La primera sociedad. Scott Hahn

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La primera sociedad - Scott  Hahn Claves

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para servirnos de modelo, no contamos con los recursos de nuestro patrimonio cristiano que nos permitan hacerlo. Sentar unas bases destinadas no solo a recuperar ese patrimonio, sino a reunir un patrimonio nuevo para el siglo XXI en adelante, debe formar parte del núcleo del debate.

      El secularismo ha situado el pasado más lejos de nuestro alcance que nunca. Por eso el momento que vivimos presenta nuevos desafíos que requerirán respuestas nuevas e innovadoras. En cualquier caso, el hecho de no poder recrear el pasado no significa que no podamos aprender de él.

      ***

      Una relación saludable con el pasado nunca nos llevará a rendirle culto, pero tampoco a ignorarlo. De hecho, cuando retrocedemos a momentos o lugares que nos inspiran a la vez admiración y desprecio, la regla es muy sencilla: quedarnos con lo bueno y descartar lo malo.

      Tanto la década de 1950 como la Edad Media, así como cualquier otra época que despierte nuestra admiración, tuvieron sus cosas buenas. Nuestra tarea, guiada por la prudencia, no consiste únicamente en separar lo bueno de lo malo, sino en discernir qué y de qué modo puede aplicarse de forma eficaz a nuestro momento histórico.

      En cualquier época de la historia podemos encontrar reflejos de las verdades intemporales. Cada época aplica sus propios filtros para crear esos reflejos, y es tarea nuestra discernir la imagen real para, a continuación, trasladarla al mundo posmoderno.

      Si nos centramos, por ejemplo, en la unidad familiar y en las leyes de género estadounidenses durante la década de 1950, descubriremos un importante reflejo de la antropología cristiana. Pero conviene recordar que se trata únicamente de un reflejo: esas ideas pueden convertirse rápidamente en ídolos que, en lugar de revelar la verdad, la encubran.

      Fijémonos en la familia nuclear. Su primacía constituye un fenómeno relativamente moderno y distanciado del bíblico que contiene algo muy bueno: la importancia para la sostenibilidad de la sociedad de unas relaciones estables entre padres e hijos. Pero también puede oscurecer la importancia de la amplia familia intergeneracional que ha constituido la norma histórica, fomentando una visión limitada de la identidad y los deberes familiares.

      De modo semejante, la primacía de la Iglesia en todos los aspectos de la vida que caracterizó a la mayor parte de la Edad Media es un claro reflejo de la verdad que la lógica sacramental de la Iglesia puede y debe aplicar en la sociedad. No obstante, cualquiera con un somero conocimiento de la historia medieval sabe que muchas veces esa primacía generó una gran corrupción dentro de la Iglesia. Dado que no queremos recrear un pasado necesariamente idealizado, hay unas cuentas preguntas que nos deberían guiar. ¿Cómo podemos aplicar la lógica sacramental de la fe a las circunstancias concretas del siglo XXI sin dejar de aprender al mismo tiempo de las trampas del pasado? ¿Cómo puede servirse la Iglesia de esa lógica no solo para dialogar con el secularismo, sino para derrotarlo? ¿Podemos encontrar ahí los recursos intelectuales y espirituales para un renacimiento de la civilización cristiana?

      Buena parte de lo que queda de este libro reflexiona sobre las respuestas a estas preguntas. Pero antes retrocedamos a los inicios, al primer matrimonio de los primeros seres humanos.

      [1] Serie norteamericana emitida por la cadena de televisión CBS entre 1957 y 1963 que traslada una imagen idílica de las típicas familias de clase media instaladas en las afueras de las ciudades estadounidenses en los años 50 del siglo pasado (N. de la T.).

      [2] Programa nocturno de variedades estrenado en 1975 por la NBC con un carácter totalmente innovador para esa época. Incluye entrevistas a invitados famosos, sketches, parodias, actuaciones musicales, etc., y se sigue emitiendo en la actualidad (N. de la T.).

      2.

