La riqueza de las naciones. Adam Smith

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La riqueza de las naciones - Adam Smith Autores

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está el país ahora y lo vio hace veinte o treinta años.

      La provincia de Holanda, por otro lado, en proporción a la extensión de su territorio y al número de sus habitantes, es un lugar más rico que Inglaterra. Allí el gobierno se endeuda al dos por ciento, y los ciudadanos particulares solventes al tres por ciento. Los salarios son mayores en Holanda que en Inglaterra, y es bien sabido que los holandeses negocian con menos beneficios que ningún otro pueblo de Europa. Algunos han sostenido que la actividad de Holanda está en decadencia, y eso puede ser cierto en algunas ramas específicas. Pero estos síntomas prueban suficientemente que no hay una decadencia generalizada. Cuando los beneficios disminuyen, los hombres de negocio están siempre dispuestos a lamentarse por la depresión de su negocio; a pesar de que la disminución de los beneficios es el efecto natural de la prosperidad, o de la inversión de un capital mayor que antes. Durante la última guerra los holandeses se apropiaron del comercio de tránsito de Francia, del que aún retienen buena parte. La abultada cuota que poseen en los fondos de Francia e Inglaterra —se ha dicho que cuarenta millones en Inglaterra, algo que me parece una considerable exageración—; y las grandes sumas que prestan a ciudadanos particulares en países donde la tasa de interés es mayor que en el suyo, son circunstancias que sin duda demuestran la abundancia de su capital, o el hecho de que ha aumentado más allá de lo que pueden invertir en las actividades de su propio país con un beneficio tolerable: pero no demuestran que esas actividades se hayan contraído. Así como el capital de un individuo, adquirido en un negocio concreto, puede expandirse más allá de lo que es posible invertir en él, y a pesar de ello el negocio puede expandirse, igual sucede con el capital de una gran nación.

      En nuestras colonias de América del Norte y las Indias Occidentales tanto los salarios del trabajo como el interés del dinero, y consecuentemente los beneficios del capital son más altos que en Inglaterra. En las colonias tanto la tasa de interés legal como la de mercado fluctúan entre el seis y el ocho por ciento. Salarios y beneficios altos casi nunca se dan simultáneamente, salvo en las especiales circunstancias de las nuevas colonias. Durante algún tiempo una nueva colonia deberá siempre tener menos capital en proporción a la extensión de su territorio, y menos población en proporción a la extensión de su capital, que la mayoría de los demás países. Tienen más tierra que capital para cultivarla. El capital que tienen, entonces, se dirige al cultivo sólo de la tierra más fértil y mejor situada, la tierra cercana al mar y a lo largo de las orillas de los ríos navegables. Asimismo, esa tierra es a menudo adquirida a un precio incluso inferior al valor de su producción natural. El capital empleado en la compra y mejora de esas tierras debe rendir un muy copioso beneficio, y en consecuencia podrá pagar un muy elevado interés. Su rápida acumulación en un empleo tan redituable permitirá al colono incrementar su mano de obra a un ritmo por encima de lo que puede encontrar en una colonia nueva. Los trabajadores que consiga, en consecuencia, serán remunerados muy generosamente. A medida que la colonia se expande, los beneficios del capital gradualmente disminuyen. Cuando la tierra más fértil y mejor situada ha sido totalmente ocupada, el cultivo de la tierra inferior tanto en suelo como en situación rendirá un beneficio menor, y se podrá pagar menos interés por el capital empleado en ella. En el grueso de nuestras colonias, así, tanto el tipo de interés legal como el de mercado han caído considerablemente durante el siglo actual. En la medida en que las riquezas, mejoras y población han subido, el interés ha bajado. Pero los salarios no se hunden con los beneficios. La demanda de trabajo se amplía con el capital, cualesquiera sean sus beneficios; y después que estos descienden, el capital no sólo puede seguir expandiéndose sino que lo puede hacer más aceleradamente que antes. Con las naciones laboriosas que progresan en la adquisición de riqueza ocurre lo mismo que con los individuos laboriosos. Un gran capital, aunque con pequeños beneficios, generalmente aumenta más rápido que un pequeño capital con beneficios grandes. El dinero, reza el proverbio, llama al dinero. Cuando se tiene poco es a menudo fácil obtener más: la mayor dificultad es conseguir ese poco. La conexión entre el incremento del capital y el de la actividad, o el de la demanda de trabajo útil, ya ha sido explicada en parte, y lo será más prolijamente después, al tratar de la acumulación del capital.

