró Emily–. Si sientes que te exige demasiado, tendrás que decírselo. Yo lo hago de vez en cuando.

      Emily tenía derecho a hacerlo porque sería como un miembro más de la familia; sin embargo ella no estaba en la misma situación. Le entraron ganas de preguntarle qué le había pasado a su esposa, pero le pareció demasiado pronto para empezar a hacer preguntas. A lo mejor tampoco había podido soportar sus largas horas de trabajo…

      –¿A qué hora suele levantarse Chloe? –preguntó Penny mientras echaba un vistazo al reloj.

      –A las siete y media –respondió Emily–. Tarda un rato en despertarse. Mira Penny, si quieres que Chloe llegue puntual al colegio tendrás que espabilarte. Ahora te voy a llevar a que la conozcas.

      Stephano no era capaz de dejar de pensar en Penny; incluso en medio de una importante reunión. Penny no se parecía en nada a las niñeras anteriores que había contratado. Para empezar, tenía personalidad; y eso podría resultar interesante, ya que a él le gustaba conversar, y sobre todo admiraba el coraje en una mujer.

      Además de eso, Penny era una preciosidad. Tenía el pelo largo y rubio natural, si no recordaba mal, los ojos muy azules, las pestañas largas y rizadas, una nariz pequeña y chata y unos labios sensuales.

      También se había fijado en que no poseía esa delgadez que tanto ansiaban la mayoría de las mujeres jóvenes; a él los palos no le decían nada. Penny Keeling estaba muy bien hecha y tenía curvas donde tenía que tenerlas. Sólo de pensar en sus pechos apuntando bajo la blusa de algodón fino le subió el nivel de testosterona.

      Le sorprendió mucho recordar tantos detalles de la nueva niñera, pero a la vez eso le inquietó, porque no quería pensar en ella de ese modo. Además, ya tenía bastantes cosas en la cabeza; no necesitaba ninguna más.

      El caso fue que pensó en ella, y esa noche, cuando llegó a casa, se quedó decepcionado al ver que no estaba. Le habría gustado charlar un rato con ella, enterarse de sus gustos, de lo que esperaba del trabajo y de cuáles eran sus aspiraciones.

      Jamás había pensado de ese modo en ninguna otra niñera que le hubiera enviado la agencia; pero Penny Keeling era distinta. Era, sin lugar a dudas, una mujer muy intrigante; y Stephano estaba deseando conocerla mejor.

      Cuando Penny llevó a Chloe al colegio volvió al piso que compartía con una amiga y empezó a hacer las maletas.

      –¿Te das cuenta de que tendré que buscarme otra compañera de piso? Mi economía no me permite vivir sola –añadió Louise.

      Penny asintió.

      –Pareces muy segura de que ese trabajo te va a gustar. Ya te ha pasado otras veces que…

      –Estoy segura –respondió Penny con firmeza.

      ¿Y cómo no estarlo con un sueldo como aquél? Era el sueño de cualquier chica.

      –¿Y dices que se llama Lorenzetti…? Un momento… ¿No será por casualidad Stephano Lorenzetti, el que sale siempre en los programas del corazón? –dijo su amiga–. El que siempre va con alguna modelo del brazo.

      –El mismo –concedió Penny, que sonrió al ver la cara de su amiga.

      –No me extraña que hayas aceptado el empleo. ¡Yo en tu lugar habría hecho lo mismo!

      Penny sonrió.

      –No voy buscando un hombre como haces tú, Louise.

      –La vida es demasiado corta, y hay que disfrutar –dijo la otra con expresión resuelta–. Tú te equivocaste una vez, pero eso no quiere decir que te vuelva a pasar, Penny. Llevas sola demasiado tiempo.

      –Eres incorregible –Penny se echó a reír–. Y yo me voy ya. Nos veremos pronto, Louise.

      Horas después, Penny estaba sentada en su sala de estar privada, una habitación lujosamente amueblada con antigüedades y cortinas de brocado. Los grandes ventanales daban a una de las zonas verdes que rodeaban la casa. A un lado de la sala estaba su dormitorio, y al otro el de Chloe.

      Chloe era una niña encantadora, una charlatana de cinco añitos que ya le había dicho a Penny que ella le gustaba más que las otras niñeras.

      Cuando Penny oyó el coche de Stephano, enseguida se lo imaginó entrando en la casa, dejando su americana en el respaldo de alguna silla y tal vez acercándose después al mueble bar a servirse una copa. Imaginó su cara de ángulos prominentes, su nariz recta y sus labios firmes. ¿Estarían sus facciones relajadas, o tal vez tensas tras las tareas de la jornada?

      Se preguntó si habría comido o no; y al momento su propia tontería le hizo reír. ¿Qué más le daba? Emily había preparado un suculento rosbif con patatas y verduras, y Penny había dejado el plato limpio. Incluso Chloe se lo había comido todo.

      En la mayoría de las casas donde había trabajado, Penny había tenido que cocinar para los niños a su cargo; que le dieran la comida hecha era una novedad. Aún no sabía si eso era lo habitual; pero de ser así, se preguntó qué podría hacer mientras Chloe estaba en el colegio. Definitivamente, tendría que comentar algunas cosas con el señor Lorenzetti.

      Él le había dicho que hablarían esa noche. Se preguntó si debería ir directamente a hablar con él, o si por el contrario debía dejarlo solo un rato. Se dijo que no sabía nada de su nuevo jefe; salvo que se le aceleraba el pulso cada vez que lo veía.

      En ese mismo momento, Penny se sobresalto al oír unos firmes golpes a la puerta de su cuarto.

      –¡Señorita Keeling!

      ¡Ah, qué voz! ¡Qué maravillosa voz!

      Penny sintió el cosquilleo del nerviosismo en los dedos, y se quedó paralizada unos instantes. De pronto no podía levantarse, no podía moverse del asiento. Era de locos sentir todo eso con un hombre al que acababa de conocer, y de lo más insensato si se tenía en cuenta que ese hombre era su nuevo jefe.

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