Cartas de un humanista (II). Santo Tomás Moro
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[68] Cf. lo recogido al respecto en Cabrillana (2018: 25-26).
[69] En Cabrillana (2019) se realiza un estudio específico en el que se analiza esta forma de proceder.
[70] Un ejemplo de ello son las cartas a M. van Dorp y a G. de Brie.
[71] Cf. Kroon (1995).
[72] Cf., p.e., Torrego & de la Villa (2009: 60-62, 73-75).
[73] Cf. p.e., primera carta a Giles, § 8 (ut uere dicam), primera carta a Lee, § 13 (ut tibi uerum fatear) o § 16 (ut uere mi Lee dicam).
[74] Cf. entre otras, primera carta a Lee, § 18 (ut posteriores tandem litteras attingam).
[75] Cf. Cabrillana (1999).
[76] Carta a Bugenhagen, § 36.
[77] Carta a Bugenhagen, § 31.
[78] Así, las de Kinney (1986), Manley (1990), Surtz (1993), Miller (1994), Galibois (1994) o Schulte Herbrügen (1997).
[79] Cabrillana (2018).
[80] Leipzig (1904-)/Berlin, Teubner/De Gruyter.
[81] Presento en una sola relación textos, traducciones y estudios especializados, ya que, en casi todos los casos, las introducciones a los textos o traducciones incluyen estudios más o menos extensos sobre (parte de) las cartas traducidas. La relación recoge solo las obras citadas en la introducción y en las notas a la traducción.
[82] Es F. Manley quien se ha ocupado fundamentalmente en este volumen de la edición, traducción y comentario de la Carta a Bugenhagen; así pues, en los lugares correspondientes se hará referencia a este trabajo como Manley (1990).
A PETER GILES
(OCTUBRE DE 1516, LONDRES)
TOMÁS MORO SALUDA A PETER GILES[1]
1. ME DA UN POCO DE VERGÜENZA, queridísimo Peter Giles, enviarte después de casi un año este librito sobre la República de Utopía; seguro que lo esperabas antes de mes y medio[2] puesto que, como bien sabías, no tenía que esforzarme en encontrar materia ni tampoco tenía nada que pensar sobre su disposición: me bastaba relatar[3] lo que, en tu compañía, oí contar a Rafael[4]. Así que no había que esforzarse en la forma de decirlo ya que su conversación, siendo improvisada y espontánea[5], no podía resultar más exquisita, y también porque, como sabes, él no era tan docto en latín como en griego[6]; así pues, cuanto más se aproxime mi discurso a su sencilla naturalidad, más cerca estará de la verdad, que es a lo único a lo que debo atenerme y a lo que me aplico.
2. Te confieso, querido Peter, que, al tener mucha parte del trabajo ya facilitada, apenas me quedaba nada por hacer. De otra forma, la tarea de pensar y organizar este tema podría haber requerido bastante tiempo y estudio, incluso para un talento no pequeño ni poco preparado. Y si hubiese sido necesario que el tema se escribiera no solo con elegancia sino también con veracidad, eso realmente me habría superado, por más tiempo y esfuerzo que le hubiera consagrado. Ahora, sin embargo, puesto que estoy liberado de esas preocupaciones que tanto esfuerzo provocan, solo resta escribir sencillamente lo que había oído: algo realmente fácil. Con todo, y aunque esta tarea no representaba apenas esfuerzo, al tener que estar ocupado en tantas otras labores, estas apenas me dejaban tiempo libre. Así, mientras que estoy dedicado con frecuencia a asuntos legales defendiendo, escuchando, pronunciando laudos como árbitro o dictando sentencias como juez; mientras que tengo que hacer visitas de cortesía o por trabajo; mientras que estoy casi todo el día ocupado con gente de fuera y el resto con los míos, queda lo demás —nada— para mí, o sea, para las letras.
3. De modo que, cuando vuelvo a casa, tengo que hablar con mi esposa, charlar con mis hijos y resolver asuntos con los criados. Todo esto lo considero parte de mis deberes, que es necesario atender, a menos que quieras ser un extraño en tu propia casa; y es muy necesario tratar con todo el agrado que puedas a quienes la naturaleza ha puesto a tu lado, o el azar ha hecho que estén cerca de ti, o a los que tú mismo has elegido, pero de forma que no los estropees con tu afabilidad en el trato o conviertas a los criados en señores por tu excesiva indulgencia. Entre estas cosas que comento transcurren los días, los meses, los años.
4. ¿Cuándo escribir, entonces? Y no he dicho nada del sueño ni de la comida, que para muchos lleva casi tanto tiempo como el propio sueño, el cual consume prácticamente la mitad de nuestra vida. Pues yo solo consigo tener el tiempo que le robo al sueño y a la comida[7], que, aunque es bien poco —y de ahí mi lentitud— he conseguido en ese escaso espacio terminar la Utopía y enviártela, querido Peter, para que la leas y me hagas ver si hay algo que se me haya escapado. Pues, aunque en esto tengo bastante confianza en mí mismo —ojalá que tuviera el juicio y el conocimiento a la altura de la memoria, de la que no ando escaso[8]—, no me fío del todo como para estar seguro de que no he olvidado nada.
5. Pues mi pupilo John Clement[9] —que, como sabes, estaba también presente en la conversación y quien no quiero que pierda ninguna que pueda reportarle algún provecho— me ha puesto en una gran duda; él es esa planta que ha comenzado a verdear[10] en el conocimiento de las letras latinas y griegas, que espero que una vez llegue a ser frondosa. Así, por lo que recuerdo, Hythlodeo había contado que el puente Amauroto[11], por donde se cruza el río Anhidro[12], tenía quinientos pasos de longitud, pero mi John dice que hay que restar doscientos, puesto que la anchura del río no tiene allí más de trescientos pasos[13]. Te ruego que hagas memoria sobre este punto. Pues si coincides con él, yo estaré de acuerdo y consideraré que ha sido una equivocación mía; pero si no lo recuerdas, mantendré, como hice, lo que me parece recordar, ya que lo que más me preocupa es que no haya ninguna cosa errónea en el libro, y si hay algo dudoso, mejor decir algo falso y no una mentira[14]: prefiero ser honesto antes que ingenioso.
6. De todos modos, sería fácil poner remedio a este mal si le preguntaras al propio Rafael, ya sea en persona o por carta; es necesario que lo hagas también por otro inconveniente que nos ha salido al paso, no sé si más bien por mi culpa, por la tuya o por la de Rafael mismo: el caso es que no se nos ha ocurrido preguntar —ni a él decir— en qué parte del nuevo mundo se encuentra Utopía. Estaría dispuesto a pagar una buena cantidad de dinero para remediar este descuido: porque me avergüenza no saber en qué mar está la isla de la que tanto he escrito y porque hay algunos entre nosotros, y en particular un piadoso varón teólogo de profesión[15] a quien consume el deseo de ir a Utopía, no por el vano placer de explorar cosas nuevas sino para fomentar y propagar nuestra religión, ya felizmente implantada allí. Para hacerlo correctamente, ha decidido arreglar las cosas para ser enviado allá por el Papa e incluso