La riqueza de las naciones. Adam Smith

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La riqueza de las naciones - Adam Smith Autores

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intercambia sólo mediante de la intervención de otra mercancía; y es más lógico que se afirme que la carne del carnicero vale tres o cuatro peniques por libra, y no que se diga que vale tres o cuatro libras de pan, o tres o cuatro cuartillos de cerveza. Y así ocurre que el valor de cambio de toda mercancía es habitualmente estimado según la cantidad de dinero que se obtiene por ella, y no según la cantidad de trabajo o de alguna otra mercancía que se obtiene a cambio de ella.

      Pero el oro y la plata, como cualquier otra mercancía, cambian de valor, y a veces son más caros y otras veces más baratos, unas veces más fáciles y otras más difíciles de comprar. La cantidad de trabajo que cualquier cantidad dada de ellas puede comprar o dirigir, o la cantidad de otros bienes por la que se puede cambiar, depende siempre de la riqueza o pobreza de las minas conocidas cuando tiene lugar el intercambio. El descubrimiento de las ricas minas de América en el siglo XVI redujo el valor del oro y la plata en Europa a cerca de un tercio del valor que tenían antes. Como costaba menos trabajo trasladar esos metales desde la mina hasta el mercado, cuando llegaban allí podían comprar u ordenar menos trabajo; y esta revolución en su valor, aunque fue quizás la mayor, en modo alguno fue la única que registra la historia. Pero así como una medida de cantidad, como el pie, el brazo o el puño de una persona, que cambia continuamente, nunca puede ser la medida exacta de la cantidad de otras cosas, una mercancía cuyo valor se modifica permanentemente jamás puede constituir una medida precisa del valor de las demás mercancías. Puede sostenerse que iguales cantidades de trabajo, en todo tiempo y lugar, tienen el mismo valor para el trabajador. En su estado normal de salud, fuerza y temperamento, de habilidad y destreza, sacrificará siempre la misma porción de su tranquilidad, su libertad y su felicidad. El precio que paga deberá ser siempre el mismo, cualquiera sea la cantidad de bienes que recibe a cambio. En realidad a veces comprará más de estos y a veces menos; pero lo que cambia es su valor, no el del trabajo que los compra. En todo tiempo y lugar lo caro es lo que es difícil de conseguir, o lo que cuesta mucho trabajo adquirir, y lo barato es lo que se obtiene fácilmente o con muy poco trabajo. El trabajo exclusivamente, entonces, al no variar nunca en su propio valor, es el patrón auténtico y definitivo mediante el cual se puede estimar y comparar el valor de todas las mercancías en todo tiempo y lugar. Es su precio real; y el dinero es tan sólo su precio nominal.

      Aunque para el trabajador las cantidades iguales de trabajo siempre tienen el mismo valor, para el hombre que lo emplea tienen a veces un valor mayor y otras veces uno menor. Él las compra en algunas ocasiones con una cantidad mayor de bienes y en otras ocasiones con una cantidad menor, y para él el precio del trabajo cambia como el de las demás cosas. En un caso le parece caro y en otro barato. Pero en realidad lo que resulta barato en un caso y caro en otro son las mercancías.

      En este sentido vulgar, por lo tanto, puede decirse que el trabajo tiene como las mercancías un precio real y un precio nominal. Su precio real consiste en la cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida que se dan a cambio de él; su precio nominal, en la cantidad de dinero. El trabajador es rico o pobre, es remunerado bien o mal, no en proporción al precio nominal de su trabajo sino al precio real.

      La distinción entre precio nominal y real de las mercancías y del trabajo no es un asunto de mera especulación sino que puede a veces resultar en la práctica de gran utilidad. El mismo precio real tiene siempre el mismo valor; pero debido a las variaciones en el valor del oro y la plata, el mismo precio nominal tiene a veces valores muy diferentes. Cuando se vende un terreno a cambio de una renta perpetua, si se pretende que esta renta tenga siempre el mismo valor, es importante para la familia receptora de esta renta que ella no consista en una suma específica de dinero. En tal caso su valor sería susceptible de modificaciones de dos tipos distintos; primero, las que surgen de las diferentes cantidades de oro y plata que en diversas épocas tienen las monedas de una misma denominación; y segundo, las que se originan en los distintos valores que en momentos diferentes tienen las mismas cantidades de oro y plata.

