Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Tórrida pasión - Alma de fuego - Кэтти Уильямс страница 6
Penny se encogió de hombros.
–Los hombres no me interesan. Soy una chica de carrera.
–¿Quieres ser niñera toda la vida? –preguntó él, como si fuera algo horrible.
–¿Por qué no? –respondió ella.
–No lo creo –declaró con firmeza–. Eres demasiado guapa como para convertirte en una vieja solterona. Lo he expresado bien, ¿no?
Penny sonrió y asintió. ¡Una vieja solterona! No habría esperado oírle utilizar una expresión tan anticuada.
–Un día aparecerá tu príncipe azul y te enamorarás de él. Y antes de que te des cuenta, estarás casada y con un montón de niños que cuidar; pero esos serán tuyos. Imagino que será más satisfactorio que cuidar de los ajenos.
–Y usted se tiene por un experto en la materia, ¿no? Un hombre que necesita una niñera para cuidar de su propia hija.
Penny vio que fruncía el ceño y entendió que había metido la pata; sin embargo, no fue capaz de morderse la lengua. Él había tocado un tema delicado, porque ella quería tener hijos; pero no los tendría hasta que no conociera al hombre adecuado. Y desde su desastrosa relación pasada, no dejaba de pensar que tal vez nunca conociera a alguien que le gustara lo suficiente.
–Dígame, señor Lorenzetti, ya que le gusta tanto que seamos sinceros, ¿qué le pasó a su esposa? ¿Le dejó por pasar tantas horas fuera de casa?
Nada más decirlo, le pesó haberlo dicho. Cuando él respondió a su pregunta, ella sintió deseos de echar a correr, de desaparecer. Fue el peor momento de su vida.
Capítulo 2
MI ESPOSA está muerta –dijo Stephano con frialdad–. Y para tu información, no tengo intención de volver a casarme.
Y dicho eso, Stephano se levantó y emprendió el camino de vuelta a la casa.
Penny se quedó mirándolo unos momentos, con el corazón encogido. Se sintió fatal. ¿Cómo podía haberle hecho una pregunta tan estúpida y tan poco considerada? ¿Qué estaría pensando él?
Se había pasado de la raya, y no le sorprendería si él le pidiera que hiciera las maletas y se marchara. Pero como no quería irse, lo mejor sería ir corriendo a disculparse con él.
–Lo siento, no lo sabía… No le habría preguntado si…
Stephano se detuvo y se volvió a mirarla.
–¿Y no te pareció mejor enterarte bien de las cosas antes de juzgarme?
Su tono fue muy duro, y su mirada insondable.
Penny supuso que seguiría doliéndole, y que debía de tenerlo todavía muy reciente. A lo mejor por eso echaba tantas horas en el trabajo, y no pensaba en dedicarle a su hija la atención que merecía y necesitaba. Sin duda querría borrarlo todo de su mente, y el único modo de hacerlo era matándose a trabajar.
–Lo siento –repitió, con el pulso acelerado y apenada de verdad por él.
Sintió deseos de abrazarlo, de decirle que sólo el tiempo curaría las heridas. Dos años después, aún le dolía la muerte de su madre.
Pero él no querría oír esas palabras de sus labios; sólo necesitaba a alguien responsable para ocuparse de Chloe. Él tenía un negocio que dirigir, y no tenía tiempo para ocuparse de la niña. Además, no sabría hacerlo. Él era el que se ganaba el pan, el hombre de la casa.
–Olvídalo –dijo él, antes de volver a la casa.
Esa vez Penny no lo siguió, sino que esperó un momento antes de volver sobre sus pasos. Al llegar a la casa, subió rápidamente a su dormitorio.
Se preguntó cómo habría sido la esposa de Stephano. Cosa rara, no había ninguna foto de ella a la vista. Se dijo que a lo mejor él era de esas personas que no soportaba la muerte, que hacía como si no existiera…
Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas…
Al día siguiente, cuando Penny se levantó, Stephano ya se había ido a trabajar. Después de vestir a Chloe para llevarla al colegio, abrazó a la niña con fuerza.
Chloe se parecía mucho a su padre. Tenía el pelo negro como el azabache y los ojos marrones y muy grandes; a veces parecían tristes y apagados. Penny sabía que la niña debía de estar sufriendo por dentro, que tenía que estar confusa. ¿Porque cómo le explicaba uno a un niño de la edad de Chloe que su madre ya no volvería?
Pero ella no era quién para decir nada. Si Chloe quería hablarle de algo, la escucharía con atención; pero por su parte no tenía intención alguna de sacar el tema.
Después de dejar a Chloe, Penny le hizo una visita a su hermana antes de volver a la mansión Stephano, como ella la llamaba. Era un poco raro que Stephano viviera solo en una casa tan grande; o bien celebraba muchas fiestas, o bien su esposa lo había hecho en vida.
En la parte de atrás de la casa había una hilera de plazas de garaje, de las cuales le habían asignado una para que aparcara su pequeño utilitario. A Penny le extrañó ver el elegante Aston Martin de Stephano allí aparcado. ¿Qué hacía en casa a esas horas? Miró el reloj y vio que ni siquiera era la hora de la comida.
–¿Dónde has estado? –le preguntó enfurruñado en cuanto Penny entró en casa.
Le dio la impresión de que había estado esperándola.
–Lo siento –se disculpó ella–. No sabía que tenía que informarte de mis idas y venidas. He ido a ver a mi hermana. Tú mismo me dijiste que durante el día tenía tiempo libre.
–Pensé en invitarte a comer.
Penny se quedó asombrada.
–¿A mí? ¿Por qué?
Una niñera que salía a comer con su jefe era algo poco habitual.
–Porque anoche no terminamos nuestra conversación –respondió él–. Pero si prefieres dejarlo… –se encogió de hombros.
–Siento mucho lo de anoche, yo…
Él la cortó.
–El tema está zanjado ya. Vamos, ve a dejar las bolsas; nos vamos en de diez minutos.
Después de cambiarse de zapatos, pintarse un poco los labios y echarse un poco de perfume, Penny bajó las escaleras con el corazón acelerado.
El vestíbulo de entrada era un espacio bello y elegante, con suelos de madera y espejos, flores frescas y sillas talladas a mano. Pero ella estaba ciega a todo eso, y sólo veía el rostro serio de Stephano; serio, pero increíblemente apuesto. No podía creer que fuera a salir con él. En todos los años que llevaba siendo niñera, nunca le había ocurrido nada igual.
Cuando la agencia le había preguntado si aceptaría ese empleo, ella lo había hecho sin reparos. Sin embargo, nadie le había hablado de Stephano Lorenzetti, ni le