Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética. Jaime Canales Garrido
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Lo señalado es una importante traba para que se formulen nuevos puntos de vista o se develen aristas poco investigadas de esta importante y compleja cuestión. No obstante, está claro que, en los trabajos publicados, existen diferencias de forma y contenido con dependencia directa, sobre todo, del posicionamiento ideológico y político de sus autores.
Con todo, como el contenido del masivo volumen de publicaciones es casi desconocido en el extranjero, y muy especialmente en los países de América Latina, lo que ha condicionado la aceptación o adopción -incluso en el seno de gentes preocupadas por el devenir político y social, con claras inclinaciones de izquierda- de los consabidos estereotipos fabricados por los enemigos del socialismo, se torna necesario llevar a cabo este intento de exponer algunas tesis y reflexiones sobre esta trascendental cuestión.
Para los efectos de nuestro trabajo, singular importancia revisten las obras de connotados autores, entre los cuales es necesario destacar al Académico y filósofo ruso Serguei Kara-Murzá y a Aleksandr Zinóviev, filósofo, escritor y académico ruso, emigrado a Occidente en 1978, que, en los mismos inicios de la perestroika -que él daría en llamar la katastroika (de las palabras rusas katastrófa y stróika, esta última con el significado de construcción, por tanto, “construcción de la catástrofe”)- redactó, a poco de la llegada de Gorbachov al poder, un breve opúsculo titulado Le gorbatchévisme ou la Puissance d’une illusion (El gorbatchovismo o el poder de una ilusión)9.
El citado supra escrito, de hecho, es una mordaz crítica a la forma cómo el nuevo grupúsculo en el poder estaba administrando la Unión Soviética. El filósofo ruso señaló que las consecuencias de esas reformas podrían llevar el país a la catástrofe.
Los hechos acaecidos más tarde mostraron la certeza del pronóstico, que, teniendo como telón de fondo el regocijo y las expectativas que el inconsistente palabreo de Gorbachov suscitaron en la ciudadanía soviética, así como en el seno de los partidos comunistas y del movimiento de fuerzas progresistas en todo el mundo, puso al desnudo hasta qué punto la propaganda jruschoviana había calado hondo en las huestes de estas organizaciones.
Efectivamente, en lugar de ensalzar -o aceptar de buen grado- al Judas redivivo, los partidos comunistas deberían haberse preocupado de llevar a cabo, con independencia y alturas de mira, un análisis más acucioso y fundamentado de lo que había ocurrido en la Unión Soviética, no a partir de 1985 sino desde el inicio de los años treinta del siglo pasado10.
Semejante análisis habría impedido que esos mismos partidos, movimientos y, en general, la opinión pública mundial cayesen en el error de aceptar, de buenas a primeras, la retahíla de falacias y calumnias difundidas en el XX Congreso del PCUS y no tuviese conocimiento de que, en los años 50 en la Unión Soviética, Jruschov había perpetrado dos golpes de Estado. Ello, a su vez, habría permitido entender el porqué de los infamantes ataques a Stalin y la grosera falsificación de la historia.
Dentro del vasto universo de estudios sobre la Unión Soviética, en general, y, en particular, acerca de su destrucción, hay un sinnúmero de análisis y reflexiones de historiadores, economistas, sociólogos, estudiosos de las ciencias sociales, especialistas en el ámbito de las ciencias militares, de la seguridad del Estado y politólogos rusos, honestos y reputados, que basan sus investigaciones en el conocimiento empírico que poseen de su país y en la información fidedigna de que disponen -en su gran mayoría documentos de los archivos históricos y obras especializadas relativas a su época- y que se abstraen de la propaganda oficial y oficiosa, de ayer y de hoy11.
Contribuyen también a entender mejor los hechos históricos en foco los estudios llevados a cabo por personalidades políticas y académicas extranjeras especializadas en la sociedad soviética, como es el caso del profesor norteamericano de la Universidad Estatal de Montclair, Nueva Jersey, Grover Furr12, del también prestigiado profesor norteamericano de la Universidad de California (River Side), Arch Getty13, del inglés Wilf Dixon14, del francés Henri Barbusse15, del belga Ludo Martens16, de los historiadores norteamericanos Michael Sayers y Albert E. Kahn17, del búlgaro Mijaíl Kílev18, del inglés Bill Bland19 y de muchos más.
