El libro de la selva. Редьярд Джозеф Киплинг

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El libro de la selva - Редьярд Джозеф Киплинг страница 5

El libro de la selva - Редьярд Джозеф Киплинг

Скачать книгу

al fuego.

       –¿La Flor Roja? –preguntó Mowgli–. ¿Es la que a la hora del crepúsculo crece fuera de las chozas? Yo la tomaré.

       –Así deben hablar los cachorros de los hombres –dijo Bagheera con orgullo–. Acuérdate de que la flor crece en unas macetas pequeñas. Cortas una y la guardas para cuando la necesites.

       –¡Bueno! –exclamó Mowgli–. Allá voy. Pero ¿estás segura de que todo esto es obra de Shere Khan?

       –Por la cerradura que me dio la libertad, te aseguro que sí, Hermanito.

       –Pues, entonces, por el toro que sirvió para rescatar mi vida, te prometo que voy a saldar mis cuentas con Shere Khan, y es posible que le pague aun algo más de lo que le debo. –Y diciendo esto salió disparado.

       Mowgli había ido alejándose por el interior del bosque, a todo correr, con el corazón ardiendo en su pecho. Llegó a la cueva a la hora en que comenzaba a aparecer la niebla de la tarde, se paró para tomar aliento, y miró hacia el fondo del valle. Los pequeños lobos habían salido, pero mamá Loba, desde las profundidades de la caverna, conoció por el modo de respirar que algo le pasaba a su rana.

       –¿Qué hay, hijo? –exclamó.

       –Palabrerías de ese Shere Khan –respondió Mowgli–. Esta noche cazo en tierras de trabajo –añadió, y en seguida se hundió entre los arbustos, dirigiéndose hacia el lugar por donde corrían las aguas en el fondo del valle. Se detuvo allí, porque oyó los salvajes alaridos de la cacería en que se encontraba la manada; el mugido del sambhur cuando lo persiguen; el resoplar del ciervo que se ve acorralado. Entonces resonó un coro de perversos e insultantes aullidos que partía de los lobos más jóvenes.

       –¡Akela! ¡Akela! Deja que el Lobo Solitario muestre su fuerza –decían–. ¡Paso al Jefe de la manada! ¡Salta, Akela!

       Sin duda, el Lobo Solitario debió saltar equivocando el tiro, porque Mowgli oyó el castañeteo de los dientes y luego una especie de ladrido cuando el sambhur le hizo rodar por el suelo empujándolo con las patas delanteras.

       No esperó ya más para ver lo que sucedía. Siguió adelante, y los gritos fueron oyéndose cada vez más débiles a medida que se alejaba en dirección a las tierras de cultivo, en las cuales vivían los campesinos.

       “Bagheera estaba en lo cierto –se dijo al recostarse sobre unos forrajes que encontró bajo la ventana de una choza–. Mañana será un día importante para Akela y para mí.”

       Pegó, entonces, la cara a la ventana, y miró el fuego que ardía en el suelo. Vio a la mujer del labrador levantarse y arrojar sobre las llamas unos pedazos de algo negro. Al llegar la mañana, cuando todo estaba envuelto en blanca y fría neblina, vio a un niño, hijo del campesino, tomar una especie de maceta de mimbre, llenarla de enrojecidas brasas, colocarla bajo una manta, y salir para cuidar a las vacas en el establo.

       “¿Y esto es todo? –se dijo Mowgli–. Si un cachorro como éste puede hacerlo, entonces no hay nada que temer.”

       Dobló la esquina de la casa, corrió hacia el hombrecito, le arrebató aquella especie de maceta y desapareció con ella entre la niebla, mientras el niño campesino se quedaba chillando de miedo.

       “Son muy parecidos a mí –añadió Mowgli soplando en la maceta, como había visto que lo hacía la mujer–. Y esto se me va a morir si no lo alimento.”

       Comenzó entonces a arrojar ramitas de árbol y cortezas secas sobre aquella materia de un rojo tan vivo. Un poco más allá en el cerro, se encontró con Bagheera.

