El libro de la selva. Редьярд Джозеф Киплинг

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El libro de la selva - Редьярд Джозеф Киплинг

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¡Si se nos antoja! ¿Qué es eso de “si se nos antoja”? ¡Por el toro que maté, que es cosa de preguntar hasta cuándo he de estar oliendo su perruna guarida, para obtener lo que justamente se me debe! ¡Soy yo, Shere Khan, el que les habla!

       El rugido del tigre sonó estruendosamente por toda la caverna. Mamá Loba se separó de sus pequeños lobos y se adelantó, fijando en los llameantes ojos de Shere Khan los suyos, semejantes a dos verdes lunas brillando en la oscuridad.

       –Y soy yo, Raksha (el demonio), quien te contesta. El cachorro humano es mío, Lungri, mío y muy mío. No se le matará. Vivirá para correr junto con nuestra manada y para cazar con ella; y, al fin y al cabo, mire, usted, señor cazador de desnudos cachorrillos..., devorador de ranas..., matador de peces...; al fin y al cabo, él será quien, a su vez, le cace. Así que ahora apártese, o por el sambhur que maté, le aseguro, fiera malvada de estas selvas, que va a volver al regazo de su madre más cojo aún que al venir al mundo. ¡Lárguese!

       Shere Khan hubiera desafiado a papá Lobo, pero no podía resistirse contra mamá Loba, porque sabía que en el lugar en que estaban, todas las ventajas eran para ella, y que lucharía hasta morir. Se retiró, pues, refunfuñando de la boca de la caverna, y cuando se vio libre, gritó:

       –¡Cada perro ladra en su propia guarida! Ya veremos lo que dice la manada respecto a eso de criar cachorros humanos. El cachorro es mío, y al fin vendrá a parar a mis dientes, ¡ladrones!

       Mamá Loba se dejó caer jadeante entre sus hijos, y papá Lobo le habló gravemente:

       –Hay mucho de verdad en lo que ha hablado Shere Khan. Es necesario que la manada conozca a ese cachorro. ¿Todavía quieres guardártelo, mamá?

       –¡Guardarlo! –contestó ella suspirando–. Desnudo vino, de noche, solo y hambriento, y, sin embargo, no tenía miedo. Mira: ha echado ya a un lado a uno de mis hijos. ¡Y ese carnicero cojo lo habría querido matar y luego escaparse al Waingunga, mientras los campesinos, en venganza, vendrían aquí a maldecir nuestras guaridas! ¡Guardarlo! ¡Por supuesto que lo guardaré! Acuéstate quietecito, renacuajo. Ya llegará el día, Mowgli (porque Mowgli, la rana, le llamaré de ahora en adelante), en que no sea él cazado por Shere Khan, sino quien le cace a él.

       –Pero ¿qué va a decir la manada? –exclamó papá Lobo.

       La Ley de la Selva, prescribe terminantemente que cualquier lobo, al casarse, puede retirarse de la manada a la que pertenece; pero que a penas los cachorros puedan mantenerse en pie debe llevarlos al Consejo de la manada, con el fin de que los demás lobos puedan identificarlos. Después de esto los cachorros quedan en libertad, y mientras éstos no hayan matado el primer ciervo, no hay excusa para que un lobo mayor mate a alguno de ellos. En esos casos, el asesino es castigado con la pena de muerte.

       Esperó papá Lobo a que sus cachorros pudieran correr un poco, y entonces los tomó junto con Mowgli y con mamá Loba y se los llevó al Consejo de la Peña. Akela, el enorme y gris Lobo Solitario, estaba echado sobre su roca y más abajo se sentaban unos cuarenta lobos de todos los tamaños y colores. El Lobo Solitario los guiaba a todos desde hacia un año.

       Poco se habló en la reunión de la Peña. Los pequeños lobos eran observados cuidadosamente por el resto de la manada, mientras desde su roca Akela gritaba: “Ya saben lo que dice la Ley, ya lo saben. ¡Miren bien, lobos!” Y las ansiosas madres repetían: “¡Miren! ¡Miren bien, lobos!”

