El libro de la selva. Редьярд Джозеф Киплинг

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El libro de la selva - Редьярд Джозеф Киплинг

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Durante diez temporadas no ha hecho más que molestar a todo el mundo en la Selva. Denme a ese hombrecito, o de lo contrario les prometo que vendré a cazar siempre aquí y no les daré ni un solo hueso. Él es un hombre, un jovencito de los que los hombres tienen, y yo lo odio más que a nada en el mundo.

       Entonces, más de la mitad de los lobos que formaban la manada aullaron:

       –¡Un hombre! ¿Qué tiene que ver con nosotros un hombre? ¡Que se vaya con los suyos!

       –¿Y que vaya a levantar contra ustedes a toda la gente de los pueblos? No: dénmelo a mí, es un hombre, y ninguno de nosotros puede mirarlo fijamente a los ojos –replicó Shere Khan.

       Akela levantó de nuevo la cabeza y dijo:

       –Le hemos dado comida; durmió hasta hoy con nosotros; nos ha proporcionado caza y no ha hecho nada contrario a la Ley de la Selva.

       –Además, yo pagué un toro por él cuando lo aceptamos. Poco vale un toro; pero el honor de Bagheera es algo por lo que estaría dispuesta a pelear –dijo la pantera suavizando su voz lo que más pudo.

       –¡Un toro que fue pagado hace diez años! –gruñeron entre dientes los lobos de la manada–. ¡Que nos importan unos huesos roídos hace ya diez años!

       –¿O, mejor, qué les importa una promesa? –observó Bagheera mostrando sus dientes blancos por debajo del labio–. ¡Bien les queda ese nombre de Pueblo Libre!

       –Un cachorro humano no puede juntarse con el Pueblo de la Selva –rugió Shere Khan–. ¡Entrégenmelo!

       –Por todo es nuestro hermano, excepto por la sangre –exclamó Akela–. ¡Y ustedes lo matarían aquí! Es verdad que harto he vivido. Algunos de ustedes se alimentan de ganado, y de otros he oído decir que, bajo la dirección de Shere Khan, van de noche, protegidos por la obscuridad, a robar niños a las mismas puertas de las aldeas. De ello deduzco que son unos cobardes, y que a cobardes les estoy hablando. Es cierto que moriré y que mi vida carece ya de valor, pero si lo tuviera ofrecería mi vida por la del hombrecito. Por el honor de la manada, yo les prometo que, si dejan a ese hombre-cachorro volver con los suyos, no les mostraré los dientes cuando llegue mi hora de morir. Esperaré la muerte sin resistencia. De esta manera, se ahorrarán tres vidas por lo menos. No puedo hacer más; pero si aceptan lo que les digo, no pasarán por la vergüenza de matar a un hermano que no ha cometido ningún delito..., un hermano cuya vida fue defendida y comprada, de acuerdo con la Ley de la Selva, cuando se le incorporó a nuestra manada.

       –¡Es un hombre..., un hombre..., un hombre! –gruñeron los lobos y la mayor parte de ellos comenzó a agruparse alrededor de Shere Khan, que se golpeaba las caderas con la cola.

      –En tus manos está ahora el asunto –dijo Bagheera a Mowgli–. Ni tú ni yo podemos hacer ya más que luchar contra todos.

       Mowgli se puso de pie llevando entre las manos la maceta del fuego... Estiró los brazos y bostezó mirando hacia el Consejo; pero estaba loco de ira y de pena al ver que los lobos, procediendo como lo que eran, le habían ocultado siempre el odio que sentían por él.

       –¡Escúchenme! –gritó–. No hay ninguna necesidad de que estén aquí conversando como si fueran perros. Me han dicho ya tantas veces esta noche que soy un hombre, que empiezo a comprender que están en lo cierto. En adelante, no los llamaré mis hermanos, sino sag (perros), como los llamaría un hombre. Lo que hagan, o dejen de hacer, no son ustedes los llamados a decirlo. Me corresponde a mí este asunto; y para que puedan hacerse cargo de él más claramente, yo, el hombre, he traído aquí una pequeña porción de la Flor Roja que tanto los atemoriza a ustedes, como perros que son.

