La riqueza de las naciones. Adam Smith

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La riqueza de las naciones - Adam Smith Autores

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reduciría velozmente esos salarios al nivel mínimo consistente con la existencia humana. Desde hace mucho tiempo China es el país más fértil, mejor cultivado, más laborioso y más poblado del mundo. Pero también se ha mantenido durante mucho tiempo en un estado estacionario. Marco Polo, que visitó el país hace más de quinientos años, describe sus cultivos, su industria y su población casi en los mismos términos que utilizan los viajeros en la actualidad. Es posible que incluso mucho antes de su época el país ya había alcanzado la plenitud de riquezas compatible con la naturaleza de sus leyes e instituciones. Los relatos de todos los viajeros, contradictorios en muchos otros aspectos, concuerdan en subrayar los reducidos salarios y la dificultad que un trabajador encuentra en China para sacar adelante a una familia. Cualquiera de ellos se da por satisfecho si tras cavar la tierra todo el día consigue lo suficiente para comprar un poco de arroz por la noche. La situación de los artesanos es todavía peor, si cabe. En lugar de esperar tranquilamente en sus talleres la llegada de los clientes, como ocurre en Europa, están continuamente corriendo por las calles, cada uno con las herramientas de su oficio respectivo, como si mendigaran un empleo. La pobreza de las clases más bajas en China es mucho más acusada que en las naciones más pobres de Europa. Se cuenta que en los alrededores de Cantón hay cientos y hasta miles de familias que no tienen casa en tierra firme sino que viven constantemente a bordo de pequeños botes de pesca en los ríos y canales. La subsistencia que encuentran allí es tan magra que se disputan las basuras más inmundas que arrojan desde cualquier barco europeo. Cualquier carroña, un perro o un gato muertos, por ejemplo, aunque esté semiputrefacto y maloliente, es bienvenida por ellos igual que lo es el mejor manjar por las gentes de otros países. El matrimonio es estimulado en China no por la rentabilidad de los hijos sino por la libertad de destruirlos; en todas las grandes ciudades se abandona a muchos de ellos en las calles cada noche, o se los ahoga como a cachorros. Se dice incluso que este oficio execrable es el negocio declarado mediante el cual algunos obtienen su sustento.

      Pero aunque China se halle quizás en un estado estacionario, no parece retroceder. Sus habitantes en ningún sitio abandonan las ciudades; las tierras cultivadas siguen siendo cultivadas. Se debe realizar entonces el mismo o casi el mismo trabajo anual, y los fondos destinados a mantenerlo, en consecuencia, no pueden haber disminuido sensiblemente. La clase más modesta de trabajadores, así, a pesar de lo escaso de sus medios de vida, debe de alguna forma ingeniársela para mantener la especie al menos en su número habitual.

      El panorama sería diferente en un país donde los fondos destinados al mantenimiento del trabajo estuviesen cayendo marcadamente. Cada año la demanda de sirvientes y trabajadores sería, en todos los distintos tipos de ocupación, menor que el año anterior. Muchos miembros de las clases más altas, al no poder encontrar empleo en labores de su rango, lo buscarían en los niveles más modestos. La clase baja no sólo resultaría sobresaturada con sus propios trabajadores sino con el excedente de las demás clases; la competencia por los puestos de trabajo sería tan intensa que reduciría los salarios a la más mínima y miserable subsistencia del trabajador. Muchos no podrían encontrar un puesto de trabajo ni siquiera en esas condiciones, con lo que o bien morirían de hambre o bien se verían empujados a buscar su subsistencia mediante la mendicidad o quizás perpetrando las mayores barbaridades. La miseria, el hambre y la mortandad prevalecerían de inmediato en esta clase y se extenderían desde allí hacia todas las clases superiores, hasta que el número de habitantes del país se redujera hasta el que pudiese ser mantenido con el ingreso y el capital que quedara; esos habitantes serían los que hubiesen podido escapar de la tiranía y las calamidades que habrían destruido al resto. Este cuadro se aproxima quizás a lo que ocurre en el presente en Bengala y en algunas otras colonias inglesas en las Indias Orientales. Si hay un país fértil, despoblado desde hace tiempo, y donde en consecuencia la subsistencia no debe ser muy ardua, pero donde a pesar de todo mueren de hambre trescientas o cuatrocientas mil personas en un año, entonces podemos estar seguros de que los fondos destinados a mantener a los trabajadores pobres están achicándose vertiginosamente. La diferencia entre el espíritu de la constitución británica que protege y gobierna a América del Norte, y el de la compañía mercantil que oprime y sojuzga a las Indias Orientales, no puede ser mejor ilustrado que mediante el estado tan diverso de esos países.