       –Akela ha fallado el tiro –le dijo la pantera–. Si no hubiera sido que te necesitaban también a ti, lo hubieran matado anoche. Fueron al cerro en tu búsqueda.

       –Yo andaba entonces por las tierras de cultivo. Ya estoy listo. ¡Mira! –Y Mowgli levantó la especie de maceta llena de fuego.

       –¡Bien! Ahora falta hacer otra cosa: yo he visto a los hombres arrojar una rama seca sobre esto, y al poco rato la Flor Roja se abría al extremo de la rama. ¿No tienes miedo de hacer eso?

       –No. ¿Por qué tendría que temer? Recuerdo ahora como, antes de ser lobo, me acosté junto a la Flor Roja, encontrándola caliente y agradable.

       Mowgli estuvo todo el día sentado en la caverna, cuidando de su maceta y metiendo en ella ramas secas, para ver el efecto que producían después. Encontró una a su gusto y, al anochecer, cuando Tabaqui llegó a la cueva y le dijo, con harta rudeza, que lo necesitaban en el Consejo de la Peña, se estuvo riendo hasta que Tabaqui se puso a correr. Entonces se dirigió hacia el Consejo, pero riéndose aún.

       Akela, el Lobo Solitario, estaba echado junto a su roca como signo de que la jefatura de la manada estaba vacante, y Shere Khan, con su serie de lobos empachados de sus sobras, se paseaba de un lado a otro con aire resuelto y satisfecho. Bagheera estaba echada junto a Mowgli, y éste tenía entre las piernas la maceta del fuego. Cuando estuvieron todos reunidos, Shere Khan comenzó a hablar, lo que jamás se habría atrevido a hacer en los buenos tiempos de Akela.

       –No tiene derecho a esto –murmuró Bagheera–. Díselo. Ese es de casta de perro: verás cómo se atemoriza.

       Mowgli se puso de pie.

       –¡Pueblo Libre! –gritó–, ¿es acaso Shere Khan quien dirige la manada? ¿Qué tiene que ver un tigre con nuestra jefatura?

       –Viendo que el puesto está vacante, y que me han suplicado que hable... –comenzó a decir Shere Khan.

       –¿Quién lo ha suplicado? ¿Acaso nos hemos vuelto todos chacales para estar alabando a este carnicero, matador de reses? La jefatura pertenece exclusivamente a miembros de la manada misma –replicó Mowgli.

       Se oyeron feroces aullidos que querían decir:

       –¡Silencio, cachorro de hombre!

       –Déjenle hablar. Ha observado fielmente nuestra Ley.

       Al fin los ancianos de la manada gritaron con voz estruendosa:

       –¡Dejen que hable el Lobo Muerto!

       Cuando un jefe de la manada falla en el tiro, dejando de matar la presa que perseguía, recibe el nombre de Lobo Muerto por el resto de su vida.

       Akela levantó con aire de fatiga la cabeza, mostrándose viejo y desgastado por los años.

       –¡Pueblo Libre! –exclamó–, y ustedes también, chacales de Shere Khan. Durante doce temporadas los he llevado a cazar, y siempre han regresado sanos y salvos. Ahora he fallado en el tiro. Bien saben cómo ustedes mismos me llevaron a atacar un ciervo sin experiencia, para que así se viera más clara mi debilidad. Fueron muy hábiles. Tienen derecho a matarme ahora mismo, aquí, en el Consejo de la Peña. Por lo tanto no pregunto más que esto: ¿quién es el que va a quitar la vida al Lobo Solitario? Porque según la Ley de la Selva me corresponde otro derecho: el de exigir que se acerquen a mí uno a uno.

       Se produjo un largo silencio, porque a ningún lobo le parecía muy agradable el tener un duelo a muerte con Akela.

       De pronto Shere Khan rugió:

       –¡Bah! ¿Qué

Скачать книгу