Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс
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Penny le agarró la cabeza y enroscó con los dedos su pelo negro, mientras él la transportaba a un lugar donde nunca había estado, a un lugar donde nada salvo Stephano tenía sentido.
Todo era tan fuerte: sus besos, el placer de sus caricias, su aroma; un aroma tan intenso que embriagaba más que el alcohol.
Estaba ebria de deseo; un deseo real, un deseo que rugía en su cuerpo con la fuerza de un ciclón. Quería agarrarse a Stephano por si esa energía le hacía flaquear.
Penny no sabría decir cómo pasó, pero de pronto se estaban devorando el uno al otro. Momentos después estaban en la cama, ella totalmente desnuda ya.
Stephano también lo estaba. Tenía la piel aceitunada, en contraste con la suya, pálida; el torso bien formado, y unos muslos fuertes potentes.
Sin dejar de mirarla a los ojos, Stephano empezó a explorar su cuerpo con sus dedos ágiles de un modo tan sensual que Penny se dijo que no aguantaría mucho rato así. Ella había pensado que la tomaría con pericia y rapidez, saltándose los preliminares; pero se había equivocado totalmente. Trazó con ternura el contorno de sus cejas, la simpática línea de su nariz y la delicada curva de las orejas.
Cuando llegó a sus labios, ella gritaba con silencioso deseo, y lamió sus dedos con anhelo, mientras ella también le tocaba la cara. Stephano era un hombre orgulloso, un hombre tremendamente apuesto; y también arrogante y hábil; pero en ese momento, dependía de ella.
Él la necesitaba. Quería que olvidara sus malos recuerdos, quería perderse en ella, junto a ella, con ella… Y ella… Y ella no podía sino complacerlo.
Stephano sabía que lo que estaba haciendo era arriesgado, que no quería tener una relación, y menos con la niñera de su hija; pero al mismo tiempo sentía la necesidad de librarse del tormento que encerraba su alma.
Su propia hija creía que él no la amaba, y eso le había parecido horrible. Al día siguiente se ocuparía de eso; pero de momento sólo quería sumergirse en las profundidades del placer. Y mientras Penny supiera lo que sentía él, mientras no esperara más de él, ella sería el antídoto perfecto.
–Sabes lo que haces, ¿verdad? –le preguntó en tono sensual, sin separar apenas los labios de los de ella, al tiempo que jadeaba con anhelo.
Bebió de sus labios el néctar más exquisito, que fue para él un afrodisíaco del que no podía saciarse. En ese momento comprendió que con ella no bastaría con una vez.
Era una situación peligrosa, suicida, y se dijo que tal vez debería retirarse ya, mientras estuviera a tiempo.
–Lo sé, Stephano, pero no puedo evitarlo. También te deseo.
Con un gemido ronco, él reclamó su boca y la besó con tanto ardor que su dolor, su tensión y su malestar empezaron a ceder de nuevo.
Penny sintió el cambio en él, como si de pronto Stephano se hubiera liberado de sus tensiones, como si hubiera dejado atrás sus dudas. Y si él se sentía libre, ella también.
Se abandonó a sus besos, que devolvió con avidez, y cuando él se retiró un poco para explorar la dulce curva de su cuello, Penny apoyó la cabeza suavemente sobre la almohada y volvió a acariciarle el pelo con sensual abandono, mientras se acostumbrada a su tacto, a su calor, a su forma.
Pero cuando él empezó a acariciar sus pechos con los dedos, la lengua y los labios, y agasajó dulcemente los pezones firmes, ella se olvidó de su pelo y apoyó las manos a los lados, jadeando sin consuelo.
–¡Oh, Stephano!
Al oír su voz, él hizo una pausa y levantó la cabeza.
–¿No te gusta?
–¿Que si no me gusta? ¡Me encanta!
Stephano era un amante experto que sabía cómo volverla loca, cómo hacer para que se retorciera de placer, para que también ella lo acariciara, para que deslizara los dedos por su piel firme y caliente, sintiendo la fuerza de sus músculos, incluso la palpitante fuerza de su miembro caliente.
Cuando continuó explorando un poco más abajo, buscando el corazón caliente y mojado entre sus piernas, Penny apenas podía respirar.
Cerró los ojos, moviendo la cabeza de un lado al otro, tan sólo consciente de que Stephano controlaba todo su cuerpo, instruyéndolo para que obedeciera sus órdenes, para inflamarlo con sus caricias, para que sintiera una explosión de sensaciones como no había sentido jamás.
Penny ya no estaba segura de ser ella la protagonista inmersa en aquella oleada de sensaciones; a ella nunca le pasaban esas cosas, y se dijo que o bien estaba soñando, o imaginándoselo.
Además, Penny Keeling nunca se habría metido en un lío como aquél, porque para empezar no le iban las aventuras amorosas de esa naturaleza. Con una relación fracasada había tenido suficiente; y ella era cuidadosa, sensata, equilibrada…
Pero deseaba tanto que Stephano le hiciera el amor, que no podía seguir engañándose. De todos modos, si él no la tomaba de inmediato, si no saciaba aquella necesidad que estaba a punto de estallar, ella tomaría la iniciativa y se echaría encima de él.
–¿Estás lista?
¿Le habría leído el pensamiento?
Penny asintió, sin darse cuenta en principio de que él estaba muy ocupado investigando otras partes interesantes de su anatomía.
–Sí… –fue el gemido desfallecido que le dio como respuesta.
Stephano se retiró un momento, se puso un preservativo y momentos después estaba dentro de ella. Al principio lo hizo muy despacio, hasta que notó que estaba totalmente relajada.
Lo que pasó después fue un torbellino de sensaciones, jadeos, cuerpos que se bamboleaban y giraban, gemidos entrecortados y caricias ardientes; hasta que les sobrevino una explosión que los transportó a la cima, empapando sus cuerpos en sudor, mientras sus corazones latían con tanta fuerza que parecía como si fueran a salírseles del pecho.
Durante la noche, Stephano le hizo el amor otra vez, y otra después. Era un hombre que descargaba su tensión de ese modo; claro que a Penny no le importó en absoluto. Aquélla era una experiencia nueva para ella, ya que jamás le habían hecho el amor de un modo tan maravilloso; y nadie había atendido a sus necesidades como lo había hecho Stephano.
El hombre que le había parecido tan cruel hacia su hija, resultaba ser un amante de ensueño.
Pero cuando se despertó a la mañana siguiente, él ya no estaba en la cama. Penny pensó en todo lo que había pasado y se sintió culpable. Sintió mucha vergüenza sólo de pensar que se había entregado a Stephano y se había dejado utilizar a placer. Le había dado a entender que era suya para cuando quisiera tomarla.
Se le revolvió el estómago de lo nerviosa que se estaba poniendo, de la humillación que de pronto la golpeó de frente.
Había sido una estúpida. ¿Cómo podía volver a mirarlo a la cara? Tal vez sería mejor marcharse antes de que acostarse con su jefe fuera se convirtiera en la norma. Salvo que su deber era cuidar de Chloe. Ella no podía marcharse y someter a la niña a una nueva sucesión de niñeras,