      La retribución abundante del trabajo, por lo tanto, así como el efecto necesario, también es el síntoma natural de una riqueza nacional creciente. La magra subsistencia del pobre trabajador, por otro lado, es el síntoma natural de que las cosas están estancadas; si su condición es de hambre, entonces están retrocediendo rápidamente.

      En la actualidad los salarios en Gran Bretaña son evidentemente superiores a lo que apenas basta para que un obrero mantenga a su familia. Para convencernos de ello no será necesario entrar en aburridos y dudosos cálculos acerca de cuál es la suma mínima con la que dicho objetivo puede ser alcanzado. Hay muchos síntomas patentes de que los salarios no están en ninguna parte del país fijados al nivel mínimo compatible con la existencia humana.

      En primer lugar, en casi toda Gran Bretaña existe una distinción entre los salarios de verano y de invierno, incluso para los empleos más modestos. Los salarios de verano siempre son mayores. Pero debido a los gastos extraordinarios en calefacción, la manutención de la familia es más cara en invierno. Al ser entonces los salarios más altos cuando esos gastos son más bajos, parece evidente que no están regulados por dichos gastos sino por la cantidad y el valor estimado del trabajo. Puede ciertamente pensarse que el trabajador debería ahorrar parte de sus salarios de verano para sufragar sus gastos en invierno, y que los salarios en el conjunto del año no superarían lo necesario para mantener a su familia también en el conjunto del año. Un esclavo, o alguien que dependiese absolutamente de nosotros para su inmediata subsistencia, no sería tratado de esa forma. Su subsistencia diaria estaría en proporción a sus necesidades diarias.

      En segundo lugar, en Gran Bretaña los salarios no fluctúan con los precios de los alimentos. Estos varían en todas partes de año a año, y con frecuencia de mes a mes. Pero en muchos lugares el precio monetario del trabajo continúa siendo uniformemente el mismo en ocasiones hasta durante medio siglo. Si en estos lugares los trabajadores más pobres pueden mantener a sus familias en años de carestía, entonces podrán hacerlo con holgura en momentos de abundancia moderada, y con gran comodidad en momentos de gran baratura. El elevado precio de las provisiones durante los últimos diez años no se ha visto acompañado, en muchos lugares del reino, con ningún incremento destacable en el precio monetario del trabajo. En algunos lugares sí ha ocurrido eso, pero debido probablemente más al aumento en la demanda de trabajo que al alza en el precio de los alimentos.

      En tercer lugar, como el precio de las provisiones varía más de un año a otro que los salarios, así también, por otro lado, varían más de un sitio a otro los salarios que el precio de las provisiones. Los precios del pan y la carne son los mismos o casi los mismos a lo largo de la mayor parte del Reino Unido. Estas y buena parte de las demás cosas vendidas al por menor, que es la forma como los trabajadores pobres lo compran todo, son normalmente tan baratas o más en las grandes ciudades como en los parajes más remotos del país, por razones que tendré ocasión de explicar más adelante. Pero los salarios en una gran ciudad y sus alrededores son a menudo una cuarta o quinta parte, un veinte o un veinticinco por ciento, más elevados que a unas pocas millas de distancia. Dieciocho peniques al día es el precio corriente del trabajo en Londres y sus proximidades. Pocas millas más allá cae a catorce o quince peniques. En Edimburgo y sus alrededores es de diez peniques; a unas millas de distancia baja a ocho peniques, que es el precio habitual del trabajo en la mayor parte de las Tierras Bajas de Escocia, donde varía mucho menos que en Inglaterra. Tal diferencia de precios, que no es siempre suficiente para desplazar a un hombre de una parroquia a otra, ocasionaría necesariamente un gran desplazamiento de las mercancías más voluminosas, no sólo de una parroquia a otra sino de un extremo del reino, casi de un extremo del mundo, al otro, lo que pronto eliminaría esa diferencia. A pesar de todo lo que se ha dicho de la ligereza e inconstancia de la naturaleza humana, la experiencia indica claramente que de todos los equipajes, el ser humano es el más difícil de transportar. Si los trabajadores pobres, por lo tanto, pueden mantener a sus familias en aquellas comarcas del reino donde el precio

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