       Arrojó al suelo la maceta del fuego, y algunas de las brasas prendieron en un montón de musgo seco, que ardió de inmediato, mientras todo el Consejo retrocedía aterrorizado al ver elevarse las llamas.

       Mowgli lanzó sobre el fuego la rama que llevaba, y cuando ésta se encendió chisporroteando, comenzó a agitarla rápidamente por encima de los acobardados lobos.

       –Ahora tú eres el único amo –dijo Bagheera en voz baja–. Salva la vida de Akela; que fue siempre tu amigo.

      –¡Bueno! –dijo Mowgli, mirando pausadamente a su alrededor–. Veo que no son más que unos perros. Los dejo para irme con mi gente..., si existen realmente. Como la Selva es ahora un lugar prohibido para mí, necesariamente tendré que olvidar esta amistad; pero voy a mostrarme más generoso que ustedes, por la sola razón de que, cuando yo sea un hombre entre los hombres, no los traicionaré, como ustedes lo han hecho conmigo.

       Dio un puntapié al fuego, y el aire se llenó de chispas.

       –No habrá guerra entre nosotros –prosiguió–. Pero antes de dejarlos, debo solucionar una deuda.

       Se dirigió a grandes pasos hacia el lugar donde Shere Khan estaba sentado sobre sus patas, parpadeando con aire atontado al mirar las llamas, y lo tomó por el puñado de pelos que tenía bajo la barba. Bagheera siguió a ambos, para prevenir lo que podría ocurrir.

       –¡Levántate, perro! –gritó Mowgli–. ¡Levántate cuando te habla un hombre, o de lo contrario te quemaré la piel!

       Shere Khan bajó las orejas hasta dejarlas como aplastadas sobre su cabeza, y cerró los ojos, porque vio muy cerca de él la rama ardiendo.

       –Este cazador de reses dijo que me mataría en el Consejo, porque no pudo matarme cuando yo no era más que un cachorro. Así es como nosotros pagamos a los perros cuando llegamos a ser hombres. ¡Si mueves solo uno de tus bigotes, Lungri, te hundo la Flor Roja en la garganta!

       Le pegó a Shere Khan en la cabeza con la rama, y el tigre gimió lastimosamente, como agonizante de terror.

       –¡Bah! ¡Ándate ahora, malvado gato de la Selva! Pero acuérdate de lo que te digo: cuando yo vuelva al Consejo de la Peña, como es bien que un hombre vuelva, será cubriendo mi cabeza con tu piel. Por lo demás, Akela queda en libertad de vivir, y del modo que más le guste. No lo matarán, porque no es ésta mi voluntad. Ni pienso, tampoco, que van a estar aquí más tiempo con la lengua colgando, como si fueran algo más que perros que yo arrojo de este lugar... Por lo tanto, ¡largo de aquí!

       Ardía furiosamente el extremo de la rama, y Mowgli comenzó a golpear con ella, a derecha e izquierda, a los que formaban el círculo, con lo cual los lobos se pusieron a correr, aullando al sentir que las chispas les quemaban el pelo. No quedaron al fin más que Akela, Bagheera y unos diez lobos que se habían puesto al lado de Mowgli. Entonces sintió en su interior una pena que nunca antes había experimentado. Tomando aliento, sollozó, y las lágrimas corrieron por su rostro.

       –¿Qué se esto?... No quisiera abandonar la Selva, y no sé qué me ocurre. ¿Me estoy muriendo, acaso, Bagheera?

       –No, Hermanito. Éstas no son más que lágrimas, como las derraman todos los hombres –le explicó Bagheera–. Ahora sí que eres un hombre, y no ya un cachorro humano, como antes. Es verdad que la Selva se ha cerrado para ti desde hoy. Déjalas caer, Mowgli: no son más que lágrimas.

       Mowgli se sentó, y lloró como si el corazón se le fuera a romper en pedazos. Era la primera vez que lloraba.

       –Ahora –dijo– me voy con los hombres. Pero antes debo despedirme de mi madre –y diciendo esto

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