Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética. Jaime Canales Garrido

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Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética - Jaime Canales Garrido

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concreto es que, al tener conciencia de que, en pocos días, al llegar a la Unión Soviética podría encarar la remota posibilidad de ir a parar a Siberia -como es de suponer, sin motivo alguno, tal como había sucedido con “los millones de inocentes” que el “malvado” Stalin había enviado a los campos de concentración de ese remoto lugar- me invadió un extraño cosquilleo. Pero, al pisar el suelo moscovita y ver los rostros sonrientes de los soviéticos de entonces, me di cuenta de que el vestigio de recelo se había disipado durante el viaje.

      La posición de los dirigentes del PCUS en aquellos años, que daban muestras evidentes de que, para la Unión Soviética, Stalin no había existido (pues ni siquiera era objeto de críticas oficiales), para un observador atento, daban cuenta de que su persona era ignorada deliberadamente.

      Por doquier, Stalin estaba presente en la Unión Soviética: en la economía, en el poderío militar del país, en la cultura, en la literatura, la arquitectura monumental -diría yo, eterna-, que le transmitía a la bella Moscú un carácter único, majestuoso y, sin duda, era evidencia de la impronta de una época gloriosa.

      Por todo lo que había precedido al XX Congreso del PCUS, y, sobre todo por los asombrosos resultados de la gestión de Stalin, que, dirigiendo al Partido y al pueblo soviético, había transformado a la Unión Soviética de un país agrario industrial muy atrasado -el más atrasado de las potencias europeas- en una potencia industrial, altamente desarrollada -la segunda potencia económica y militar mundial, que había acabado con el más sanguinario enemigo de la Humanidad, el nazismo- en mi conciencia, de más en más, adquiría ribetes de veracidad la idea de que Jruschov -y los que callaron el año 1956- irremisiblemente, habían mentido por razones, para mí, desconocidas y, por consiguiente, inexplicables.

      En suma -como suele decirse- atando cabos, llegué a la casi convicción de que el XX Congreso del PCUS había sido una gran mascarada.

      Pensé, entonces, que un país gobernado por un tirano, con base en el terror, nunca podría haber triunfado en una guerra tan cruenta y desigual. Asimismo, una nación gobernada por un “sanguinario dictador” nunca podría haber llevado a cabo, en todas las esferas de la sociedad, lo que el pueblo soviético había alcanzado.

      Supe por aquellos días que, cuando Stalin murió, millones de soviéticos se volcaron a las calles a despedir al que ellos consideraban el líder más egregio de su gran nación, y lloraron hombres, mujeres y niños, lloraron sentidamente. ¡Algo sin precedentes en la historia universal!

      Un pueblo no recuerda y llora a un tirano como al más excelso líder de su historia, a pesar de las reiteradas campañas para denigrarlo, menospreciar su gestión y su época, que han tenido lugar, reiteradamente, a partir de 1956. Y continúan hoy.

      Estamos convencidos de que es imprescindible analizar al hombre y sus actos sin abstraernos de su época, de las condiciones objetivas a la sazón imperantes y de la posición que ocupó en la sociedad, así como también los objetivos que persiguió y los que alcanzó.

      Por todo lo señalado, quieran o no reconocerlo los neoliberales y los anticomunistas viscerales de ayer y de hoy -muchos de sus enemigos contemporáneos sí lo reconocieron-, la época vivida por la Unión Soviética entre los años 1924 y 1953, es la etapa más fructífera, brillante y heroica de toda la historia de Rusia. Esta verdad histórica -después de un oscuro interregno de casi medio siglo- por fin, es bien conocida en Rusia, en donde el respeto e incluso la admiración por Stalin es cada vez más creciente.

      La historia, mejor todavía, la vida de los hombres, las sociedades que estos conforman, están llenas de paradojas, muchas de ellas simpáticas e hilarantes, algunas tristes, otras trágicas y terribles: lo que ocurrió el año 1956 es una de las más tristes y trágicas paradojas de la historia universal.

      Porque nadie fue capaz de comprender -o, simplemente, lo ignoró- que lo que, aparentemente, era verdad, de hecho, era la más horripilante falacia. Horrible, porque marcaba un hito histórico acaso sin precedentes: de una plumada, se obligaba a todo un pueblo heroico y orgulloso de su pasado a renegar de él.

      Y todo eso fue hecho, recurriendo a la suplantación, tergiversación y escamoteo de hechos históricos. Treinta años más tarde, Gorbachov repetiría la puesta en escena.

      Huelga hacer comentarios acerca del impacto que el anodino discurso tuvo en la siempre dúctil opinión pública de aquellos países.

      Entretanto, en la Unión Soviética, ninguno de los participantes del crimen se detuvo a pensar que, si Occidente, exultante, aplaudía a Jruschov y, treinta años más tarde, a Gorbachov, ello se debía a que algo andaba mal y que todos estos jerarcas habían ignorado una verdad axiomática: “Lo que es bueno para tu enemigo -la burguesía- no puede ser bueno para ti”, que, supuestamente, eres comunista.

      En muchos casos ello se debe al hecho de que estas personas -sobre todo el ciudadano común un tanto ajeno a la ideología y a la política- sometidas al permanente bombardeo de la desinformación, no se dieron el trabajo de conocer la diversidad de opiniones y juicios acerca de la realidad de los países socialistas, lo cual, en fin de cuentas, entre otras motivaciones, determinó sus limitaciones al intentar interpretar la situación de dichos países.

      Se suma a ello, además, la ignorancia de la lengua hablada y escrita de muchos de aquellos países, factor que suele ser elemental para tener una percepción correcta del proceso cognitivo de sus realidades.

      Por otro lado, hubo y hay consideraciones acerca de la vida en la Unión Soviética que adolecen de serias insuficiencias, debido, básicamente, a limitaciones de índole teórica e ideológica, que lleva a los autores a tener una antojadiza interpretación del socialismo, que, en su mayoría abrumadora, es de índole “mercantilista”.

      En la Rusia postsoviética, se ha escrito y hablado tanto acerca de la destrucción de la URSS -millares y millares de libros, artículos y opúsculos escritos; ponencias en televisión y en otros medios de comunicación; mesas

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