      Los príncipes y Estados soberanos han creído con frecuencia que su interés temporal era disminuir la cantidad de metal puro contenido en sus monedas; pero muy rara vez han creído que era su interés el aumentarla. Por eso la cantidad de metal de las monedas, pienso que en todos los países, ha bajado casi sin interrupción, y casi nunca ha subido. Esas variaciones, por consiguiente, han tendido casi siempre a disminuir el valor de una renta monetaria.

      El descubrimiento de las minas de América rebajó el valor del oro y la plata en Europa. Se supone habitualmente, pero a mi juicio sin pruebas definitivas, que esa disminución todavía prosigue y que es probable que continúe durante mucho tiempo. Con este supuesto, entonces, es más verosímil que esas variaciones disminuyan el valor de una renta monetaria y no que la incrementen, incluso aunque fuese estipulado que se pague no en una cantidad dada de moneda acuñada de una denominación determinada (por ejemplo, en tantas libras esterlinas), sino en tantas onzas bien de plata pura o de plata de una cierta ley.

      Las rentas estipuladas en grano han mantenido su valor mucho más que las establecidas en dinero, aún donde la denominación de la moneda no ha sido alterada. En el año dieciocho del reinado de Isabel se decretó que un tercio de las rentas pagaderas a los colegios lo serían en grano, bien en especie o de acuerdo con los precios corrientes en el mercado público más cercano. El dinero proveniente de esta renta en cereal, aunque representaba originalmente un tercio del total, en la actualidad es, según el Doctor Blackstone, normalmente casi el doble de lo que se obtiene de los otros dos tercios. De acuerdo con este cómputo, las antiguas rentas monetarias deben haberse reducido a casi la cuarta parte de su valor primitivo; o valen hoy poco más de la cuarta parte del trigo que valían antes. Pero desde el reinado de Felipe y María la denominación de la moneda inglesa ha sufrido poca o ninguna alteración, y el mismo número de libras, chelines y peniques contienen casi la misma cantidad de plata pura. De donde se infiere que esa degradación en el valor de la renta monetaria de los colegios se originó totalmente de la degradación en el valor de la plata.

      Cuando la depreciación del valor de la plata se combina con el descenso en la cantidad de plata contenida por las monedas de la misma denominación, la pérdida es a menudo todavía mayor. En Escocia, donde la denominación de la moneda ha experimentado aún mayores alteraciones que la de Inglaterra, y en Francia, donde los cambios son incluso más intensos que en Escocia, algunas rentas antiguas, que originalmente eran de un valor considerable, han sido reducidas de esta forma virtualmente a nada.

      En momentos distintos se comprarán cantidades iguales de trabajo con cantidades iguales de cereal, la subsistencia del trabajador, más que con cantidades iguales de oro y plata, y quizás de cualquier otra mercancía. Por lo tanto, las mismas cantidades de cereal tendrán en épocas diferentes aproximadamente el mismo valor real, o permitirán a su propietario adquirir o dirigir aproximadamente la misma cantidad del trabajo de otras personas. Lo harán, como he dicho, de forma más aproximada que cantidades iguales de prácticamente cualquier otra mercancía; pero ni siquiera las cantidades iguales de cereal lo harán de forma exactamente igual. La subsistencia del trabajador, o el precio real del trabajo, es muy diversa según cambian los tiempos, como procuraré demostrar más adelante; es más copiosa en una sociedad que progresa hacia la riqueza que en una que permanece estacionaria, y más en una estacionaria que en una decadente. Cualquier otra mercancía en cualquier momento dado comprará una cantidad de trabajo mayor o menor en proporción a la cantidad de alimentos que con ella se puedan adquirir. Una renta estipulada en cereal, entonces, es susceptible de variación sólo por los cambios en la cantidad de trabajo que puede adquirir una cantidad dada de cereal. Pero una renta fijada en cualquier otra mercancía está expuesta no sólo a las variaciones en la cantidad de trabajo que puede comprar una cantidad dada de cereal, sino a las variaciones en la cantidad de cereal que pueda comprar cualquier cantidad dada de dicha mercancía.

      Hay que señalar, no obstante, que aunque el valor real de una renta en cereal varía mucho menos de un siglo a otro que una renta monetaria, varía mucho más de un año a otro. El precio en moneda del trabajo, como explicaré más adelante, no fluctúa de un año a otro con el precio monetario del cereal, sino que en todas partes se ajusta al precio,

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