      LA PRIMERA SOCIEDAD

      ESTE ES UNO DE LOS EJES FUNDAMENTALES DE LA BIBLIA: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2, 18). Hasta ese momento, en el doble relato de la creación —los seis días de Génesis 1 y el jardín de Génesis 2 y 3— Dios declara «buenos» todos los aspectos de su creación; y, en el caso del hombre, «muy bueno». Es ahora cuando, por primera vez, el Señor considera que en su creación hay algo que «no es bueno»: la soledad.

      Aparentemente, todo estaba terminado y ocupando su sitio. Gracias al jardín, Adán tenía una casa, toda la comida y la bebida que era capaz de comer y beber, y tantas mascotas como para no saber qué hacer con ellas. Es más: tenía a Dios, a cuya imagen y semejanza estaba hecho. No obstante, ni la creación ni Adán estaban acabados. Adán se encontraba solo, y eso no era bueno.

      Todos sabemos qué ocurre a continuación: Dios seda a Adán y le quita una costilla. Y convierte ese hueso en la pieza básica del único ser idóneo para hacer compañía al hombre: la mujer. Como dice Adán, «esta sí es hueso de mis huesos, y carne de mi carne» (Gn 2, 23). Ahora el hombre está completo. La imagen y semejanza de Dios es plena.

      Y aún hay más. Eva no fue solo la primera mujer: Eva fue también quien completó la primera familia. La primera comunidad humana creada por Dios no era una pareja formada por compañeros de piso o por simples amigos, sino una pareja casada. La unión del hombre y la mujer como esposo y esposa (y, si es voluntad de Dios, como padre y madre) constituye el fundamento no solo de cualquier sociedad humana, sino de toda la humanidad.

      El orden divino de la creación no es arbitrario. Hemos sido creados para la comunidad, es decir, nuestra naturaleza halla su máxima expresión en comunidad con otras personas. A Aristóteles no le hizo falta la revelación divina para entenderlo así: el hombre es un ser social. Y ha seguido siéndolo desde entonces hasta hoy: la familia es la primera sociedad, tanto en el orden del tiempo como en orden de importancia.

      ***

      El postulado de la teoría del átomo —la unidad de materia indivisible y discreta— se remonta a la Antigüedad. Los científicos no encontraron una evidencia real de esta teoría hasta principios del siglo XIX y, durante buena parte de los cien años siguientes, supusieron que los átomos eran las partículas más pequeñas del universo.

      Hoy sabemos que existen electrones, protones, neutrones y bosones de Higgs, y un sinfín de partículas subatómicas. Pero, en su significado más básico, la teoría de los antiguos y el modelo de los primeros científicos estaban en lo cierto: el átomo es la unidad de materia más pequeña que conserva todas las propiedades de un elemento. Y, aunque puede que no sea la partícula más pequeña del universo, sí es la unidad básica de la materia.

      Mientras los científicos iban acumulando evidencias de la teoría atómica, otros pensadores fueron formulando nuevos modos de concebir las sociedades humanas. Estas nuevas ideas liberales hacían más hincapié en el individuo que en la familia, el clan o la comunidad. Hoy damos por sentada la primacía del individuo; es decir, damos por sentado que la unidad básica de la sociedad es el individuo. Los sociólogos toman prestado un término científico para describir el desmantelamiento de la sociedad civil provocado por el individualismo: atomización.

      Aunque no se debe ignorar la importancia del individuo, lo cierto es que reducir la sociedad a un conjunto de individuos independientes equivaldría a intentar reducir la naturaleza a un conjunto de átomos independientes. Lo cual no nos llevaría demasiado lejos. No cabe duda de que existirían el oro, el nitrógeno y los diamantes (que no son más que una estructura ordenada de carbono). Pero no existirían moléculas como el agua, los azúcares o las proteínas indispensables para la vida, todos ellos combinaciones de átomos. Hasta el gas oxígeno es la mezcla de dos átomos de oxígeno, y no partículas individuales que flotan en el espacio.

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