Se puede aseverar -sin temor a caer en un error grosero- que la mayoría aplastante de la población de los otrora países socialistas -incluyendo a personas, por lo general, bien informadas- no tienen una visión clara de las causas que condicionaron el colapso del sistema socialista mundial. O, pura y simplemente, las reducen a la traición a secas del PCUS, sin apuntar su dedo acusador, por ejemplo, a Jruschov, Zhúkov o Kosyguin.
Es por lo dicho, que se torna imperioso proceder a un análisis pormenorizado -y, dentro de lo posible, imparcial, intentando encontrar la esquiva y veleidosa objetividad- de lo sucedido en las entrañas del sistema económico y social entonces existente en la URSS.
El presente trabajo -ensayo de síntesis de una investigación iniciada por el autor en 2007 sobre el marxismo-leninismo, el socialismo bolchevique o real y la destrucción del sistema socialista mundial- tiene como objetivo central revelar algunas de las causas capitales del fracaso del que denominaremos “Proyecto Rojo”, con arreglo al cual su razón de ser y su finalidad medular es el hombre y no la ganancia.
Y esa, su premisa fundamental, presupone la ausencia de la propiedad privada sobre los medios de producción y, por consecuencia, de la explotación del hombre por el hombre y de clases sociales, a diferencia de la sociedad capitalista.
Sin embargo, no constituye objeto del presente trabajo el análisis del socialismo per se, ni tampoco de si la edificación del socialismo en la URSS correspondió a los cánones enunciados por los fundadores del marxismo. Por eso -y cuando ello se muestre necesario- abordaremos dichas cuestiones solo tangencialmente.
Empero, se nos antoja pertinente apuntar una circunstancia que podrá contribuir a entender por qué el socialismo, a despecho de lo supuestamente propugnado por Marx y Engels, pudo triunfar en un solo país.
Para la mentalidad y aparato conceptual occidental, que descansa en modelos exclusivamente mecanicistas y deterministas, por contraposición a la matriz de la sociedad tradicional rusa, es difícil comprender este fenómeno. Pero, la subsistencia misma de la Unión Soviética, con todas las inmensas dificultades y peripecias históricas que fue obligada a enfrentar y resolver, es demostración palpable y perentoria no solo de la vitalidad del sistema socialista, sino, además, de la identificación de este sistema con la matriz netamente rusa, donde la obschina o comunidad, a través de los siglos, ocupó un lugar central en la sociedad tradicional.
En estas reflexiones, no nos detendremos en el análisis de las críticas formuladas por connotados antisoviéticos, que son, en esencia, parte constitutiva de la estereotipada propaganda anticomunista20, a menos que ello se muestre necesario para fundamentar nuestras tesis o conclusiones.
Para comprender correctamente lo que sucedió en la Unión Soviética, es necesario situarse en sus orígenes y percibir la compleja y dolorosa transición del modo de producción capitalista al modo socialista. Porque -como la práctica lo ha mostrado- dicha transición es llevada a cabo en países cuyas economías han sido destruidas, ya sea producto de guerras imperialistas, ya sea por el saqueo descontrolado de los recursos humanos, materiales y financieros por parte de las clases dominantes locales y foráneas.
Por otro lado, las transformaciones que la transición de un sistema a otro conlleva, condicionan el surgimiento de serias dificultades económicas y sociales y, concomitantemente, de fallas en la gestión gubernamental asumida por las nuevas fuerzas sociales y políticas.
Lo que ocurre, particularmente en los primeros tiempos del establecimiento del nuevo poder es, en rigor, una lucha sin cuartel entre las fuerzas del progreso y las, ahora moribundas, del regreso, en un terreno desolado por la destrucción que no puede no dejar