       Al fin (y en aquel momento se le erizaron a mamá Loba todos los pelos del cuello), papá Lobo empujó a “Mowgli, la rana”, como le llamaban, hacia el centro, donde se sentó, riendo y jugando con unas piedras que brillaban con la luz de la luna.

       Akela, sin levantar la cabeza que tenía puesta sobre las patas, continuó con su monótono grito: “¡Miren bien!” Sorpresivamente un sordo rugido se elevó por detrás de las rocas; era la voz de Shere Khan, que gritaba a su vez:

       –El cachorro es mío, dénmelo. ¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con un cachorro humano?

       Akela no movía ni las orejas. No hizo más que decir:

       –¡Miren bien, lobos! ¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con los mandatos de cualquiera que no sea el mismo Pueblo? ¡Mírenlo bien!

       Se alzó un coro de gruñidos, y un lobo joven, de unos cuatro años, tomó la pregunta de Shere Khan, dirigiéndose otra vez a Akela:

       –¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con un cachorro humano?

       Ahora bien: la Ley de la Selva prescribe que en caso de que en la manada se disputa el derecho de admisión de un cachorro, deben defenderlo, por lo menos, dos de los miembros de ésta, que no sean su padre o su madre.

       –¿Quién habla a favor de este cachorro? –preguntó Akela–. ¿Quién, que pertenezca al Pueblo Libre, habla a favor suyo?

       Nadie contestó, y mamá Loba se preparó para lo que ya sabía ella que sería su última pelea, si al terreno de la lucha era necesario llegar.

       Entonces, Baloo, el soñoliento oso pardo que enseña a los pequeños lobos la Ley de la Selva, el único animal de otra especie a quien se le permite tomar parte en el Consejo de la manada, el viejo Baloo que puede ir y venir por donde se le antoje, se levantó en dos patas y gruñó:

       –¿El cachorro humano?... –dijo–. Yo hablo a favor del cachorro. Ningún mal puede hacernos. No tengo el don de la palabra, pero digo la verdad. Déjenlo correr con la manada, y considérenlo como uno de tantos. Yo mismo lo enseñaré.

       –Necesitamos ahora que hable otro –dijo Akela–. Baloo lo ha hecho ya, y él es el maestro de nuestros pequeños lobos. ¿Quién toma la palabra además de él?

       Una sombra negra se deslizó hacia el círculo. Era Bagheera, la pantera negra.

       –¡Akela –dijo como susurrando– y ustedes, Pueblo Libre! Yo no tengo derecho a mezclarme en su asamblea; pero la Ley de la Selva dice que si surge alguna duda respecto a un nuevo cachorro, que no sea relativa a alguna muerte, su vida se puede comprar a un precio estipulado. Y la Ley no dice quién puede o no pagar este precio. ¿Estoy en lo cierto?

       –¡Bien, bien! –exclamaron los lobos más jóvenes, hambrientos siempre–. ¡Que se oiga a Bagheera! El cachorro puede comprarse por un precio estipulado. La Ley lo dice.

       –Como sé que no tengo derecho a hablar aquí, les pido permiso para hacerlo.

       –¡Habla, pues! –gritaron a la vez unas veinte voces.

       –Matar a un cachorro desnudo es una vergüenza. Por otra parte, les puede ser muy útil en la caza cuando sea mayor. Baloo ha hablado ya en su defensa. Ahora yo además les ofrezco un toro, gordo y recién cazado, si aceptan al cachorro humano, de acuerdo con lo que dice la Ley. ¿Alguna objeción?

       Se levantó un clamor de docenas de voces que decían:

       –¡Qué importa!, ya se morirá cuando lleguen las lluvias del invierno. Ya le abrasarán vivo los rayos del sol. ¿En qué puede perjudicarnos una rana desnuda como ésta? Aceptémoslo.

       Y entonces se oyó el profundo gruñido de Akela, que advertía:

       –¡Mírenlo bien, mírenlo bien, lobos!

       Tan entretenido estaba Mowgli en jugar con las piedras, que no

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