      La adquisición de un nuevo territorio, o de nuevas ramas de actividad, puede en ocasiones elevar el beneficio del capital, y con él el interés del dinero, incluso en un país que avanza a grandes pasos en la adquisición de riquezas. Al no ser suficiente el capital de un país para desarrollar completamente los negocios que esas adquisiciones presentan a las diversas personas entre las que se divide, se aplicará sólo a aquellas ramas específicas donde el beneficio es mayor. Una parte de lo que se había empleado antes en otros negocios se retira inevitablemente de ellos y se orienta hacia los nuevos y más rentables. En todos los negocios antiguos, entonces, la competencia es menor que antes. El mercado resulta menos plenamente abastecido con numerosos tipos de bienes. Su precio necesariamente sube en algún grado, y genera un beneficio mayor a los que negocian con ellos, que pueden así endeudarse a un interés más alto. Durante algún tiempo después de finalizada la última guerra, no sólo los ciudadanos particulares sino también las mayores compañías de Londres tomaban normalmente préstamos al cinco por ciento, mientras que antes no lo habían hecho a más del cuatro o cuatro y medio por ciento. La vasta incorporación tanto en territorio como en comercio, derivada de nuestras adquisiciones en América del Norte y las Indias Occidentales explica eso suficientemente, sin que sea necesario suponer contracción alguna en el capital de la sociedad. Una apertura tan enorme de nuevos negocios a ser desarrollados con el antiguo capital debe necesariamente haber disminuido la cantidad empleada en numerosas ramas concretas donde la competencia, al ser menor, hizo que los beneficios fueran mayores. Tendré después ocasión de mencionar las razones que me llevan a pensar que el capital de Gran Bretaña no se redujo ni siquiera por el gasto gigantesco de la última guerra.

      La contracción del capital de la sociedad, o de los fondos destinados al mantenimiento del trabajo, así como reduce los salarios del trabajo, aumenta los beneficios del capital, y consiguientemente el interés del dinero. Al ser los salarios menores, los propietarios del capital que reste en la sociedad podrán llevar los bienes al mercado a un coste menor que antes, y al haber empleados menos capital que antes en abastecer al mercado, los podrán vender más caro. Sus bienes les cuestan menos y obtienen más a cambio. Sus beneficios, por ello, al expandirse en ambos extremos, pueden pagar un interés más alto. Las grandes fortunas acumuladas tan rápida y fácilmente en Bengala y las demás colonias británicas en las Indias Orientales nos revelan que en esos países miserables los salarios son muy bajos y los beneficios muy altos. El interés del dinero también lo es, proporcionalmente. En Bengala, el dinero es frecuentemente prestado a los granjeros al cuarenta, cincuenta y sesenta por ciento, y la cosecha siguiente es hipotecada para asegurar el pago. Así como los beneficios que pueden afrontar semejante interés absorben casi toda la renta del terrateniente, una usura de esa clase absorbe casi todo de dichos beneficios. Antes de la caída de la República romana, una usura similar era común en las provincias, bajo la ruinosa administración de sus procónsules. El virtuoso Bruto prestó dinero en Chipre al cuarenta y ocho por ciento, como sabemos por las cartas de Cicerón.

      En un país que haya adquirido todas las riquezas que le permiten conseguir la naturaleza de su suelo y clima, y su situación con respecto a los demás países; un país que, en consecuencia, no pudiese avanzar más pero que tampoco retrocediese, tanto los salarios como los beneficios serían probablemente muy bajos. En un país plenamente poblado en proporción a lo que su territorio puede mantener y su capital emplear, la competencia por los puestos de trabajo inevitablemente será tan intensa como para reducir los salarios al límite suficiente apenas para mantener el número de los trabajadores; y al estar el país completamente poblado, ese número jamás podría aumentar. En un país plenamente provisto de capital en proporción a los negocios que puede realizar, se empleará en cada rama concreta tanto capital como pueda admitir la naturaleza y extensión del negocio. La competencia, por consiguiente, sería en todas partes la máxima posible y por ello el beneficio corriente el mínimo posible.

      Pero acaso ningún país haya arribado todavía a este grado de opulencia. China ha permanecido estacionaria durante mucho tiempo, y hace probablemente mucho que consiguió la plenitud de las riquezas

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